Capítulo 47. Melisa

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-¿Como te encuentras hoy, Melisa? -me pregunta por tercera vez el doctor sabelotodo. Estoy poniendo todo mi empeño en ser agradable, pero no me apetece -es de mala educación no contestar.

Me encojo de hombros, llevo encerrada en este sitio unos cuantos meses, al principio no dejaban que nadie viniera verme. Luego, Alfred empezó a venir a visitarme todos los días, ni siquiera hablábamos, simplemente paseábamos por los jardines, tomamos café y poco más.

Mi entretenimiento es ver la televisión, pero como no coopero en estas reuniones, me han quitado ese privilegio.

Mi cuerpo se está limpiando de toda la mierda que me metí estos años. Nadie me preguntó si era lo que yo quería.

-Que es, exactamente lo que quieres saber -le pregunto, sabiendo que le sorprendí con mis palabras.

-Lo que tú quieras, pero me gustaría que me hablaras de tu hija -una punzada en el corazón, me hace saber que estoy viva -de tu historia con tu marido Alfred -al oír su nombre sonrío -y me gustaría, que me dijeras, como siendo una mujer tan guapa, has llegado a esos extremos.

Alfred y Sofía, lo mejor que Dios me ha enviado, pero no lo hizo de la mejor manera.

-He nombrado a tu marido y has sonreído -asiento y vuelvo a sonreír -¿quieres empezar por el principio?

-No era el chico más guapo del instituto, pero siempre era amable y simpático conmigo -miro hacia la ventana, el azul del cielo me recuerda nuestro primer veranos juntos -me ayudaba con las matemáticas y yo le pagaba, invitándole a un helado.

Una de las enfermeras entra en la sala y me da un vaso con una pastilla, se aleja de nosotros y volvemos a estar a solas, con mis recuerdos.

-Un día estaba nervioso y me dijo que le gustaba una chica, aunque ella no lo sabía -sonrío -yo misma, le di consejos para que se declarase. Mi sorpresa fue cuando al día siguiente, utilizó uno de mis consejos conmigo.

Me hace un gesto y me levanto de la silla, salimos al jardín y nos sentamos debajo de un árbol.

-Sabes una cosa, Alfred quería ser militar profesional, decía que era un buen trabajo, era para siempre y podríamos conocer lugares preciosos -la lágrima traicionera se me escapa -pero después del suceso, todo cambió y nada era como lo planeamos.

-Has dicho en muchas ocasiones, que Alfred tuvo la culpa de lo sucedido, que no te ayudó -asiento -¿tienes la certeza de que eso, fue asi?

-Estaba allí, frente a nosotros -digo medio enfadada.

-¿Estás segura de eso? -asiento -Alfred es mi paciente -le miro sorprendida -siente que te ha fallado, al igual que vuestra hija -mira unos papeles, levanta la cabeza y me mira serio -¿sabías que tu marido tiene unas marcas en las muñecas?

-Sí claro, me dijo que se hizo daño en el taller de su padre, que fue el trabajo que tuvo, para pagar todo lo de mi embarazo y las cosas del bebé -le digo triunfante -él niega con la cabeza.

-Antes de nada, tengo que decirte, que tengo permiso de Alfred, para hablar de cualquier tema que él y yo, hubiéramos tratado -asiento.

Juego con la hierba y arranco una margarita, la huelo y me la pongo en el pelo.

-Esas marcas, se las hicieron el día que te agredieron, le ataron de pies y manos, le pusieron boca abajo en el suelo y le obligaron a mirar lo que te ocurría -sus palabras duelen, me martillean en la cabeza.

-Quiero irme a la habitación, estoy cansada y me apetece echarme -digo siendo una déspota hablando.

-Melisa, ¿te duele saber que estabas equivocada? Alfred no es el culpable que buscas -me levanto rápido, me sacudo la hierba de la ropa y me pongo a caminar hasta la zona de habitaciones -la sesión se termina cuando yo lo digo -me grita mientras viene detrás de mí, sigo mi camino.

Verdades ocultasWhere stories live. Discover now