Capítulo 40

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—¿Dónde...?

Isaac se despertó al instante. Habría identificado esa voz en cualquier lugar, en cualquier momento, en cualquier circunstancia o estado. «Elia». Había despertado.

Había despertado.

Su tiempo de reacción fue mínimo. Al momento que recuperaba la consciencia y abandonaba el mundo de los sueños abrió los ojos y salió flechado de la cama tan rápido como le fue posible. El corazón le martilleaba en el pecho a tal intensidad que era perfectamente capaz de escucharlo, desentirlo en todos los resquicios de su cuerpo.

Su hermana había despertado.

Y estaba hablando.

Recorrió la distancia entre las dos puertas en tiempo récord, y aun así, fue el tercero en llegar. Naia había estado leyendo sentada en el sillón que habían trasladado a la habitación de Elia para hacerle compañía, mientras que Asia solo había tenido que materializarse al escuchar su voz. Áleix entró tras él.

Su hermana se había incorporado en la cama y se presionaba contra la esquina de la pared. Sus ojos mostraban abiertamente el desconcierto y la confusión que estaba experimentando. Examinó a los presentes con rapidez antes de bajar la vista hasta la vía que descansaba en su brazo, todavía amoratado. Su agitación aumentó.

A Isaac no le pasó desapercibido como su mirada pasaba por encima de Asia sin verla.

«Ha funcionado. ¡Ha funcionado!».

Le costó unos segundos encontrar las palabras. ¿Le prometía que todo iría bien? ¿Le aseguraba que todo ya había pasado? ¿Le explicaba que había estado durmiendo y que finalmente había despertado? ¿Le explicaba dónde estaba? ¿Le decía que la quería? ¿Simplemente la abrazaba con todas sus fuerzas?

Contuvo las lágrimas mientras se internaba en la habitación.

—Estás bi... —No llegó a terminar la frase.

—¿Quién eres? —le interrumpió. Sus ojos se teñían de miedo por momentos.

Isaac se quedó paralizado. La parte más racional y calculadora de su mente empezó a asegurarle que acababa de pasar por algo muy duro e intenso, que hacía mucho tiempo que su cuerpo se debatía entre la sedación y el sueño, que era simple confusión momentánea. Pero a la vez... sus ojos... No había duda en sus ojos. No loreconocía.

—Ey... No pasa nada, soy yo. Soy yo, soy Isaac. Tu hermano —explicó con la voz más suave y tranquila que fue capaz de conjurar. Poco a poco la extrema felicidad se teñía de confusión y miedo. Observó atentamente como la expresión del rostro de Elia cambiaba reflejando sus procesos internos. Sus cejas se fruncieron, su pequeña nariz se arrugó ligeramente... Finalmente negó con la cabeza con convicción.

—No... no tengo hermanos. Soy hija única.

¿Cómo...? No... No tenía sentido. No... Los arañazos de su cara se habían curado días atrás despertando la envidia de Naia y Áleix, no había motivo por el cual no lo reconociera. ¿Qué...?

Naia le colocó una mano en el hombro.

—Déjame probarlo —pidió. A Isaac le pareció que nunca había escuchado de su amiga una voz tan tierna y mesurada. Asintió dándole permiso, agradecido. Se apoyó en la pared para no tambalearse. No entendía... No...

Naia se agachó al lado de la cama.

—¿Me reconoces? —le preguntó a Elia con una sonrisa esperanzada. Esta pestañeó unos segundos antes de asentir levemente.

—Sí —Su voz era minúscula—. Vas a mi instituto. Te he visto por los pasillos.

El ceño de la chica se frunció ligeramente, desconcertada. Era una manera extraña de identificarla, habría sido más fácil sacar a colación su amistad ¿no? Pero por algo se empezaba.

Cuando la muerte desaparecióWhere stories live. Discover now