Capítulo 25

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No se había atrevido a parar. Hacía tres horas que había perdido a los demonios tras el choque, pero no iba a arriesgarse a ser encontrados de nuevo. Nit también se había quedado atrás.

Aunque había arrancado sin pararse a pensar en la parca, había esperado que se materializase en el todoterreno o que apareciera poco después. No lo había hecho. Y aunque no había sentido aprecio alguno por él, no tenerlo cerca lo preocupaba. Estaban expuestos. Desprotegidos.

La culpa también había aumentado. Había abandonado a Alma e Idara, Nit las había reemplazado y lo había abandonado también.

Y todo porque lo querían a él. Porque creían que sabía algo, que sería de utilidad para un golpe de estado en el infierno. O eso había deducido.

No sabía nada. No sabía ni siquiera qué hacer a continuación. Tenía claro que debía llevar a Elia a un hospital, pero ¿cómo?

Tan pronto se cruzase con cualquier otro coche, entrara en una carretera principal o se acercara a un pueblo alguien lo pararía: iba con el morro del todoterreno abollado y el parabrisas agrietado. Y eso era un problema. Si solo fueran los restos del impacto podría decir que había chocado contra un jabalí y que volvía a casa con la intención de llevar el coche al taller al día siguiente, pero no era solo eso. Tan pronto alguien se acercase al coche los vería, vería la sangre que cubría a Isaac, vería a Elia: inconsciente, ensangrentada, herida, medio desnuda.

Y llamarían a la policía.

¿Qué pasaría entonces?

Lo habían encontrado estando en casa, durante el incidente, en el instituto y en medio de la carretera tres horas atrás. Lo estaban buscando. Y tan pronto se empezarían a movilizar coches policiales y ambulancias lo encontrarían. Lo sabía. Y no podía arriesgarse, no tenían a ninguna parca para protegerlos. Volverían a llevarse a Elia y esta vez también a él. O la mataría y solo lo tomarían a él.

Tampoco podía aparecer en urgencias con una chica moribunda en brazos. Ocurriría exactamente lo mismo. ¿Qué hacía entonces? ¿Se arriesgaba a perderla por tardar demasiado en llevarla al hospital? ¿o se arriesgaba a perderla al llevarla a urgencias y ser encontrados? ¿Qué opción era peor?

Luego estaba el hecho de que no sabía dónde estaban. Había dejado el móvil atrás oculto entre los helechos del almacén y en el vehículo no había encontrado mapa alguno.

Y que la gasolina no tardaría en acabarse.

No podían quedarse tirados en medio de la nada sin opción a pedir ayuda. Eso también sería una sentencia de muerte para su hermana, puede que incluso para él. La temperatura no paraba de bajar, no sabía dónde estaban, cuando o directamente si alguien pararía por allí.

Si algo caracterizaba la zona en que vivían era la gran inmensidad de nada que los rodeaba: miles de carreteras secundarias y caminos forestales, kilómetros y kilómetros de bosques espesos y una densidad de población de las más bajas del país.

¿Qué tenía que hacer entonces?

Meneó la cabeza en un intento de alejar el dolor que la azotaba la mente y el sueño.

La salud de Elia y la necesidad de no ser encontrados eran sin duda los problemas que requerían más atención, pero sin gasolina quedarían totalmente desamparados. Aunque entrara en contradicción, tenía que llegar a algún sitio: un pueblo, una gasolinera, una casa. Algo. Solo entonces podría decidir el siguiente paso.

Siguiendo las escasas señalizaciones que adornaban la carretera consiguió llegar, hora y media más tarde, a las afueras de un pequeño pueblucho del cual ni siquiera le sonaba el nombre.

Cuando la muerte desaparecióWhere stories live. Discover now