Capítulo 27

313 34 2
                                    

Martes, veinticinco de diciembre. Lo que significaba que era Navidad... Y mi cumpleaños. Sí, es jodido, sólo recibes un regalo pero bueno, aprendes a vivir con ello.

Si hubiera estado en New York, en estas épocas tendría que conformarme con no ir al colegio y tomar chocolate caliente porque la nieve cubriría toda la ciudad.

Pero como esto es Florida, la cosa cambia. El sol me da directo en la cara a las ocho de la mañana, puedo usar shorts y sandalias y, si agudisas bien el oído, puedes ser capaz de escuchar las olas rompiendo en la costa. Amo Florida, amo Levy, amo el sol, amo tener vacaciones donde no deba usar tres abrigos.

Anoche, Leslie y Alisa habían dormido en mi habitación para despertar conmigo por la mañana y felicitarme de primero. Pero, al abrir mis ojos hoy, no encontré a ninguna de las dos en mi cuarto. Lo que sí encontré fue una nota en mi mesita de noche.

No queríamos arruinarte el sueño, y queremos que estés de buen humor todo el día. Así que, cuando te despiertes, bajas. Te amamos!

L&A

Sonriendo, salté fuera de la cama y, obedeciendo a la nota de mis amigas, bajé a la primera planta de los Green. Al pie de las escaleras, había otra nota.

Ve a la sala

M.

De acuerdo, esta es de Marcus. O de Marie. No tengo idea. Tomé la notita en mis manos y caminé hasta la sala, curiosa. No había nadie, lo único que me acompañaba era el amado sol y los regalos bajo el árbol de Navidad. Fruncí el ceño mientras buscaba la existencia de otra nota que me indicara que hacer, pero no encontré nada.

Iba a abrir mi boca para llamar a Leslie, cuando un movimiento detrás del sofá grande me llamó la atención.

–¡Al ataque! –gritó entonces Leslie, saliendo de dicho sillón. Sostenía entre sus manos una de las pistolas de pintura con las que habíamos jugado con Marcus y Paul.

Luego, Marcus salió detrás del árbol, Eduard estaba oculto detrás de una columna que hay al lado de la oficina de Marie y Marie estaba detrás del otro sofá. Los tres sosteniendo las pistolas restantes. Y Alisa salió de la oficina de Marie, sosteniendo un balde y sonriendo de una manera aterradora.

–Oh, mierda –dije y Marcus sonrió.

–Feliz cumpleaños, amor –dijo. –Cúbrete la cara.

Entonces, apretó el gatillo. Llevé mis brazos a mi rostro, y segundos después miles de bolitas de pintura estaba estrellándose en mi pijama vieja de Phineas y Ferb. Trataba de no comer pintura, y que esta no se metiera en mis ojos.

Traté de refugiarme detrás de la pared que da a la cocina, pensando que Marie haría que todos se detuvieran para no manchar la casa, pero resultó que no fue así. Al parecer se dió cuenta de que la pintura se remueve fácilmente y no le molestará limpiar este desastre.

Cuando ví que no se detendrían, tuve que aplicar mi arma mortal: la súplica.

–¡Bueno, ya, me rindo! –grité. –¡Se supone que deben darme amor, no dispararme como maníacos!

–¡Bien, creo que fue suficiente! –habló al fin Marie entre risas. Los chicos bajaron sus pistolas y me miraron, sonrisas satisfactorias pintadas en sus jodidas caras.

Fotografía {✔}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora