C A P Í T U L O 4

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El manto de la noche había caído y con ella las estrellas de la tierra se encendieron. Las farolas de la calle iluminaban lo más que podían, tratando así de luchar contra la noche. Me gustaba ver por la ventana cuando no tenía nada que hacer, parecía que el tiempo pasará más rápido y sin dolor.

Miré más allá de todas las casas de mis vecinos, las cimas de la montañas poco a poco iban desvaneciéndose con la noche. Los puntitos luminosos iban apareciendo una por una, eligiendo el lugar correcto en el que tenían que estar.

Aunque había una, que me gustaba más que las otras, era la más brillante y grande de todas, era la primera por unas horas. Comencé a verla cuando mamá murió, en ocasiones cuando me sentía sólo, la miraba y pensaba que era ella, quien me cuidaba y trataba de iluminar mi camino. La extrañaba tanto. Quería de nuevo sus cuidados y su amor incondicional, la quería aquí y ahora, cuando no podía evitar sentirme mal, solo y triste.

Ayer había tenido una fuerte discusión con mi padre. Él se enojó conmigo al saber que el día anterior había reprobado una examen sorpresa que había hecho el profesor de cálculo. Dijo que era un bueno para nada, que no servía ni para estudiar, me hizo rabiar tanto, que por una vez en la vida, le contesté tan fuerte que lo deje anonadado, le dije lo que pensaba, le dije que no tenía derecho al reclamar, que trabajaba tanto que ya ni siquiera lo miraba, parecía que ni siquiera tuviera padre, que un papá estaba en los buenos y malos momentos, en cambio él estaba sólo ahí regañandome en los malos. Estaba tan enojado que cuando termine de desahogarme salí de casa y no volví hasta que anocheció.

El ruido de un coche me saco de mis pensamientos, miré hacia la derecha, observé el coche gris de mi padre, eran las 8 de la noche y apenas volvía de trabajar. Aunque otros días llegaba aún más tarde. El coche aparcó en el asfalto, papá salió de el y entro a la casa, deje de verlo. De nuevo me concentré en el cielo, no sabía él porque pensar en mí madre me llevaba a pensar en Brissa, ellas no tenían nada en común, aunque las dos tenían ese aura de estar rompiéndose poco a poco. Escuché ruido en la parte baja de la casa, tal vez era papá que buscaba algo de comer, en la mañana no hablamos, ni mucho menos durante el día, todavía estábamos enojados. Hacia más de 3 horas que yo había cenado, así que no baje, por lo general él era el que subía para saber si ya había comido. Pero en esta ocasión lo dudaba.

Escuché unos toques en la puerta.

-Adelante -dije.

-Hijo, ¿ya cenaste? -preguntó abriendo la puerta de la habitación.

-Si papá, ya cene -contesté sin voltear a verlo. Escuché que suspiró, pensaría que todos los días es lo mismo y tenia razón.

-Sabes, me tomaré un descanso -tomó una pausa y volteé lentamente a verlo. -Quiero pasar más tiempo contigo.

Una leve esperanza apareció en mi corazón, hacia tantos años que no pasábamos tiempo juntos, en ocasiones era tan estricto que no parecía ser mi padre, ni yo su hijo. En un momento llegue a pensar que ese rol había desaparecido desde que mamá murió y nos dejó solos.

-¿En serio? -pregunté desconcertado, está no era la primera vez que me lo decía.

Caminó hasta mi y sentó en la cama, mientras yo seguía aún en la ventana.

-Se que no he sido el mejor padre, bueno desde hace unos años. Pero me he dado cuenta de que estoy tratando como si no fueras mi hijo, se que me he equivocado. Espero me perdones, pero me concentré tanto en mi dolor por perder a tu madre, que olvidé el dolor que podías sentir tú. Ayer debí de medir mis palabras, no pienso nada de lo que dije, fueron palabras arrebatadas que no pensé. -suspiro de nuevo y se levantó de la cama, camino hasta mi y puso una mano sobre mi hombro. -Hijo, perdóname no quiero perder lo único que me queda.

Noches sin Estrellas Where stories live. Discover now