C A P Í T U L O 22

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La música retumbaba más de lo normal, el ritmo de la música rebotaba por todas las paredes, la cabeza me dolía y mi humor no era el mejor. Había bebidas por todas partes, algunas legales otras no tanto. Recién llegamos a la fiesta y los chicos me abandonaron como un perro callejero, pero bueno..., en realidad sólo estaban enojados por tardarme tanto, el que más se enojó fue Franco, Mauro en cambio sólo se fue con Linda, como siempre.

En mi mente sólo había una imagen, el rostro de Brissa cuando me fui, parecía tan triste que muy apenas y pude seguir en marcha, ella no quería que me fuera, pero tampoco quería que me quedara, podía notarlo, podía hacerlo en sus ojos, en su semblante y en su postura, pero sobre todo en sus ojos, se habían vuelto opacos, ya no tenían el brillo que alguna vez tuvieron..., ella y yo sabíamos que esa fina tela de fantasía se había roto, éramos como dos niños que se acaban de enterar que los Reyes magos no existían. Qué había realidades que dolían. Y que la suya en concreto era la peor.

Alguien me había dado un bebida, estaba tan ensimismado en mis pensamientos que no me di cuenta de quién había sido, olí el vaso, parecía ser que era algo realmente fuerte, así que lo deje aún lado, preferí dirigirme a la cocina, así podría beberme algo de lo cual pudiese saber su procedencia.

La fiesta no era menos de lo que esperaba, adolescentes emborrachándose, parejas casi enrollándose por todos los rincones, algunos chicos fumando marihuana, otros metiéndose drogas, jugando los típicos juegos de fiestas adolescentes, algunos otros más tranquilos sólo platicaban o bailaban en algún espacio disponible. El único cansado mentalmente y físicamente podría ser yo.

Esquive cuerpos pegados a otros, caminé hasta la cocina como un contorsionista. Había personas por todas partes, aunque podía entenderlo, Linda era una chica popular en el Instituto y tenía hermanos mayores que estaban en la Universidad, los cuales también habían invitado a personas, lo sabia porque algunos parecían mayores de 18 años.

La cocina estaba casi vacía excepto por algunas personas que estaban ahí, tal vez refugiadas del desastre o sólo tal vez porque estaban más cerca de las bebidas, que por cierto había muchísimas.

Nunca en mi vida había bebido, siempre había sido el chico responsable, el que no bebía y el que siempre llevaba a sus amigos sanos y salvos hasta su casa. Pero sólo con una cerveza nada malo podría pasarme. Así que tomé una de la nevera, estaba por abrirla y sanbutirmela cuando entró Selene a la habitación. Caminé directamente hasta la salida, mi hombro topo con su hombro pero no me importó en lo absoluto. Aún así ella habló.

—Darien –mi nombre en su voz, sabía amargo de alguna manera, no me gustaba nada.

No iba a responder, aún estaba muy cabreado por lo que había pasado hace tan sólo unas horas.

—Oh vamos no te pongas así –no había ni volteado, pero sentí sus manos en mis hombros y luego su aliento en mi cuello, su aroma era asqueante, olía demasiado a alcohol—. Ella no vale la pena..., además yo no hice nada malo.

Apreté con fuerza la lata que llevaba en la mano, el líquido había empezado a escurrir por mi mano, no quería hablar, no quería arrepentirme después, debía de guardar el control, no debía perder los estribos, ella estaba borracha y no sabía lo que decía, simplemente no sabía.

—¿Estas enojado, por lo que pasó? –había caminado hasta ponerse delante de mi.

—No.

Mi respuesta fue tan seca y tajante que se sobresalto. De repente el semblante de su rostro cambio, parecía herida y enfadada.

—Darien, tu me gustas..., siempre me has gustado y creo que yo también te gustó, ¿no es cierto? –antes de que hablara suspiro, se relajó y se acercó a mí como si temiera que yo huyera.

Sus palabras calaron hasta los huesos, sabía que esto podía pasar, pero no de esta manera, no siendo ella el amor imposible de mi mejor amigo, de Franco. De repente me puse nervioso y revise la habitación por encima del hombro de Selene, no estaba Franco, pero casi podía sentirlo, él siempre estaba cerca de ella, como si fuera su guardaespaldas personal.

La aparte de repente avergonzado, ella lo noto, su semblante se dulcificó y sus ojos brillaron al máximo.

—No es momento –no se porque dije eso, ¿por que no en vez de alimentar sus esperanzas, las rompía de una vez por todas? ¿Por qué hacía eso?.

Me alejé lo más que pude y caminé por un lado de ella, salí de la cocina y me dirigí hasta la sala de estar. Podía sentir sus pasos detrás de mi, pero aún así no me importó y seguí caminando.

La puerta de la casa estaba abierta, caminé a paso rápido para salir de ahí, necesitaba aire, necesitaba un respiro. Selene aún seguía mis pasos, estaba comenzando a irritarme pero no quería armar un escándalo justo ahí, donde Franco podría escuchar, donde todo el mundo podía escuchar.

Me paré justo en las escaleras de la salida, ajuste mis anteojos sobre la nariz, la mejilla había comenzado a picarme, siempre lo hacía cuando me sentía demasiado presionado, enfadado o cansado.

—Oh joder –pronuncié justo cuando miré hacia el frente donde un coche había aparcado, un coche del cual Brissa había bajando.

Selene estaba a mi lado podía sentirlo, podía sentirla, se había pegado a mi como una sandijuela, hombro con hombro, podía imaginarme que miraba lo mismo que yo. Del otro lado del coche salió un tipo con pinta de ser un bravucón. Entonces lo reconocí, se llamaba Santiago, estudiaba con nosotros, o estudio con nosotros un tiempo, hasta que lo reprobaron y fue a repetir año, por lo que sabía vivía en los barrios bajos y todos decían que vendía drogas en la escuela, aunque si le preguntabas algún chico ellos lo negaban. Era un secreto a voces. Muy apenas y daba la cara en el Instituto, siempre se la pasaba alejado de los demás, además de que tiene pinta de badboy, con tatuajes, chaquetas de cuero y cuerpo frondoso, tenía una motocicleta, pero hacia tiempo que no la miraba en el estacionamiento, así que lo más seguro es que la haya cambiado por el coche en el que venían. Él era sueño de todas las chicas, todas sin excepción de una.

Y ahora estaba con Brissa, la estaba tomando de la cintura con total naturalidad, ella parecía incómoda pero aún así no hacia nada para quitárselo de encima. Brissa aún no reparaba en mi, aún no me había visto y no sabía si sentirme ofendido.

—Asi que con Santiago –dijo Selene en forma de burla.

No se en que momento había aplastado por completo la lata de cerveza ya no había líquido en ella, así que la tiré aún lado y limpie mi mano en mis vaqueros. Brissa seguía vestida igual, como hacia tan sólo unas pocas horas.

Cuando Brissa escuchó la voz de Selene, nos miro automáticamente, como si ya supiera que estábamos ahí, tal vez si nos había visto antes.

Me miró, pero aparte la vista hacia otro lado, me sentía un idiota, un jodido idiota, apenas había pensado en que nada me importaría, en que aún sabiéndolo todo, me la jugaría de una vez por todas. Ahora no encontraba las mismas razones por las cuales había pensado en eso.

Sentía su mirada fija en mi, así que tome el valor y la miré de una vez por todas.

Sus ojos, parecían..., arrepentidos y fue ahí que me ablande como una fruta apunto de pudrirse. Selene se removió a mi lado y Santiago parecía más interesado en la fiesta que en nosotros.

—Vamos a la fiesta preciosa –dijo Santiago mientras la empujaba un poco por la cintura.

Ella caminó sin vacilar y pasaron justo por un lado de mi, el aroma de Brissa aún era de lavanda, no se había borrado ni con el olor del cigarrillo, era una extraña mezcla entre calma y tempestad.

Noches sin Estrellas Where stories live. Discover now