Capítulo 19

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Naia se encontraba echada en el sofá, las piernas por encima del respaldo y la espalda en el asiento, totalmente abstraída en el tomo que tenía entre manos.

Los primeros días había rehuido los libros, como si mantenerse en velo, alerta y nerviosa, fuera lo que Elia merecía. Pensar en ella en todo momento, pausar la vida, pausarlo todo. Centrarse únicamente en ella, en la culpa, en el miedo, en la ansiedad y la frustración.

Había sido Isaac quien la había incitado a parar. «Darle vueltas sin motivo no cambiará nada. Alma la está buscando, lo que nosotros podemos hacer es educarnos. Aprender cómo protegernos para que no vuelva a ocurrir, descubrir qué está pasando y ayudar a Asia. Es lo único que podemos hacer. Se lo debemos» había dicho. Y entonces se había fundido con la granja, así habían empezado a apodarla.

Naia hacía más de tres días que no coincidía con él. Había estado prácticamente desaparecido. Coincidan brevemente a la hora de desayunar o cenar, se lo encontraban en plena noche mirando por la ventana o deambulando por los alrededores, pero desconocían qué hacía o dónde se metía durante la mayor parte del día.

Un par de veces habían intercambiado libros o información, pero poca interacción más habían tenido. Las palabras se habían vuelto escasas.

Naia imaginaba que su amigo no se había aplicado a sí mismo su propio consejo. Al menos, no del todo. Sabía que había estado indagando: los libros aparecían y desaparecían de las montañas que dejaban desperdigadas por el salón y en más de una ocasión lo habían vislumbrado sentado bajo un árbol con un tomo entre las manos, pero era perfectamente consciente de que no había dejado de «darle vueltas sin motivo». Que no había dejado de torturarse en ningún momento, de culparse por lo ocurrido e imaginar escenarios devastadores. De rememorar los eventos una y otra vez.

Ella tampoco lo había hecho y aún así, temía más por su amigo que por ella misma. Le aterraba imaginar qué le estaría pasando por la cabeza y carcomiendo el corazón. Isaac y Elia habían estado unidos como pocos hermanos, ¿qué hermano mayor dejaba a su hermana quedar junto a sus amigos? ¿qué hermano pensaba en sacar a su hermana de la habitación para protegerla primero de todo? Sabía que pocos. Risas compartidas, su obsesión por CSI... Apolo.

Sabía que se culpaba por lo ocurrido, por ocultarle la verdad a sus padres con el hechizo de Idara, por no poder hacer nada para ayudarla. Sabía que el miedo había invadido su cuerpo. También el suyo. Puede que fuera el verdadero motivo por el cual se había sumergido en los libros: huir de sus pensamientos.

Entre las numerosas estanterías de Idara no les había sido difícil encontrar volúmenes sobre la muerte y las almas y dedicados a la demonología. El problema había sido sumergirse en ellos sin ningún tipo de conocimiento previo: desde menciones y referencias a autores, fenómenos y criaturas que desconocían; a ser incapaces de discernir entre aquellas fuentes fiables y aquellas de dudosa veracidad.

No tenían manera de comprobar su fiabilidad más allá de contrastarlos los unos con los otros, lo que solo les había generado incoherencias y contradicciones.

Recurrir a Alma o Idara habría sido una buena opción, pero, al igual que Isaac, permanecían en paradero desconocido la mayor parte del tiempo.

Alma había convertido en su misión personal encontrar a Elia y solo aparecía de vez en cuando para robar comida o intercambiar susurros con Idara. La bruja también desaparecía a menudo, aunque se habían acostumbrado más a verla, principalmente en las distintas comidas. Pese a que no comía con ellos, habían sido sido incapaces de cocinar un solo plato comestible en esa cocina sacada de otra época por lo que ella había acabado asumiendo la tarea de alimentarlos. No le había hecho mucha gracia y parecía rehuirlos tanto como le fuera posible, así que, con las dos únicas fuentes 'fiables' indispuestas, tenían que valerse por sí mismos para descubrir la verdad.

Cuando la muerte desaparecióWhere stories live. Discover now