Capítulo 2

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Al día siguiente, Apolo volvía a ser tema de conversación.

—¡Es que no entiendo cómo narices podéis cargaros tantos peces! —exclamó Naia por ¿enésima? vez. Observaba a Isaac con una mezcla de incredulidad y exasperación.

—¡A mí no me mires! —exclamó el chico ganándose un par de miradas curiosas—. Dime, Naia, ¿¡cómo tengo que decirte que son de Elia?!

—¡Como si son del presidente! ¡Vives en la misma casa! ¿¡Cómo puedes aceptar que tu hermana tenga peces si se van a morir!? ¡No es malditamente correcto!

Apoyado cómodamente en su taquilla, Áleix los observaba con satisfacción girando la cabeza de un lado al otro como si de un partido de tenis se tratase. Una sonrisa divertida adornaba sus labios. Siempre era agradable no ser el objeto de las críticas, bien argumentadas, lógicas y completamente acertadas de Naia.

Isaac soltó un suspiro de frustración. Sabía que Naia tenía razón, pero ¿qué iba a hacerle él? Además, ¿por qué morían los peces de Elia? No había razón alguna: los parámetros del agua eran correctos, los alimentaba cuando tocaba en la cantidad que tocaba, limpiaba la pecera más veces de las que eran estrictamente necesarias, ¿no sería que la tienda de animales los vendía enfermos para que fueran a comprar más? O simplemente los vendía enfermos sin saberlo. No encontraba más razones posibles.

Aun así, no verbalizó esa hipótesis, agotado de seguir hablando del tema. Se sentía un tanto débil, el cuerpo cansado y la mente espesa.

—Solo digo que deberías hablar con tu hermana... —continuó Naia con convicción.

Isaac se apoyó en las taquillas al lado de Áleix desconectándose de la conversación. Su mirada empezó a recorrer el pasillo con cansancio. ¿Por qué siempre acababan teniendo la misma conversación una y otra vez?

Y de repente, mientras su mirada saltaba de un grupo de chicos que reían a una profesora que ojeaba unos papeles, una extraña sensación se adueñó de él. Se le cortó la respiración de golpe mientras un escalofrío le recorría el cuerpo. De repente el ambiente se había vuelto gélido. ¿Era él o la temperatura había bajado drásticamente de golpe?

Un vaho blanco salió de entre sus labios. «¿Cómo...?».

Aunque se encogió dentro del jersey todo su cuerpo de erizó y entonces, entre la multitud que iba y venía por el atestado pasillo, la vislumbró.

Se trataba de una chica más: altura promedio, pelo oscuro, piel pálida... andando por el pasillo entre sus compañeros no atrajo mirada alguna salvo la suya. Pero... ¿lo era? ¿Era una chica más?

Parecía andar de manera errática, deslizándose por el pasillo en bruscos pero fluidos movimientos para esquivar a los transeúntes que ni siquiera reparaban en ella aun estar a punto de llevársela por delante en más de una ocasión. Aún ir con...

Medio oculta por otros alumnos no la veía claramente, pero parecía llevar una especie de vestido azulado desproporcionado que le recordaba ligeramente a... la perdió de vista durante unos segundos, pero no tardó en volver a encontrarla entre la multitud.

Parecía llamar su atención por encima del resto. ¿Sería por su andar errático? ¿O por el extraño vestido que llevaba? ¿Nadie notaba que había algo malo con ella? ¿Qué había algo extraño? Atrayente. Cautivante. Embriagador.

Sin ser él consciente, poco a poco su cuerpo fue orientándose hacia ella, y empezó a dar pasos en su dirección, inconscientes, letárgicos. Era como si su mera presencia tirara de él, lo atrajera, lo llamara; a la vez que lo sumía en una especie de trance cautivante.

Cuando la muerte desaparecióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora