C A P Í T U L O 3

118 12 0
                                    

Hoy era el sexto día que no la miraba, sin contar el fin de semana. Brissa no había ido al instituto durante los días anteriores, era extraño, ya que sólo fue el primer y segundo día de escuela, después ya no volví a verla. El segundo día que la vi, ella no me miró, paso de largo y ni siquiera me saludo, aunque en realidad no éramos amigos, pensé que podríamos serlo. Ese día, cada vez que yo buscaba su mirada, ella huía de la mía, además estaba más cabizbaja que el día anterior, debajo de sus ojos había dos grandes ojeras, parecía no haber dormido.

En el instituto todo parecía ir igual, yo seguía siendo invisible, sólo me juntaba con mis mejores amigos y de vez en cuando me quedaba solo. Nadie repara en que la chica nueva no estaba, creo que era el único que realmente pasaba las noches en vela por pensar en ella. Era estúpido, sólo había hablado con Brissa unos minutos y me importaba como si fuera mi mejor amiga de años, pero había algo en su forma de ser que exigía cuidados, amor, que necesitaba atención.

—Ya llegamos –anuncio mi padre mientras apagaba el motor del coche.

A mi padre le picó un bicho, hoy decidió traerme en el coche al instituto, yo no quería que él me trajera, disfrutaba de los minutos que gozaba caminando con música en mis oídos, pero él no me escuchó y sin más me hizo subir al coche.

—Ya lo sé papá, no estoy ciego –dije con fastidio acumulado durante tanto días.

Papá suspiró, aunque él no lo creyera, lo entendía, no era fácil lidiar con un adolescente tu solo. Pero el no me entendía a mi, parecía que él no recordará que hacía tiempo él era un adolescente, parecía que no recordaba que a los adolescentes les gustaba divertirse y no estudiar tanto.

Mi padre no era así, él no era tan exigente, tampoco trabaja tanto durante tanto tiempo. Cuando mamá vivía, todo era diferente, él era relajado, jugaba conmigo y me escuchaba cuando lo necesitaba, además siempre tenía tiempo para mi, ahora ya no.

Bajé del coche sin despedirme, no había nada más que decir entre nosotros, cuando baje, mi padre aceleró, y se fue sin más. Aún podía recordar los momentos felices que pasamos los tres.

El día era soleado, papá, mamá y yo, habíamos decidido salir de día de campo, hacia tanto tiempo que no salíamos al bosque. Todos creíamos que era un buen día para hacerlo. Así que mamá cocinó, mientras mi padre preparaba el coche y algunas otras cosas, yo en cambio estaba en mi habitación buscando ropa adecuada para el campo, entre mis cosas encontré mi gorro favorito, ese que tenía un dibujo de batman en la parte de enfrente.

Cuando ya me había cambiado, bajé corriendo por las escaleras y llegué a la cocina, donde mamá ya estaba guardando la comida para llevar.

—Mamá, ya me cambié –dije orgulloso de ayudarla con algo.

—Te vez hermoso mi amor –dijo melosa, mientras caminaba hacia mi y me daba un beso en la mejilla.

—Pero yo no soy hermoso. Yo soy guapo –afirme con un puchero.

Ok, eres mi niño guapo –sonrió con cariño al acomodar mis chinos bajo el gorro.

Después cuando mamá y yo salimos para ir al coche, papá ya estaba allí esperándonos, él le ayudó a mamá a meter las cosas al coche y después nos fuimos rumbo al campo. Llegamos un tiempo después, el pasto era tan verde que hacía resaltar las flores de color morado.

Pocos minutos después los tres estábamos comiendo, papá sonreía y mamá también, de vez en cuando los dos se daban un beso y yo fingía asquearme por ello, pero yo era feliz si ellos lo eran. Papá jugo conmigo al fútbol y después mamá se nos unió, al final terminamos en el pasto haciéndonos cosquillas, éramos felices, reíamos y nada nos faltaba.

Noches sin Estrellas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora