C A P Í T U L O 33

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El viernes por la tarde/noche iba por las calles sin un rumbo fijo. La verdad es que no sabía a dónde ir, pero no podía estar más encerrado en mi habitación. Ya tenía suficiente de números y letras. Los últimos días me había concentrado tanto en los estudios, para no pensar en todo lo relacionado con Brissa. Casi lo había logrado, pero entonces caía en mi cama y todos los recuerdos me golpeaban como un balde de agua fría.

En los días pasados no había podido conciliar el sueño, por las noches tocaba la funda de mi almohada y todos los pensamientos se aglomeraban en mi mente. Era como tejer y destejer la misma maraña de hilos. Cada hilo un pensamiento diferente que se golpeaba con otro. Cada pensamiento un sentimiento diferente. Sentimientos tan diferentes que lograban causar un explosión dentro de mi.

Levantaba la mirada hacia el cielo y sólo había oscuridad, las nubes eran tan espesas que parecía que llovería en cualquier instante. La gente seguía transitando por las calles de la ciudad. Todas acompañadas, en cambio yo, me sentía más sólo, que antes de conocer a Brissa.

Las farolas de las calles ya estaban comenzando a encenderse. La ciudad se estaba sumiendo en la oscuridad. No tenía pensado regresar pronto a mi casa. Hacia mas de dos horas que había cogido el coche de mi madre y me había largado a la ciudad, no me importaba el lugar a donde me dirigía inconscientemente, sólo necesitaba algo de paz, de tranquilidad y tal vez de soledad.

Tomaba el volante con la mayor fuerza que tenía. Había pasado tantas calles que si tuviera que regresar por el mismo camino, fácilmente me perdería. Subí el volumen de la radio, estaban pasando una canción de Nothing but Thieves, en sí, mi banda favorita.

Estaba tan sumido en mi mente y en la música que llenaba cada rincón del coche que no me di cuenta del momento en el que salí de la ciudad y me sumergí en las afueras, donde sólo había árboles y maleza, maleza por doquier. Mi cuerpo estaba en piloto automático, había un camino que nunca podrían borrar de mi mente. Había un lugar que siempre me hacía sentir mucho mejor. Sabía que en ese lugar aún perduraban fragmentos de mi madre. En ese lugar era donde más podía sentir el espíritu de mi mamá. Esa pequeña casa en medio del campo era mi hogar, era nuestro hogar cuando todo era pura felicidad.

Detuve el coche justo debajo de las ramas del árbol más viejo de este lugar, si llovía, bueno, el coche estaría más protegido. Abrí la puerta del auto y salí, pero al salir me tope con aquel columpio que mi padre me hizo el último verano que vinimos con mi madre. Era mi lugar favorito cuando no podía más con los regaños de mi padre, fue mi refugio cuando mi madre ya no estuvo más con nosotros.

Después de el fallecimiento de mi madre, mi padre había decido venir a este lugar y vivir una temporada. Fueron no más de 2 años, pero esos años fueron los más difíciles para nosotros. Durante ese tiempo sólo veía los fines de semana a mis amigos. El lugar estaba tan lejos que no podíamos ir y venir sin perder tiempo. Así que mi padre me matriculó a una escuela pública en el pueblo más cercano. Fue una temporada que no recuerdo muy bien.

Caminé hasta la entrada de la casa, busqué el repuesto de llaves que permanecía entre la maceta de un helecho. Abrí la puerta con leve empujón. La casa olía a humedad, pero aún estaba como cuando la dejamos la última vez.

Abrí las ventanas de la sala. Encendí los focos de los pasillos, aún funcionaban bien.

Por más de media hora le eché un vistazo a cada rincón de la casa, nada parecía estar fuera de su lugar.

Me dirigí a la cocina y tome un vaso de agua. Sentí mi celular vibrar en el bolsillo, lo saque con la leve esperanza de que fuera Brissa la que me estaba buscando. Pero no era así sólo era una llamada de mi padre. No conteste sólo le mandé un mensaje para que por lo menos estuviera más tranquilo.

Noches sin Estrellas Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz