Capítulo 29

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—¡Isaac! ¡Alma! ¿¡Idara?! ¿¡Alma?! ¡Isaac!

Los gritos de los tres resonaban entre las paredes de madera blanca de la granja.

Áleix se había pasado toda la tarde anterior intentando que Asia apagara una segunda vela (sin fruto) mientras Naiale daba vueltas al librito que les habían dejado en la mesa.  Con la llegada de la noche, cuando los crujidos de los troncos en la chimenea y los silbidos de los tallos al viento se hacían más tenebrosos y difíciles de ignorar habían empezado a pensar otra vez en el posible inquilino de la granja.

Girándose a comprobar cada ruido habían debatido si irse a dormir o si encontrar la manera de vigilar el comedor por si alguien aparecía. Asia les había propuesto hacerlo ella aprovechando que era incapaz de dormir.

Nadie había hecho acto de presencia. O eso se había asegurado a sí misma.

Tras cinco horas subida a una caja en el exterior de la granja había llegado a su límite, los nervios crispados, y había abandonado la ventana a través de la cual había estado vigilando el salón.

Cuando su mente no tenía en qué centrar la atención, cuando compañía desaparecía y solo le quedaba vagar en medio del silencio, el miedo le llenaba la mente. El miedo al futuro, a su destino, a dejar de ser ella. El miedo a no encontrar respuestas, y a hacerlo. A avanzar y a no hacerlo.

El miedo a dejarlo todo atrás. A volver a quedarse sola.

A dejarlos ahora que los había encontrado. A dejarlo a él. A que la dejaran.

Incapaz de enfrentarse a las voces de su consciencia se había transportado a una de las habitaciones vacías y se había centrado en soplar velas. Todas habían seguido bailando.

Fuera como fuera, el librito (que habían dejado en el sofá) no había vuelto a aparecer en la mesa. Tampoco se habían apilado los que la llenaban. Naia, en su excursión nocturna a la cocina, había sido la única en poner un pie en el comedor.

Cada vez quedaba menos comida.

Por otro lado, la falta de visitantes nocturnos también fue motivo de preocupación. Si Isaac no pasaba por la granja, aunque fuera de noche, ¿qué estaba comiendo? ¿dónde estaba durmiendo? o, mejor dicho, ¿dónde se había metido?

Hacía ya dos días que no tenían noticias de él.

—Voy a llamarlo —anunció Naia. Ya habían tardado demasiado en hacerlo.

» 'El teléfono al que llama no se encuentra disponible' —repitió sorprendida unos segundos después con la misma entonación metálica que había usado el contestador.

Asia se acercó a ella y la observó con preocupación. Y entonces se dio cuenta.

—¡No! No, no, no... —empezó a murmurar a toda velocidad. Su mano se dirigió inconscientemente hasta su corazón.

Con tantas cosas en la cabeza no lo había notado. No le había prestado atención. Lo había malinterpretado como miedo y ansiedad. Como preocupación.

Había estado tan estresada por no dormir, metida en la investigación sin frutos, explorando sus materializaciones, preocupándose (por Isaac, por Elia, por ella misma), pensando en el pequeño libro en latín y en el posible inquilino de la granja que no había prestado atención a la sensación. Había vuelto a aparecer, más leve que la primera vez, pero constante, incesante.

Y fue cuando reparó en ella que su mente cayó en otro pequeño detalle.

Naia contempló con extrañeza como Asia salía disparada hacia una de las ventanas del comedor.

Cuando la muerte desaparecióWhere stories live. Discover now