Capítulo 42. Sofía

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-En algún momento tienes que hablar con ella -me dice Gabriel en tono suave, sigo recogiendo los juguetes de la niña, mientras niego con la cabeza.

Camino por la habitación de juegos, colocando cada muñeco en su sitio correspondiente.

-Deja eso Sofía y escúchame! -termina por gritarme, me coge del brazo, lo que hace caer al suelo a Blancanieves y a Rapunzel -estás siento una maldita cabezota.

-No Gabriel, no quiero verla, no quiero hablarle, ni dejar que me explique nada -doy los dos pasos que me separan hasta la puerta -se lo he dicho a mi padre, no insistáis joder, ¡dejarme en paz!

Le dejo en mitad de la habitación, callado y sin moverse. Cuando iba a empezar a bajar las escaleras, miro hacia donde se encuentra y le veo agacharse a recoger los muñecos.

Voy a la cocina, me preparo un café y salgo al jardín. Me siento en el balancín, mirando al cielo azul. Mis ojos se nublan, mi cara húmeda, bebo un sorbo del café ardiendo, mis manos agarran la taza fuerte.

Veo acercarse a alguien, no miro a Gabriel, para que no se crea importante. Giro la cabeza, hacia el otro lado.

-Deja esa actitud jovencita -oigo en tono autoritario de Amanda y sonrío -haces buena pareja con pitufo gruñón.

-No le llames así, no le gusta -le digo seria.

-Me encanta que le defiendas, aunque estéis enfadados -pone su mano sobre mi hombro -me pidió que hablara contigo.

-No, no, no y mil veces no. Me hizo creer que mi padre era lo peor, y la zorra en todo este asunto es ella -la miro al darme cuenta de mi forma de dirigirme a ella.

-Tengo que contarte algo, no has dejado a Gabriel decirte -dejo la taza en la mesa y cruzo los brazos, no si antes ponerme la fina manta por los hombros, la miro esperando a que empiece a hablar -tu padre nos llamó, anoche le avisaron del hospital, tu madre tuvo una sobredosis.

Eso me duele, porque se hace eso a ella misma. Paso una mano por mi vientre.

-No entiendo como puede odiarme, me tuvo nueve meses dentro de ella, me dio la vida -Amanda me abre los brazos y me apoyo en ella, me dice que llore todo lo que necesite -mi padre estuvo a su lado años y ni lo miraba como hombre. Se ofrecía por alcohol, por drogas...

Mis brazos la rodean y lloro como una niña pequeña.

-Alfred se va a hacer cargo de cuidarla -la miro sorprendida -tu padre sigue enamorado de ella, como el primer día -sonrío al pensar en él -Joan y yo, nos vamos a encargar del centro de rehabilitación.

-Gracias, pero eso me debería de corresponder a mí, al fin y al cabo, soy su hija, muy a mi pesar -niega y me acaricia la mejilla.

-Somos familia y estamos para eso -la veo girarse y me vuelve a mirar -piénsalo, cariño, ella quiere cambiar -miro hacia mis pies, que juegan entre ellos, no digo nada -ahora que me levante, vendrá gruñón, ¿es verdad que le gritaste? -asiento y ella se ríe a carcajadas -le intimidaste querida.

Nos despedimos y cuando quedo sola, aprovecho a terminar mi café. Gabriel se sienta, no habla, no se acerca.

Me muevo a su lado, subo los pies descalzos al balancín y tiro levemente mi cuerpo encima del suyo, que abre el brazo y deja que me recueste sobre él. Me tapa la espalda con la manta.

Durante una hora, noto su calor. En ningún momento, saca la antigua conversación a relucir. Sé que soy yo, la que tiene que dar el paso.

-¿Y si vuelve a recaer en toda esa mierda? -pregunto de repente -otra decepción de tantas. Como puede mi padre, creer en ella.

Verdades ocultasWhere stories live. Discover now