Capítulo 39

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Los gritos no cesaban.

—¡Os voy a matar! ¡Todavía no habéis visto lo que soy capaz de hacer! ¡Os mataré! ¡Dejadme ir! ¡Soltadme! ¡Soltadme! ¡Soltadme!

La pierna de Naia se movía arriba y abajo sin pausa, su cabeza ligeramente torcida debido a la tensión de sus músculos y su mandíbula apretada con fuerza. Soltó un suspiro furioso y finalmente explotó.

—¡No puedo más! —exclamó perdiendo la paciencia—. No puedo más —repitió. —Una sonrisa un tanto desquiciada adornó sus labios.

Habían pasado tres horas desde el hechizo cuando Lilia empezó a gritar. Ocho horas después todavía no había parado. Sus amenazas habían sido constantes, ininterrumpidas, aulladas a tal volumen que no podían ser ignoradas, que impedían realizar cualquier actividad. Que impedían pensar. Dormir. Razonar.

—¡Os mataré! ¡Dejadme ir! ¡Dejadme ir! ¡Os arrancaré los ojos! ¡Os mataré!

Isaac era incapaz de comprender como no se había quedado sin voz. Y menos todavía como el sedante no había hecho efecto alguno.

La cabeza le dolía más que en cualquier momento.

—El bosque es una buena opción para alejarse —le sugirió con una sonrisa tensa—. También necesitamos provisiones. La comida que nos consiguió Nit no durará mucho.

Hacía más de una semana que la parca no hacía acto de presencia, la última vez apenas unos segundos para sedar a Elia. Era un recuerdo constante de la absencia de Alma e Idara.

—¡Nunca os libraréis de mí! ¡Os mataré a todos! ¡Os mataré a todos!

—Voy a comprar —murmuró Naia inmediatamente al ofrecérsele la opción. Desapareció por la puerta con rapidez y firmeza, desesperada por escapar.

—Yo... la acompaño —añadió Áleix. Desapareció detrás de ella.

—¡Os mataré! ¡Juro por Dios que os mataré! ¡Soltadme! ¡Soltadme! ¡Os despellejaré vivos!

Desde su posición en el suelo con la espalda apoyada en el sofá, contempló a Asia. El cuerpo del médium se había tensado en un intento infructuoso de ignorar las amenazas continuadas. A pesar de su habitual calma y autocontrol, la intranquilidad y el nerviosismo estaban empezando hacer mella en él y salir a la superficie. 

—Puedes marcharte un rato, también. Hace días que no hablamos con los fantasmas de fuera. Tendríamos que hacerlo, descubrir si por casualidad saben algo.

—¡Dejadme salir! ¡Dejadme salir! ¡Os torturaré! ¡Os mataré!

Asia asintió nerviosamente con la cabeza.

—Gracias —murmuró con una pequeña sonrisa de disculpa en los labios. Y desapareció.

Isaac no podía culparlos. Él mismo ansiaba alejarse tanto como fuera posible de los gritos, de la granja, del dolor, del miedo, pero todo había empezado por su culpa. Y alguien debía quedarse allí con Elia. Él tenía que quedarse allí. No podía abandonar de nuevo a su hermana. Y tampoco a Lilia. Había salvado a Elia, ahora le tocaba sufrir con ella las consecuencias de dicho acto.

—¡Dejadme salir! ¡Dejadme salir! ¡Soltadme! ¡Idara os matará!

Idara estaba muerta.

Él la había abandonado.

Observó a los fantasmas por la ventana. Cada día el número aumentaba. Cada día llegaban más almas y de más lejos. Cada día llegaban personas que habían muerto recientemente por los alrededores. Y otros que lo habían hecho tiempo atrás en épocas ya lejanas. Buscándolo. Atraídos hacia él.

Cuando la muerte desaparecióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora