Capítulo 34

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Lilia tenía la frente pegada a la ventana del coche, sus facciones una clara muestra de la fascinación aterrorizada que se había apoderado de ella. Los ojos, completamente abiertos para no perderse nada, le iban de un lado a otro a toda velocidad.

—¿Se va a pasar todo el viaje así? —le preguntó Áleix en voz baja a Naia echándole una mirada disimulada a la bruja por encima del hombro.

—Siempre es mejor que los gritos que a pegado al arrancar —murmuró esta rememorando la escena.

—Totalmente —coincidió.

Se recostó en el asiento apoyando los pies en el salpicadero ignorando la mirada cortante que le lanzó Naia. Sabía perfectamente que si saltaba el airbag tendría un problema serio, pero tan solo le bastaban unos minutos para hacer enfadar a Naia y de paso estirar las piernas tras cinco horas de carretera.

Subió el volumen de la música.

En esa parte del mundo captar una emisora de radio era tan improbable como ver un invierno sin nieve. Les tocaba confiar entonces en los anticuados CDs, el bluetooth o la música descargada en lápices de memoria. A pesar de las líneas sofisticadas y posado elegante pero potente del vehículo con el que había aparecido Isaac, no era suficientemente moderno como para poderse conectar vía inalámbrica y no habían encontrado ningún dispositivo con música almacenada, a excepción de un viejo CD de heavy metal.

Esa también era una buena manera de molestar a Naia.

Lilia también había fruncido el ceño cuando había empezado a sonar, más de desconcierto que de descontento, pero la ventana había acabado siendo más interesante.

Naia bajó la música con un manotazo, si bien era notablemente molesta a sus oídos, no dejaba de ser una pequeña barrera que los separaba de Lilia permitiéndoles hablar con más libertad. Aún así no hacía falta que le sangrasen las orejas en el proceso, podía permitirse bajar el volumen a menos de la mitad.

—Cinco horas son suficientes. Muchas gracias —ironizó—. ¿Por cierto, cuál es el plan?

—¿A mi me lo preguntas? —cuestionó Áleix con incredulidad.

—No estaría mal verte hacer trabajar esas pocas neuronas que te quedan —lo chinchó apartando la mirada de la carretera unos instantes para ver su mueca.

—Muy graciosa, pero estabas enfadada con Isaac, eh. No conmigo. Yo me quedé leyendo.

—Muy gracioso —dijo imitando su comienzo—, pero la pregunta era seria.

—Em... ¿Llegar, comprar, irnos? —cuestionó el chico con las cejas alzadas. Se esperaba ya una respuesta mordaz a su propuesta.

—Empiezo a entender porque sacas las notas que sacas. Si preparas los exámenes como preparas este plan... bueno... vamos mal.

—¿Y eso por qué? —le siguió el rollo.

—Primero de todo, porque dudo que los Mercaderes acepten tu bonita y reluciente tarjeta de crédito —Puso énfasis en la palabra sacada de otro siglo—. Que puede que sí, pero viendo como vivían estas dos, tampoco me sorprendería que no.

—Es un buen punto. Parar a sacar dinero, apuntado —reconoció conteniendo una risa.

—Por otro lado, no tengo ni idea de donde iremos a petar. Nuestro querido Google Maps nos indica que vamos directos una iglesia abandonada. No tengo ni idea de que nos encontraremos dentro, pero para llegar a ella, si vamos con una niña sacada del 1700 creo que cantaremos un poco.

—Ese es otro buen punto, ¡ves tú que bien!

—Además... —continuó Naia. Áleix la cortó.

—Pero que hay más... —puntualizó con ironía. Naia siguió hablando como si no la hubiese interrumpido.

Cuando la muerte desaparecióWhere stories live. Discover now