C A P Í T U L O 43

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20 millas de calor y el camino no tiene retorno, algo pasa entre tú y yo, sudó gotas de licor y polvo. Y ahora que te vuelvo a ver, ya no quiero amanecer tan sólo –quite mi mirada del camino y vi de reojo a Brissa. —Vamos no me dejes cantar sólo.

Le vi sonreír, aunque todavía seguía mirando fijamente el camino que transitabamos. Jugueteaba con un cigarrillo sin aún prenderlo.

20 millas de calor y el camino que se hundió en el polvo, una ráfaga de amor lentamente sacudió el entorno. Y ahora que te vuelvo a ver ya no quiero amanecer tan sólo –cante las primeras frases pero al final Brissa terminó uniéndose. —Otra vez, porque ahora somos únicos, los únicos. Y ahora que te vuelvo a ver ya no quiero amanecer tan sólo.

Brissa sonreía entre medio de algunas frases, la pena se nos esfumó y nuestro voces comenzaron a ser puros gritos.

Hacia apenas unas horas habíamos decidido aprovechar nuestro fin de semana, tomamos el coche de mi madre y nos pusimos en marcha, aún sin saber a dónde nos dirigimos. Brissa había permanecido más callada que de costumbre, parecía haber vuelto a los primeros momentos en donde la había conocido. Parecía retraída, había pasado todo el viaje en coche callada, jugando con el cigarrillo y pérdida solo en sus profundos pensamientos. Más de una vez le había preguntado que pasaba, pero ella simplemente sólo se quedaba callada y negaba lentamente con la cabeza. Justo en ese momento estaba orgulloso de haberla hecho sonreír, de haberla hecho cantar y ser un poquito más feliz.

—¿A donde iremos? –pregunte cuando la canción había terminado.

—Es noche –menciono.

Era cierto, apenas hacia unos minutos que los rayos del Sol habían desaparecido por completo.

—Lo es –afirme sin dejar de ver la carretera.

La música seguía sonando en el estéreo cuando Brissa decidió hablar.

—Vamos al club Luna de Plata –sugirió con una sonrisita torcida.

—A ese ¿lugar? –pregunte inseguro, la verdad era que no tenía muy bonitos recuerdos de ese lugar.

—Tengo ganas de bailar... contigo –sus ojos me captaron por varios segundos y después volvieron la vista al frente. —Vamos, no es un mal lugar.

—Bueno, eso es cierto –pensé por unos minutos y al final dije. —Esta bien, iremos un rato.

Brissa volteo a verme y sonrió mientras seguía cantando, por algunos segundos ella dejó de pensar y yo dejé de preocuparme por ella.

♪♪♪▶♪♪♪

El lugar estaba atestado de gente, el guarura que aguardaba en la puerta nos dio una mala mirada antes de dejarnos entrar, habíamos permanecido en la cola por más de una hora, según el chico de delante de nosotros, la mejor hora de la noche, cuando todos en el club estaban en total y completo éxtasis, lo que para mi significaba era que todos estaban tan completamente borrachos como para no recordar sus nombres.

La mano de Brissa aún permanecía encajada con la mía, se sentía bien en no estar solo, se sentía muy bien tener una mano a la cual aferrarte cuando el miedo te golpeaba.

La miré de reojo antes de acomodar una vez más los anteojos en el puente de mi nariz. Le di un leve apretón para llamar su atención, aún no elegíamos un lugar al cual ir. Ella volteo a verme con una sonrisa apenas visible. Al mirarme captó mi pregunta, Brissa señaló una mesa que permanecía sola, casi a un lado de donde todos bailaban sin parar al son de la música.

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