Capítulo 42

11 3 0
                                    

—Le ha hecho algo. Le ha hecho algo para distraernos y asegurarse de que no vamos a buscarla —murmuró Isaac. Era lo único que tenía sentido, lo único que encajaba. Les había hecho prometer que no la liberarían bajo ningún concepto, y lo habían hecho. Eso le había dado la oportunidad de escapar, de seguir consumiendo lo que fuera que se había tomado, así que la había tomado.

Le había hecho prometerlo. A él. Se lo había pedido a él confiando que no rompería su promesa. Y él lo había hecho. Ahora Lilia no estaba y Elia se había sumido en una especie de sueño comatoso. De nuevo.

Era culpa suya. Sabía que era culpa suya, y aun así, una pequeña parte de él le aseguraba que lo había hecho para proteger a su hermana, para luchar por sus recuerdos.

Pero podría haberlo hecho mejor. Podría haber comprobado si la sal también afectaba a las brujas. Podría haber rodeado a Elia y Lilia con un círculo de sal para que no hubiese podido evaporarse de la habitación como le había sucedido a Asia.

Podía haber llevado a Elia arriba, haber mantenido a Lilia dentro del círculo, encadenada.

Pero no valía la pena pensar en ello. No lo había hecho. Y el daño ya estaba hecho.

Naia se llevó la mano al rostro.

—Mierda... —murmuró.

Áleix se mantenía más tranquilo. Observó a Isaac antes de hablar.

—Sabemos que la ha sumido en este estado de Cenicienta, pero... ¿le ha devuelto los recuerdos? Dijo que no tardaría en perderlos, si no lo ha hecho... ¿cuánto tardaran en desaparecer?

Naia volvió a maldecir, de nuevo andando de un lado a otro, presa del nerviosismo.

—Tenemos que... —dejó la frase sin acabar.

Llevar a Elia a un hospital ya no era una solución viable. Probablemente los médicos no podrían deshacer un trance mágico, recuperar recuerdos que habían sido ocultos con brujería. Entonces, ¿qué?

«Los Mercaderes».

—Una bruja... necesitamos una bruja —murmuró Asia llegando a la misma conclusión que Isaac.

Andando todavía más deprisa, Naia se sumó a su cadena de pensamiento.

Los Mercaderes... allí había... —Dejó la frase sin acabar al notar como Isaac movía levemente con la cabeza—. ¿Por qué niegas con la cabeza?

Áleix y Naia le habían descrito el lugar, sus ocupantes, las mercancías que se vendían. También hechizos. Sin Lilia ni Idara la solución pasaba por ellos, pero, tras lo que acababa de ocurrir ¿cómo confiarle la mente de su hermana a un desconocido? ¿Cómo confiarle la mente de su hermana a un desconocido que podría simplemente querer timarlos? ¿o que podía no saber lo que hacía? La misma Lilia les había mencionado la cantidad de fraudes que había notado.

Estaban llenos de miedo, esperanza y desconocimiento, eran las víctimas perfectas.

—No sabemos lo que hacemos. No conocemos este mundo. Lilia nos ha engañado. ¿Cómo sabemos que ellos no harán lo mismo? Somos los blancos idóneos.

—¿Y qué hacemos? ¿Nos quedamos sin hacer nada? —Había ironía en su voz, exasperación. Miedo. Estaban desesperados, y eso los hacía vulnerables.

Isaac se obligó a negar con la cabeza de nuevo.

—No lo sé. No lo sé.

Siguieron unos segundos de tenso silencio.

—A ver... —Asia se removió incómoda cuando todos se giraron para mirarla—. Por lo que habéis contado parecía un mercado, puestecitos pequeños. Un poco como los mercados de los pueblos ¿no? Y en ellos todos se conocen. O al menos sus reputaciones.

Cuando la muerte desaparecióWhere stories live. Discover now