Capítulo 43

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Tres horas después aparcaban en el parquin casi desierto del motel que les había indicado Nit.

No lo habían vuelto a ver desde que había desaparecido de la granja. Tampoco habían tenido encuentro alguno con los demonios que había anunciado la parca. Isaac daba gracias por ello.

Observaron el destartalado edificio desde el interior del vehículo. Fiel a las películas, contaba con un par de plantas en estado de decadencia. El pasillo por el cual se accedía a las distintas habitaciones era exterior. Varias pintadas decoraban algunas de las puertas y las paredes pedían a gritos una nueva capa de pintura. La máquina de hielo que descansaba al lado de las escaleras exhibía un cartel escrito a mano con rotulador que señalaba sin adornos que no funcionaba.

Naia contemplaba con escepticismo y diversión a partes iguales el cartel luminoso con el nombre del establecimiento. All in.

—Lo hicieron expresamente ¿no?

Áleix soltó una risa.

En el asiento trasero Isaac se permitió cerrar los ojos unos instantes. Si hubiese estado despierta, si su hermana hubiese estado consciente, si nada de eso hubiese pasado, Elia habría preguntado a qué se refería.

A pesar de desconocer el motivo de su rección, Asia la notó. Apretó ligeramente la mano que todavía seguía envuelta en la de Isaac, cálida y firme. Segura. Sólida.

Isaac le dedicó una pequeña sonrisa, sus ojos mostrando durante unos instantes la tristeza y el miedo que le invadía cada célula del cuerpo. La vulnerabilidad desapareció de sus facciones tan pronto llegó.

—Gracias —gesticuló sin emitir sonido alguno.

Asia le dedicó asentimiento de cabeza con otra sonrisa en sus labios. No sabía... Isaac no podía ni llegar a imaginar lo que ella estaba sintiendo, el regalo que le había hecho. Lo que la tela del asiento en contacto con su piel y sus pies rozando la alfombra plástica del suelo suponía. No podía llegar a imaginar lo que suponía sus manos entrelazadas. El calor que emanaban de ellas, la calidez, la suavidad.

Se había pasado todo el trayecto sintiendo el tacto del plástico bajo la planta de sus pies desnudos, su frialdad, su fricción al pasar los pies por encima. Su mano libre no se había separado del tejido que componía los asientos, de sus hilos, de su textura un tanto tosca.

Aunque... aunque nada había tenido que ver con sus manos entrelazadas. Con el contacto de la piel. De la vida. De otra persona. De él.

Su corazón ya no latía en su pecho. Y aún así juraba que podía sentirlo palpitando a toda velocidad.

Un suspiro tembloroso salió de entre sus labios. Y de él un aire que pudo notar. No había calidez en su aliento. Ni en su piel. Isaac... su mano era cálida para ella, pero él... ¿sentiría la extremidad fría, adormecida por tanto rato en contacto con su piel helada?

Se mordió el carrillo para evitar el temblor de su cuerpo.

—Vale, ¿cómo lo hacemos? —preguntó Naia girándose hacia los asientos traseros. Evitó mirar a Elia. Aunque seguía inconsciente como lo había estado la mayor parte del tiempo desde que había vuelto, los ojos abiertos lo hacían todo todavía más terrorífico, más real. Un recordatorio constante del motivo inicial de su estado. La tortura.

—¿Todas las habitaciones son de dos? —se cuestionó Áleix.

La chica se giró hacia él con las cejas levantadas.

—No todo el mundo que visita un motel es para darse como cajón que no cierra.

La expresión de Áleix se tiñó de incredulidad a la vez que soltaba una risa.

Cuando la muerte desaparecióWhere stories live. Discover now