Desasosiego

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Sabía que Armando ya estaba porque el portero del edificio se lo había dicho. Estaba recostada en una de las paredes del ascensor mientras ascendía hacia su apartamento. No sabía por dónde empezar o si quiera, dar la pelea. Estaba un poco más tranquila, su ansiedad había disminuido un poco, pero seguía presente. Cuando se abrieron las puertas vio un vaso de whisky sobre una mesa y el saco de Armando en uno de los muebles.

Dejó su bolso sobre el mueble en el cual estaba la chaqueta de Armando y se dirigió a la cocina por un poco más de agua. Armando entró a la cocina en ese momento, tenía una camisilla blanca y un pantalón de pijama, se veía enfadado, casi como abatido.

— Hola, Marcela— le dijo mientras tomaba asiento.

Marcela estaba recostada sobre la encimera de la cocina con el vaso de agua en sus manos. Lo miró y soltó un bufido mezclado con risa. De repente le pareció todo tan absurdo, tan patético.

— Hola, Armando — le dijo mientras se sentaba en el extremo opuesto de la mesa. La luz era tenue en el lugar y el silencio era absoluto.

Marcela deslizaba su dedo por el borde del vaso y no quitaba la mirada de sus movimientos. Pasó un rato así. Meditando sobre qué hacer o por dónde empezar.

— ¿Por qué lo hiciste, Armando? ¿por qué fuiste a buscarla? — soltó de repente mientras clavaba sus ojos en él.

Armando quedó sorprendido. No podía creer que ya Betty le hubiese informado, no pensó que su amenaza se materializara tan rápido. Definitivamente Beatriz no bromeaba. Solo le quedó respirar y afrontarlo.

— Betty te contó, ¿No es cierto, Marcela? — le preguntó casi con ironía.

Marcela soltó una risa amarga.

— No, lo vi absolutamente todo. Te vi ahí prácticamente acosándola...

— ¿Tú me estabas siguiendo, Marcela?

Eso le desbloqueó la ira contenida, pero mantuvo la calma. No podía creer tanto descaro.
— Sí, te seguí cuando me di cuenta que estabas persiguiéndola. Porque obviamente también vi que ella estaba con Daniel y no contigo.

— Entiendo. Veo que no tengo como defenderme...— admitió cruzando los brazos sobre su pecho con gesto de resignación.

Era tan claro todo y tan doloroso a la vez. Era el fin anunciado. Ya no había ni siquiera un afán por disputarse la razón o la culpa. Pensó que no podía sentir más dolor, pero era mentira, lo sentía, lo sintió, le quemaba, casi la ahogaba. Era la pérdida inminente.

— ¿Para qué me pediste una nueva oportunidad si me ibas a humillar de esta manera? — le dijo con un hilo de voz.

Armando agachó la mirada. Se sentía miserable.

— Porque al menos te debía eso. Porque no esperé que ella volviera. Porque tú me dabas estabilidad, algo seguro ...

Marcela lo entendió entonces. Todo siempre era él. Lo que él sentía, lo que él quería, lo que él necesitaba. Ella solo era alguien que procuraba llenarlo en vano. Debía ya doblegar su orgullo y aceptar la derrota. Una vez más.

— Yo quiero parar ya. Es... Tan evidente que no me amas. Es tan humillante, Armando. Jamás en mi vida pensé que llegaría a este punto por ti. Estaba tan ciega. Te perdoné, te recibí una y mil veces. Olvidé tus infidelidades y seguí adelante con el sueño de ser tu esposa...

— Marce, por favor, no lo hagas, no hagas más difícil esto...
— No, Armando. Difícil lo ha sido para mí desde hace mucho tiempo. Desde que empezaste a alejarte de mí porque te enamoraste de ella. Desde que descubrí lo que habías hecho con mi empresa, con el legado de mis padres, con el patrimonio de mi familia. Desde que me confesaste que estabas enamorado de ella y aún así te recibí nuevamente. Eso sí es difícil. Esto no, esto solo me ha confirmado lo terca que fui , lo ridícula, al creer que en verdad podías amarme.

—Yo te amé. Te amé mucho... — le musitó Armando mirándola y con voz suave.

Eso solo pudo hundirla más. La amargura se le atravesó en la garganta como un mal trago. Sentía que iba a estallar en serio.

— Qué forma tan particular de amar la tuya, Armando Mendoza. Qué idea tan absurda tienes del amor. Madura, por favor— soltó las palabras lentamente.

Se levantó de la mesa y se fue a su cuarto, a su baño. Necesitaba estar lejos de él y a solas.

Se desvistió con desgana y se metió a la ducha mientras esperaba que el agua se calentara. En cuanto estuvo en el punto que quería,  se metió allí bajo el chorro y al sentir como le recorría la piel Soltó un suspiro hondo que no sabía que estaba conteniendo y lo demás ya no lo pudo detener. El dolor que había estado ahogando salió en picada por su boca. Lloraba como una niña, su cuerpo se sacudía por completo y se dejó llevar por el dolor. Era tan real, tan recalcitrante que apenas si podía mantenerse en pie. Ya no quería ser fuerte, quería esa libertad de vivir su desconsuelo. Estuvo así mucho tiempo hasta que la intensidad del llanto fue bajando y apenas le quedaban espasmos. Los ojos le ardían, la cabeza le dolía y la invadió una terrible sensación de cansancio. Terminó de ducharse y salió a vestirse. Se puso una pijama negra de una sola pieza y una bata encima. Cuando salió a su habitación, Armando estaba acostado de mediolado mirando a la ventana. Quiso irse a la otra habitación y lo hizo. Ya no quería dormir junto a un muerto.

Armando notó cómo ella lo miró por unos instantes y salió de la habitación. Cerró los ojos para ver si el cansancio lo vencía y podía conciliar el sueño. Al fi y al cabo ya tendría dos meses para tomar una decisión y terminar con esa pesadilla para ella.

Marcela se metió en la cama del otro cuarto y se arropó. Cerraba los ojos tratando de conciliar el sueño, pero no podía, estaba muy cansada, sí, pero su cabeza no la dejaba en paz. Muchas ideas la rondaban y una es particular parecía no irse. Lo pensaba y lo pensaba, sabía que era bueno, tal vez no lo mejor, pero lo necesitaba, además, estaba en los planes.

Salió de la cama y se fue al estudio. Desde allí arregló todo. Agradeció que le atendieron las llamadas. Luego, fue a su cuarto, Armando ya estaba profundo. Buscó una maleta mediana y metió algunas prendas sin prestar demasiada atención y tratando de hacer el menor ruido posible. Llevó la maleta a su habitación y luego volvió al estudio para dejar los papeles listos. Ya estaba. No era más sino esperar el amanecer.

Volvió a la cama y se metió, esperando ahora sí poder dormir sin la incertidumbre de qué sería al día siguiente. Pensaba en Beatriz, en su cercanía, en cómo la había tratado, en su sonrisa y su piel. Suspiró. Era mejor estar lejos por un tiempo y dejar que el dolor pasara. Tal vez eso le ayudaría a entender lo que les sucedía. Por ahora necesitaba darse un tiempo para sí. Recordó la cita que tendría con ella al otro día y lo lamentó. Tal vez otro abrazo de ella le mitigara la pena, pero ya no era posible.  Entonces tuvo una idea y volvió al estudio para hacerla realidad.
Estuvo allí hasta entrada la madrugada y al ver el resultado, se sintió ligeramente satisfecha. Guardó lo que estaba haciendo y se fue a tratar de conciliar unas pocas horas de sueño.

Destino - Marcela y BettyWhere stories live. Discover now