Capítulo 38

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Palabra tras palabra la habitación fue quedando atrás, desvaneciéndose a su alrededor. Y entonces empezaron las imágenes, rápidas, confusas, brillantes, entremezclándose sin pausa, simultáneas, unas encima de otras, apareciendo y desapareciendo de su mente a cada milésima de segundo, a cada respiración, a cada latir de sus corazones compenetrados.

Vio un pez naranja y un castillo bajo el agua. Vio una habitación totalmente desvencijada cubierta de símbolos protectores. Y una sala oscura con una pantalla en movimiento emitiendo luz.

Vio a Alma tras una ventana, observándola. Una sala llena de adolescentes sentados. Y una silla en medio de la nada sumida en la oscuridad.

Siguió salmodiando con una boca, con una voz, que no parecía suya. Que sonaba lejana, ajena. Desconocida.

Y los recuerdos a su alrededor cambiaron, se oscurecieron, empezaron a temblar, a marearla. El miedo se le filtró en el cuerpo, el horror.

Vio un agujero en el suelo; y cayó dentro. Vio una mano en su pierna. Un cuchillo. Bofetada. Vio desde los ojos de un demonio. Un cadáver. Dos cadáveres. Jaula. Golpe. Dolor. Gritos Vio...

«No».

«¡No!» chilló por encima de los gritos, de los ruidos cegadores, de las risas.

Las imágenes se quedaron quietas, seguían sus órdenes.

Tenía el control. Tenía el poder.

Sonrió.

Y empezó a trabajar.



Tan pronto Lilia había empezado a salmodiar Elia se había quedado inmóvil, sus ojos desenfocados fijos en la nada. La bruja también se había quedado quieta, arrodillada en el suelo sujetándole la mano con fuerza y los ojos cerrados moviéndose de un lado a otro detrás de sus párpados.

Sus labios seguían salmodiando en un susurro continuo inentendible. Arrastraba las palabras convirtiéndolas en un siseo rítmico, antiguo y poderoso.

—¿Esto es normal? —preguntó Áleix inclinándose hacia delante como si fuera a ver mejor.

Naia lo mandó callar con un chistido.

—No más que todo eso de temblar de éxtasis —acabó respondiendo Asia en un susurro sin apartar la mirada de ambas.

Se ganó con ello una mirada de Naia que expresaba algo así como «¿¡Qué demonios haces?!».

¿Podían hablar o tenían que mantenerse callados? Lo desconocían. ¿Hablar podía molestar o desconcentrar a Lilia? Lo desconocían, aunque no parecía descabellado.

Claro que, cinco minutos después, observando la inmovilidad y un susurro continuo del que no llegaban a identificar ni las palabras, las ansias de hacer un comentario eran indescriptibles.

—¿Cuánto creéis que tardará? —preguntó de nuevo Áleix. Esa vez Naia no dijo nada, se estaba preguntando exactamente lo mismo.

La misión de Lilia era borrar todos los recuerdos de Elia desde que había aparecido Alma tantos meses atrás, la primera de una continua sucesión de eventos sobrenaturales. Eso eran muchos recuerdos, por lo que tenía lógica que se tardase un rato en eliminarlos. Más si tenían en cuenta lo que les había explicado la bruja: que no era una ciencia exacta, que los recuerdos no se presentaban como una línea temporal en la que haciéndose un corte todo se solucionaba. Era un ir y venir, un fluir de recuerdos, por lo que no podría discernir a ciencia cierta el inicio de todo. Como tal, acabaría eliminando algunos recuerdos de antes de la aparición de Alma. Había deducido que podría llegar a eliminar recuerdos de unas dos o tres semanas antes.

Cuando la muerte desaparecióWhere stories live. Discover now