Capítulo 47

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La chica se guardó el teléfono con movimientos rápidos y seguros. Ambos hermanos compartieron una mirada, les dedicaron un último vistazo y se olvidaron de ellos como si la conversación que acababan de tener no hubiese ocurrido nunca.

Salieron corriendo en la misma dirección por la que Naia, Áleix y Asia habían llegado escasos minutos atrás.

La chaqueta de la chica ondeó al viento al girar en la esquina revelando un grueso cinturón cargado de dagas y pequeñas bolsitas de telas. Y desapareció de sus vistas.

Naia y Áleix empezaron a correr a la vez sin necesitar la confirmación del otro.

Isaac. Elia.

No podía ser. No podía volver a ocurrir. No otra vez.

Naia dejó que la carrera, la falta de aire en sus pulmones, la quemazón de sus piernas y la presión por no perder de vista a los hermanos fuera suficiente para mantener su mente centrada y evitar entrar en pánico. Para evitar que el miedo la paralizara y la mente se llenase de escenarios devastadores.

Así que se concentró en correr. Paso tras paso. Inspiración tras inspiración.

Le ardían los gemelos. Le dolía la nariz, el cuello y la boca del aire gélido que inspiraba y expiraba a toda velocidad. Le picaba la ropa debido al calor.

Y tras doce largos y horrorosos minutos de carrera continua vislumbró finalmente el motel.

El vulgar edificio de dos plantas le dio la bienvenida, impasible. Detrás de uno de los todoterrenos aparcados en la entrada del recinto se encontraban agazapados los cazadores. Sacaban la cabeza por las ventanillas del vehículo, analizando la zona con atención y experiencia. Y aunque Naia supo que tenía que ocultarse junto a ellos, esperar sus instrucciones, seguir a quienes sabían lo que se hacían... fue incapaz de hacerlo.

Se quedó paralizada al lado del vehículo. Áleix igual de horrorizado que ella.

El terror invadió cada nervio de su cuerpo.

No supo dónde mirar.

Más de una veintena de cuerpos yacían desperdigados por la zona de aparcamiento. Inertes. Algunos más en las escaleras y el pasillo de la primera planta.

Parecía... parecía como si se hubieran quedado dormidos. Tendidos en el suelo con las extremidades tendidas, tranquilos, pacíficos y... el pecho... el pecho quieto. Inmóvil.

El grito ahogado de asombro y horror que escapó de sus labios llamó la atención de los hermanos. Sus rostros se tiñeron de confusión mientras alternaban la mirada entre ellos y la zona de parquin, llamándolos con gestos exagerados para que se escondieran detrás del vehículo.

—¿Qué estáis viendo? ¿Qué hay?

Fue entonces cuando Naia se dio cuenta de que los cazadores no lo veían.

Fue incapaz de mentir, de poner su mente a trabajar en cualquier excusa o escenario inventado. Fue incapaz de apartar la vista mientras su respiración irregular y desesperada tras la carrera se volvía todavía más rápida y frenética. Desesperada. Ansiosa. Horrorizada.

—Está lleno... está lleno de cuerpos... —murmuró con voz histérica.

—¿De cuerpos?

—Hay niños... y jóvenes y adultos y gente mayor y hombre, mujeres y... y todos... todos... están... están... ¿muertos? ¿están muertos?

» Están muertos... Oh, Dios mío... Están muertos...

Áleix la tomó del brazo, llamando su atención, obligándola a apartar la mirada de la mujer de vestido marrón, del hombre de chaqueta de cuadros y el señor de camisa y...

Cuando la muerte desaparecióWhere stories live. Discover now