Capítulo 32. Sofía

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Hace dos semanas que he vuelto a Barcelona, estoy en casa de Amanda y Joan. Paso la mayor parte del día encerrada en mi habitación, no tengo ganas de ver ni hablar con nadie.

Andy vino a verme, para decirme, que Peter es quien dice ser, pero que lo tienen vigilado muy de cerca. Él quedó en Valencia, según me dijo arreglando cosas del trabajo. Nuestra gente de seguridad nos confirma cada movimiento.

Sigo sin tener a mi niña a mi lado, no llaman, no escriben. Ya no puedo llorar más, se me agotaron las lágrimas.

En la casa no había huellas, es como si se hubieran evaporado. Al contarles lo ocurrido esa noche, tienen una teoría, la cual me aterra pensar en ella.

Andy supone, que la vez que fui a la habitación y cerré la ventana, el que se la llevó, ya había entrado en la casa y estaba escondido en el mismo cuarto. De esa manera, tendría fácil volver a abrir la ventana para salir.

Al ser un piso alto, debería de tener una escalera por la fachada, pero yo no me asomé en ningún momento. Hace dos días, pude recuperar la mantita de Gabriela. Era una prueba, pero pedí recuperarla. La hemos lavado y la tengo conmigo, debajo de la almohada.

Han analizado la sangre, no es de mi pequeña, pero han atado cabos y hace un mes, habían robado en el centro de la Cruz Roja, donde depositan el plasma, para luego enviarlo a los hospitales.

Lo raro es que no han pedido rescate, ni enviado peticiones a cambio de mi hija. Es una desesperación.

La puerta de mi habitación se abre y entra Sarah, con una sonrisa enorme.

Me ha dado de plazo hasta hoy, necesito despejar la cabeza y que mejor manera que empezar a cortar cabezas, la primera de ellas Tamara. No hay manera de persuadir a mi cuñada.

-Venga, no te hagas la remolona, hay que muchas cosas que hacer -me dice dándome un abrazo -te espero en la cocina tomado un café, para irnos a la oficina.

-Yo no tengo nada que hacer allí -digo, mientras sigo mirando por la cristalera del balcón hacia los árboles del jardín.

Oigo pasos, pero no son los tacones de la rubia. El olor de ese perfume es inconfundible.

-¿Por qué elegiste Valencia? -me pregunta Gabriel. Me quedo pensando y sonrío.

-Quería un sitio cálido, no muy lejos, para poder dejar que la vieras -me encojo de hombros -me parecía un lugar bonito para empezar una vida con mi hija.

-Sin mí -dice seco, no me muevo, pero giro mi cabeza y le veo de reojo -me volví loco buscándote.

-Me lo suponía, pero necesitaba alejarme de las personas mentirosas, que tenía alrededor -me cruzo de brazos -tenía tanta rabia dentro de mí...

Siento sus manos en mis brazos, despacio me aparto de él y me giro para mirarle a los ojos.

-Me hiciste el amor, dijiste que me amabas... -le grito en la cara -puras mentiras, ¿querías un polvo de despedida? Pues enhorabuena, lo tuviste -hago que le aplaudo -hiciste un papel formidable.

-Me vas a dejar hablar o vas a seguir diciendo tonterías -quiere acercarse, pero le detengo antes de que me toque -cariño...

-No me llames cariño, no soy nada tuyo joder, estás casado, lárgate con tu mujer -le digo señalando la puerta, que previamente había cerrado -ella me lo dijo y no quise creerla.

-¿De que coño hablas Sofía, que te dijo? -me siento al borde de la cama y le miro.

-La noche que os quedasteis en la casa, antes de encontrarnos en la cocina, tu esposa...

Verdades ocultasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora