Capítulo 6

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–Esa blusa deberías dejarla, está muy desgastada –dijo mamá cuando tomé la última blusa de mi armario. Me encogí de hombros y la dejé en el borde de la cama.

Ella me estaba ayudando a hacer las maletas desde hacía media hora. Me decía que llevar y que dejar, y yo solo obedecía. Al final, solo dejaré las cosas que ya no utilizo, que ya no me sirven... Y no me refiero solo a mi ropa.

Mamá se veía tranquila, no daba signos de que estuviera molesta o triste porque me fuera, pero si note que suspiraba de vez en cuando. Más de lo normal. Y los suspiros murmuran que te quieres liberar de algo que oprime tu pecho.

Cerré la última valija y la coloqué en el suelo, junto a las otras dos, para luego sentarme al lado de mamá en la cama.

Tomé su mano entre las mías y ella besó mi cabeza. Suspire.

–¿Crees que estoy haciendo lo correcto? –murmuré. Mamá sonrió sin mostrar sus dientes.

–Cariño, al final lo correcto se resume en lo que es mejor para ti misma, y no para los demás –se encogió de hombros. –Además, sabes que lo correcto o lo incorrecto, es relativo.

–Es sólo que, no quiero dejarlos –la miré. –No aún –sonrió.

–Vas a estar bien, Ari –alzó una ceja. –No me vengas con sentimentalismo, niña. Esto lo haces por tu bien –sonreí. –De los cuatro, siempre supe que serías tú la primera en abandonar la casa –fruncí el ceño.

–¿Y por qué sabías eso?

–Porque eres fuerte, y siempre has hecho todo por tu cuenta –suspiró  y entonces, sus ojos se llenaron de lágrimas. –Sabía que en algún punto de tu vida, te irías de aquí –la abracé.

–Perdóname –dije, mi voz quebrada.

Fue la primera vez, en todo el día, que me estaba arrepintiendo de irme a Florida.

–No –dijo mamá. –Nunca te disculpes por colocarte a ti misma en primer lugar y hacer cosas por tu propia sanación –asentí mientras sorbía por mi nariz.

–Gracias, mamá. Gracias por apoyarme siempre en mis locuras –besó mi mejilla y se alejó para sonreírme.

–Y lo seguiré haciendo, mientras viva –le sonreí de vuelta.

–Te amo –dije, lo que hizo que volviera a abrazarme.

–Y yo te amo a ti, bebita mía –dijo, llorando de nuevo.

Ella no quería admitirlo, pero sé que le duele... Que les duele a todos que me vaya. Pero no puedo quedarme solo por ellos, no puedo anteponerlos a mi. Los amo y sé que los echaré muchísimo de menos, pero sé que si no hago esto ahora, me arrepentiré el resto de mi vida.

Mi familia seguirá estando para mi y yo para ellos aunque estemos unos lejos de otros. Eso lo sé.

Sin embargo, sólo por esta vez en mi vida, debo pensar en lo que es mejor para mi y en lo que yo quiero, y no en lo que los demás quieren. Debo amarme más a mi misma que a nadie en este mundo, porque solo yo estaré conmigo hasta el final, así que en este momento debo tener prioridades. Y mi prioridad ahora, es empezar de cero y sanar.

La puerta de mi habitación se abrió y por ella entró papá, quien frunció el ceño al vernos a mamá y a mi, abrazadas.

–Me ofenden –dijo. –Reparten amor en mi ausencia –ambas reímos y luego le extendí mi brazo izquierdo.

–Aún hay espacio para ti –dije. Sonriendo como un niño pequeño, se acercó a nosotras. Se sentó a mi lado izquierdo y con sus grandes brazos, nos acogió a mamá y a mi.

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