Capítulo 6

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Hacía más de un mes que Alma había desaparecido. Y ahora tres días desde que lo había hecho la chica. Pero a diferencia de Alma, de ella no tenía con quién hablar. Áleix, Naia y Elia no la habían visto. Y nadie parecía haber reparado en una joven que deambulaba por los pasillos del instituto envuelta en una bata de hospital.

Porque era una bata de hospital, ¿no? Por más que le daba vueltas no le hallaba sentido alguno. A no ser que su mente le estuviera jugando una mala pasada, que poco a poco se estuviera adentrando en la locura. Era la única explicación que parecía plausible, que parecía encajar. Quizás incluso se había inventado a Alma. O a sus amigos.

Sus ojos cerrados se abrieron con el pensamiento.

«Cálmate» se ordenó a sí mismo.

Pero ya estaba calmado, o al menos exteriormente. Solo su mente era un continuo de movimiento a toda velocidad. De cuerpo para afuera se mostraba como la máxima expresión de la serenidad.

Sentado de piernas cruzadas sobre la manta de hojas caídas que ocultaba el suelo, con el corazón latiéndole a extrema lentitud, la respiración perfectamente regular y las manos unidas, parecía estar en la más profunda calma. Meditativo e imperturbable.

A su alrededor, su cabello (que ostentaba ya una longitud notable) se agitaba al compás de la misma fría brisa otoñal que había teñido su nariz y pómulos de un brillante rojo.

Cerró los ojos de nuevo y volvió a adentrarse en su mente, en el continuo de preguntas sin respuesta y respuestas sin pregunta, de dudas y certezas, de posibilidades e imposibles. Últimamente había pasado mucho tiempo en ella, alejado del mundo, ajeno a todo aquello que lo rodeaba.

Y eso estaba desquiciando a Naia.

Aunque podía sumergirse durante horas en la lectura sin descanso, la inquietud era inseparable de ella. Era incapaz de estarse quiera. En la mano siempre había un bolígrafo danzando entre sus dedos, o se cambiaba de postura cada pocos minutos, o si se hallaba en una silla de oficina no dejaba de dar vueltas en ella. En su estuche había más trastos con los que jugar (pulseras de cuentas que nunca adornaban sus muñecas, alambres, pelotas de todo tipo de materiales, envoltorios de caramelos consumidos tiempo atrás...) que utensilios de escritura.

Tampoco podía dotarse de esa máscara de la más absoluta nada con la que él contaba. No podía suprimir aquellos sentimientos indeseados o ocultar toda expresión de su rostro.

Pero lo que más la estaba sacando de quicio era saber que la estaba engañando. Y tenía clarísimo que era lo que su amigo estaba haciendo.

Todos habían presenciado perfectamente su extraño comportamiento durante la conversación sobre las actividades extralegales de Elia. Todos habían visto como había dejado la frase a medias, como sus ojos se perdían en la distancia y de súbito su respiración se volvía completamente irregular. Y entonces había echado a correr de manera abrupta.

Naia contemplaba la posibilidad de un ataque de pánico, pero no tenía certeza alguna que lo corroborase. Isaac se había cerrado herméticamente después de aquello. Y aunque era habitual en Isaac se guardase las cosas para él, nunca había llegado a dejarlos fuera por completo. Hasta ese momento.

Lo peor de todo no es que no quisiera compartirlo, que eso podía llegar a comprenderlo, sino que negaba que nada hubiera sucedido cuando era obvio que algo había pasado. Que algo estaba ocurriendo.

Luego estaba el hecho de que los estaba ignorando la mayor parte del tiempo. No con mala intención, lo sabía, pero eso no lo hacía más soportable. Era como tener una sombra siguiéndolos a todos lados.

Cuando la muerte desaparecióWhere stories live. Discover now