Capítulo 18

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Áleix no había sido nunca un gran amante de la lectura, como Naia amaba los libros él había tenido que convertirse en el detractor del grupo. Para equilibrar las cosas. O para fastidiarla a ella y a Isaac. O que puede que ambas. En todo caso, el que en ese momento se encontraba hojeando un libro de demonología era él.

Echado en el sofá, era perfectamente consciente de que poco más podía hacer.

La chica, en cambio, estaba demasiado inquieta como para sumergirse en las palabras que tanto la atraían. ¿Cómo podía concentrarse en historias mitológicas cuando no sabía qué estaba pasando en...? Tampoco sabía dónde. Conocía la dirección, pero no le ponía cara. ¿Cómo sería? ¿Tendrían problemas? ¿Encontrarían a Elia? ¿La traerían a salvo? ¿Qué estaría pasando en ese preciso momento?

Al instante rememoró la imagen de Alma, moribunda en los brazos de Isaac escasas horas antes. Había afirmado no poder morir, lo había asegurado con total convicción en varias ocasiones, era mentira. La habían escuchado hablar con Idara. Sus hermanos habían muerto.

Y eso significaba que no era invencible. Que no era inmortal.

Tampoco Isaac, ni Elia.

¿Y si pasaba alguna cosa? ¿Y si las cosas no salían bien?

Era consciente de que no sabía luchar, que no podía teletransportarse, lanzar hechizos o cualquiera de las cosas que pudiesen hacer Alma, como parca; Idara; como bruja; Isaac, como médium; y Asia, como fantasma. Sabía que en esa situación ella sería una carga, un retraso, y sin embargo, la estaba matando no estar allí. No saber qué estaba ocurriendo. No poder ayudar.

No poder despedirse si algo no salía bien.

—Deja de pensar en eso —se reprendió entre dientes—. Deja de pensar en eso.

Tenía que hacer algo, cualquier cosa útil para ocupar la mente. Y solo se le ocurría la opción de leer, de descubrir y conocer más sobre el mundo sobrenatural en el que se habían visto envueltos. Aún el interés, la curiosidad y la necesidad, no se veía capaz de concentrarse en las palabras. No podía. No podía.

Hizo una nueva vuelta alrededor del salón, de nuevo sintiéndose gato encerrado. Era cómo estar de nuevo en comisaría, o puede que peor, en ese momento no estaba solo sufriendo por la parca, también sufría por sus amigos. Por qué les podía ocurrir.

—Joder... —Suspiró con fuerzas.

Y siguió dando vueltas.



Isaac e Idara se materializaron en la habitación. Solos. Sin Elia, sin Alma, sin Asia.

Naia se acercó a ellos a toda velocidad, examinándolos con preocupación.

La ropa de Isaac volvía a estar húmeda a causa de la sangre, pero no tardó en comprender que esa vez tampoco era suya.

Una vez se hubo asegurado de que su amigo no se estaba desangrando por ningún lugar, su vista saltó hacia la bruja. Parecía salida de una encarnizada.

Todo su vestido había adoptado un tono oscuro un tanto verdoso y desprendía un desagradable e inquietante olor a químicos y humo. Parte de él se encontraba desgarrado y teñido de sangre. A través de la suciedad que le cubría el rostro pudo entrever un arañazo en la mejilla y un moratón en el labio. No parecía grave.

Y no pudo obviarlo por más tiempo.

Naia conocía a Isaac lo suficiente como para ser plenamente consciente de su capacidad de mostrarse inexpresivo, de dejar de lado sus emociones y preocupaciones y centrarse en aquello que se propusiera. Conocía sus expresiones, sus miradas, sus caras de póquer. O creía hacerlo. En ese momento su rostro era algo nuevo, una máscara de completa indiferencia, su cuerpo no mostraba nada más que una leve tensión y, aun así, parecía emanar un aura de ira, de odio. De poder.

Cuando la muerte desaparecióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora