C A P Í T U L O 32

66 7 0
                                    

Miércoles de la siguiente semana. Habían pasado 11 días de la última vez en la que había visto a Brissa. Estaba preocupado hasta la médula. Ya ni sabía a quién preguntarle por ella. Lo peor; no sabía nada de Brissa, no sabía cómo se llamaba su abuelo, no sabía dónde vivía, no sabía que lugares frecuentaba, pensándolo bien realmente no sabía nada de ella.

Los últimos dos días había buscado la manera de hablar con Santiago para saber si él sabía algo, lo más mínimo. Pero no era tan fácil encontrarlo, ni mucho menos hablar con él.

El buzón de Brissa ya estaba saturado, le había dejado tantos mensajes de voz que en algún punto el buzón estaba lleno. Le mandé mensajes de texto pero no contestó ninguno, igualmente le mandé mensajes por la aplicación, pero ni siquiera le habían llegado. Estaba que no me calentaba el sol. No podía concentrarme en las clases, todo me llevaba a pensar en ella y casi todos mis pensamientos me llevaban a una conclusión no tan buena.

Revisé mi celular por cuarta vez, no había ni una señal de vida. Tomé un bocado de cereal con leche, me había levantado lo suficientemente temprano como para desayunar en casa, además mi padre había regresado de su viaje el día que había dicho,  nuestra relación era más extraña que en otros días, pero aún así me había quedado para desayunar juntos.

—Buenos días –saludo mi padre al entrar a la cocina.

—Buenos días –respondí sin quitar la vista de mi teléfono, tal vez con la esperanza de recibir un mensaje de Brissa.

Pude escuchar los pasos de mi padre detrás de mí, abría cajones y rebuscaba entre las cosas, en algún punto me desespere.

—¿Qué buscas papá? –dije con voz neutra.

—Mi caja de cereales, no los encuentro –respondió con un bostezo.

—Oh, se terminaron ayer –conteste al mismo tiempo que tome otro bocado de cereales.

Mi padre tenía sus cheerios de miel, era un poco obsesionado con ellos, prácticamente no me dejaba si quiera tocarlos. En ocasiones exageraba, lo que él no sabía es que cuando no estaba y se iba de viaje, yo me los comía a casi a todas horas.

—¿Te los volviste a comer Darien? –pregunto, la verdad es que no estaba seguro de si estaba enojado o no.

—Tal vez –volteé a verlo y me encogí de hombros.

Lo miré de arriba a abajo. Mi padre llevaba pijama todavía. Frunci el ceño. Lo miré seriamente, él notó mi mirada.

—¿No irás a trabajar?

—No, tome vacaciones –una sonrisa se asomó en sus labios y me miro fijamente.

—¿A si? –pregunté con desinterés.

Justo en ése momento lo que menos quería era desaparecer en algunas vacaciones inventadas por mi padre. No quería irme ni de mi habitación, ni de la escuela y mucho menos quería despegarme de mi teléfono. Además ya no me emocionaba tanto como alguna vez lo llego hacer. En algún punto dejo de importarme si mi padre estaba conmigo o no. Al fin de cuentas podría contarte las veces que habíamos pasado juntos, pero no podría ni decirte cuantas veces mi padre no estaba en casa durante todo un año.

Al ver mi expresión, frunció el ceño. —¿No te alegras de que pasaremos más tiempo juntos?

—Papá, hace semanas no tenía tantas cosas que hacer..., tengo que estudiar, además pasó más tiempo con mis amigos o y aparte entré a clases de arte en el Instituto..., por Dios Papá, hace días fue mi cumpleaños y ni siquiera te acordaste –hablé con tono seco. Mi padre me miro con incredulidad. —Cumplí la mayoría de edad por si es que no te acuerdas..., porque la verdad no lo dudo ni tantito.

Noches sin Estrellas Where stories live. Discover now