Capítulo 21

19 6 0
                                    

Dedicó toda su atención en el demonio que tenía delante. Si moría a sus manos, los tres que aparecían por las escaleras serían irrelevantes.

Se obligó a tranquilizarse, a centrarse únicamente en él, y con ello, el tiempo pareció ralentizarse de nuevo, fluyendo a su alrededor.

Si apenas dejarle margen, el sujeto volvió a arremeter en su dirección. Isaac esperó, esperó, esperó, y justo cuando parecía que sus garras iban a internarse en su cráneo en un viaje de no retorno, se agachó a toda velocidad.

Presa del impulso, las zarpas se clavaron en la pared dejándolo atrapado en ella. Empezó a forcejear para liberarse con movimientos salvajes, animales. Un gruñido de frustración similar al de los gatos parecía salir de lo más profundo de sus entrañas, pero violento, indómito y cruel.

Era una masa de fuerza bruta, apenas raciocinio en él.

Recordó las palabras de uno de los demonios de la fábrica que Asia le había transmitido: «las legiones de Taiyr». ¿Serían eso? ¿Meras bestias sin consciencia?

El médium aprovechó la pugna del demonio contra la pared, el pequeño lapso de tiempo que le confería una ventaja, para se deslizarse por su lado hasta colocarse detrás suyo. Sin vacilar alzó el trozo de vidrio que todavía sujetaba y se lo colocó en el cuello.

Había visto imposible la opción de decapitarlo. En ese momento la oportunidad estaba frente a él. ¿Podía hacerlo con un trozo de cristal? ¿Podía cortar lo suficiente? ¿Era viable?

¿Era él, capaz de hacerlo?

El demonio no había dejado de moverse, forcejeando, en ningún momento. En uno de sus movimientos desesperados el cristal dibujó un pequeño corte en su piel. La sangre empezó a brotar al instante, caliente y espesa. Humana.

Era muy consciente de que el tiempo se le acababa, que en cualquier instante lograría liberarse y se volvería hacia él, pero se veía incapaz de clavarle el cristal, de intentarlo. Si no conseguía cortarle la cabeza, o cortar suficientemente profundo para que el recipiente se volviese incómodo para el demonio, y parecía muy probable, ¿serviría para algo más que para matar al recipiente? ¿para matar al hombre al que le habían arrebatado el cuerpo?

Podía ser padre, ser tío o hermano. Podía ser granjero, mecánico o electricista. Tenía una vida, unos sueños, una historia. Un futuro. ¿Se lo iba a arrebatar?

Había estado leyendo sobre demonios para saber cómo enfrentarse a ellos. Alma había tenido razón, era muy difícil. Por más que se lo hiriera, el demonio seguía haciendo funcionar el cuerpo como si fuera una especie de sustancia que mantuviera unidas las piezas o unas tiritas infalibles. Era cuando lo abandonaba y el humano volvía a estar consciente en él, que, si las heridas eran mortales, fallaba. Y con él moría la persona. Dependiendo de cuánto tiempo hubiera estado poseído, había alma o no.

Solo podía esperar hacer el recipiente tan incómodo que decidiese abandonarlo (vagar sin cabeza, y por tanto, sin ver ni escuchar, sin poder hablar o respirar, no debía ser muy agradable). Pero si fallaba, si no conseguía separarle la cabeza, no iba a producirle daño alguno al demonio, sí que se lo haría al hombre. ¿Qué hacía entonces? ¿Nada? Nada. No podía arriesgarse a matar a una persona para herir a un ser al que le iba a ser indiferente. Pero entonces ¿qué? ¿cuál era la otra opción?

Estaba inclinándose para tajar la parte trasera de sus rodillas cuando, con un fuerte tirón, el demonio finalmente  se liberó. Su codo chocó contra la frente de Isaac, que se vio impulsado hacia atrás, tambaleante ante el ímpetu y la sorpresa.

El dolor le recorrió el rostro hasta perderse en el cuello, ardiente.

—¡Al suelo! —gritó una voz femenina. Idara. No lo pensó, no fue consciente de ello, simplemente se tiró contra el suelo y de repente el hombre al que había dejado vivir hacía unos instantes se fusionó con la pared convertido en una masa amorfa de fluidos, piel, hueso y cabello cuando una fuerza sobrenatural colisionó contra él.

Cuando la muerte desaparecióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora