Capítulo 22

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La oscuridad más extrema le dio el recibimiento. Era incapaz de vislumbrar cualquier forma del interior. Al internarse unos centímetros en el almacén, ni siquiera era capaz de verse las manos y menos todavía los pies. Era un pozo de la penumbra más absoluta.

Abrió la puerta al máximo en un intento de que la escasa de la luz de la luna que traspasaba las copas de los árboles se colara en el espacio permitiéndole intuir mínimamente el interior. Fue totalmente en vano, pero no había tiempo que perder.

Se debatió unos instantes. Dudó si cerrar la puerta o dejarla abierta, pero acabó considerando que era mejor poder ver si alguien se aproximaba. Así que, con su visión abandonada a sus espaldas, se adentró en el almacén.

Sus pasos fueron torpes, desconfiados, vacilantes. Paró. Respiró. Cerró los ojos para convencerse de que era inútil mirar sin ver y siguió adelante.

Sus pies adoptaron la función de los bastones guía que usaban los invidentes. Con los brazos estirados hacia delante a modo de tope, con los pies barría el suelo antes de avanzar.

El suelo era de tierra compactada. Y nada más. Estaba completamente vacío. Recorrió el espacio sin encontrarse absolutamente nada. No había ni un mueble viejo, ni un pote de pintura ya seca, una caja de herramientas o una silla rota. Estaba completamente desierto.

Estaba vacío, no había nada. Nada. Un creciente peso en el pecho le detuvo a mitad del recorrido.

Elia no estaba allí.

Elia no estaba por ningún lugar.

Había sido todo para nada.

Seguían tan lejos de su hermana como lo habían estado desde el primer momento. Estaba tan desorientado, tan perdido, como lo había estado al descubrir que se la habían llevado.

¿Y cuál sería el siguiente paso? ¿Esperar otra vez? ¿Esperar sin saber lo que le estarían haciendo? ¿Lo que le podría estar ocurriendo?

Sin saber siquiera si seguía con vida.

—No, no, no, no... —La mujer había salido de allí. ¿Por qué había estado allí, sola, en vez de con los otros? ¿Podría haber estado escondiéndose?

No. Había salido inmediatamente al escuchar a Naia, habría hecho todo lo contrario si hubiese estado ocultándose. Estaba protegiendo algo. O a alguien.

Con el corazón encogido en el pecho se obligó a dar otra vuelta por el espacio. ¿Podía haber algún tipo de pared falsa? ¿Ser el interior más pequeño de lo que era el almacén por fuera? ¿O...?

No había nada. Las paredes eran completamente lisas, oxidadas y toscas al tacto, pero sin misterio alguno. Simples paredes. No había nada.

Siguió avanzando.

El suelo crujió bajo sus pies.

Una trampilla.

La oscuridad no le había permitido vislumbrarla y al estar cubierta de tierra no había notado el cambio de textura con los pies.

Conteniendo el aliento, se arrodilló sin pensárselo ni un instante y empezó a apartar la tierra con las manos a toda velocidad. Una vez hubo quitado el grueso más importante palpó el suelo para averiguar el contorno de la tapa. Y fue cuando notó los dos pestillos de metal que la mantenían cerrada.

En la más completa oscuridad requirió de unos segundos para apreciar mediante el tacto el mecanismo y descubrir cómo abrirlo.

Con una cierta dificultad debido el peso de la madera maciza, destapó el interior.

Cuando la muerte desaparecióWhere stories live. Discover now