Capítulo 37

5 3 0
                                    

La cocina de la granja se había llenado de tarros, hierbas y sustancias. Lilia trabajaba en silencio, triturando, midiendo, mezclando. Añadió uno de los polvos que había comprado a un cazo de agua hirviendo. El aire que los rodeaba se volvió amargo durante unos instantes.

Isaac arrugó la nariz desde su posición en el umbral de la puerta. La chica parecía saber lo que estaba haciendo, y por lo contaba Naia, hasta el hombre del herbolario se había sorprendido de su dominio. Eso no lo tranquilizaba.

Y luego estaba el hecho de no haber ido a los Mercaderes. Una parte de él sentía envidia de Áleix y Naia, de que hubiesen podido ver todo lo que habían visto. De que hubiesen podido experimentar el submundo de una forma tan asombrosa, tan vibrante. Él solo había visto muerte.

También había curiosidad, en especial por los Aes Sídhe que habían descrito. Sabía que se habían guardado cosas para ellos, que no se lo habían contado todo, pero con su relato intuía por donde podría ir la cosa. Fuera como fuera, era plenamente consciente de que tendrían que mantenerse tan alejados como fuera posible de ellos. 

La conversación que habían escuchado a escondidas también flotaba en su mente. No había clarificado nada, puede que justamente todo lo contrario, pero no dejaba de ser un poco más de información sobre el puzle que estaban intentando componer. Sobre la imagen final que debían montar.

A su espalda, Elia empezó a gritar.

Cada vez, los sedantes hacían menos efecto. Y los gritos eran más desgarradores, más animales. Cuando entraba a la habitación, la rabia de su hermana aumentaba.

No lo reconocía. Por más que le hablaba, por más que recordaba en voz alta recuerdos de infancia, por más calmado que se mostraba, en los ojos de su hermana no había pizca alguna de reconocimiento. Ni de lucidez.

Isaac suspiró, dándose fuerzas para volver a enfrentarse a ella. Cada vez que los gritos empezaban, todo su cuerpo lo sentía. Su respiración se volvía irregular, su garganta se cerraba, su corazón se disparaba. Él se rompía un poco más.

—Al anochecer estará todo preparado. Ella debe estar despierta —indicó Lilia observando a Isaac brevemente antes de volver a sus preparaciones.

Este le dedicó un asentimiento de cabeza antes de salir de la cocina.

Naia y Áleix se encontraban rodeados de los libros, leyendo aquellos sobre demonios que Isaac había encontrado relevantes durante su ausencia. Entrevió también un par sobre las hadas que los habían cautivado.

El médium empezaba a comprender que no encontrarían en esos libros la respuesta al encierro de los fantasmas en el plano mortal. Necesitaban entonces darles un uso más proactivo, más concreto. Y con una finalidad alcanzable.

Ninguno de los dos estaba leyendo.

Áleix mantenía la mirada fija en un punto sin importancia, la mandíbula en tensión, mientras que Naia había cerrado los ojos y se presionaba los oídos con fuerza.

Isaac cruzó la sala de estar con rapidez, dirigiéndose hacia la habitación de su hermana.

Como todas y cada una de las veces anteriores, Asia lo esperaba dentro. Dándole fuerzas. Le regaló una pequeña sonrisa tensa, comprensiva, mientras él preparaba una nueva dosis de sedantes.

Se acercó a Elia vigilando cada uno de sus movimientos. En una ocasión, y a pesar de seguir atada, había conseguido morderle el hombro.

Isaac le cogió el brazo izquierdo con firmeza, manteniéndoselo quieto. Y clavó la aguja. El resultado fue instantáneo. Su hermana perdió fuerzas, empezó a forcejear más lentamente con movimientos débiles y pausados. Finalmente se quedó quieta.

Cuando la muerte desaparecióWhere stories live. Discover now