C A P Í T U L O 11

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—No escuchaste nada de lo que te dije, ¿verdad? –su voz me quito lo atontado que estaba.

—No –respondí simplemente.

Aún no me atrevía a abrir los ojos, tenía miedo de que cuando lo hiciera sólo fuera un cruel sueño. Pero su voz era la más cálida que había escuchado. Abrí los ojos y la contemple segundo a segundo.

—Lo pensé –su mano viajó a mi mejilla, sus dedos estaban fríos, así que tuve un pequeño escalofrío cuando me tocó.

La canción había dejado de sonar hace muchos minutos atrás, tal vez duramos mucho tiempo besándonos, tanto, que pensé que esto iría más allá. Aún así nos detuvimos.

—Me encantan tus ojos –hablé tal vez sólo porque no quería que nuestras miradas se rompieran, hablé porque quería que esa pequeña felicidad se expandiera.

—Una vez me lo diste a entender –susurro, dejando una conversación más privada que cualquier otra cosa.

—Y tú me dijiste que te gustaban mis rizos –peine un poco los rizos desordenados.

—Me gustan más cuando están desordenados –llevo sus manos y los revolvió un poco, me sentía como un niño mimado.

—Entonces así los usaré siempre.

Permanecíamos quietos en el sillón de la sala, las libretas de la tarea de inglés estaban entre nosotros, las hojas se habían arrugado un poco. Sabía que en cualquier momento llegaría la vergüenza total.

—Darien –dijo mi nombre como si estuviera saboreando cada letra en su paladar—. Me encanta tu nombre. Me siento como en una fantasía, es... como si estuviera en algún lugar paralelo a mi verdadera vida.

—Pues está es la realidad... es la realidad y a mi me encanta verte sonreír, aunque no lo hagas a menudo.

Un silencio cómodo y dulce, se instaló entre nosotros. No podíamos dejar de vernos. Yo no podía dejar de verla, está era la versión más dulce de Brissa, con las mejillas levemente enrojecidas, el cabello negro cayendo por los hombros, con los ojos brillantes y los labios un poco hinchados. No había nada más que nos importará, la buena música de la radio hacia un gran juego con nosotros. Pero teníamos que volver a la realidad, nada es para siempre, pero podemos hacerlo un poco más eterno.

—Hay que seguir con el trabajo, no crees –pronuncie las palabras con ilusión, pensando que está conexión no se apagaría fácilmente.

—Tienes razón hay que seguir –Brissa se apartó sólo un poco, tomó las libretas y las aliso todo lo que pudo, de igual manera yo me separé.

Agarré mi vaso de agua y tome un sorbo, se me había quedado la garganta seca, pero no sabía porque.

—Y, ¿sobre que tienes que escribir? –pregunté con curiosidad.

Entonces la mire con más detenimiento, su mirada estaba perdida en algún punto lejano, movía el lápiz de un lado a otro mientras pensaba en alguna cosa que yo no sabía.

—Brissa –hable detenidamente, de la misma manera en la que ella había pronunciado mi nombre.

—¿Qué decías? –hablo reaccionando casi de inmediato.

—¿Sobre qué tienes que escribir tu ensayo de inglés? –pregunté de nuevo con voz calmada.

—Es sobre las cosas que más me gustaban cuando era una niña –su voz había tomado un tono tan triste que tenía ganas de abrazarla fuertemente.

—Esta bien –entonces tuve una idea—. Que te parece si primero escribes el ensayo en español y después lo traduciremos al inglés, así será más fácil. ¿Tienes apuntes?.

Noches sin Estrellas Where stories live. Discover now