C A P Í T U L O 28

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Durante los siguientes días Brissa no dejo de ir a mi casa por la noche, no habíamos tenido sexo ni una sola vez después de ese viernes. Ella dormía en mi cama plácidamente y yo estaba bien con eso, porque sabía que para ella era como un respiro de aire limpio. Para mi también lo era, porque sabía que ella estaba bien a mi lado. Siempre lo estaría.

Ya no tenía que entrar por la ventana como aquel día de mi cumpleaños, no tenía la necesidad, así que entraba por la puerta como todos. Estaba solo, así que no había nadie que me lo reprochara. Lo único que me tenía mal, era que al despertar ella no estaba, cuando abría los ojos por la mañana me encontraba completamente solo. Me había dado cuenta de que Brissa se iba antes de que amaneciera.

En algunos momentos llegaba a creer que había desaparecido, pero cuando llegaba al Instituto y la miraba, me daba cuenta de que no era así, de que sólo lo hacia porque tenía que llegar a su casa para no levantar sospechas ante su abuelo. No sabía que pretexto le ponía, en realidad no me había atrevido a preguntarle, en ocasiones era muy cerrada y no me contaba muchas cosas, pero entendía que para ella era difícil hablar sobre todo eso que rodeaba su mundo.

Durante estos días Brissa se juntaba con Santiago, ya muchos habían regado el chisme que eran novios, que eran del mismo barrio, así que eran la misma escoria..., palabras de ellos, no mías. De repente cuando los miraba me entraba la duda y los celos, pero al llegar la noche, me daba cuenta de que estaba en mi cama, ella se sentía más segura conmigo que con él, con eso ya me sentía mucho más importante que Santiago.

Pero al final de cuentas Brissa era impredecible y no sabía que esperar de ella.

El colegio estaba sumido en una extraña calma, por lo general siempre había escándalo por todas partes, pero este día no, este día todo estaba mucho más tranquilo y era extrañamente raro. Había estado lloviendo durante toda la mañana, tal vez y fuera por eso, la lluvia siempre inspira calma y tranquilidad.

—Es raro que todo esté tan calmado –expresó Mauro a mi lado.

Estábamos en la cafetería, los tres teníamos un café en nuestras manos y nuestro almuerzo a aún lado, aparte de estar lloviendo había viento, lo que hacía que hiciera frío, no tan fuerte, pero un café no hacia daño.

—Los días lluviosos inspiran depresión –aseguro Fran.

—Concuerdo con él –lo apoye, porque yo sentía lo mismo.

—Si, pero no creo que sea lo único –respondió Mau.

Miramos a nuestro alrededor, algunos parecían estar en su mundo, pero la mayoría cuchicheaban unos con otros, como si estuvieran conspirando en secreto. No había un murmullo colectivo en la cafetería, sólo se oía el rechinar del viento con las puertas de cristal.

—¿De dónde has sacado ese gorro? –pregunto Franco llamando mi atención.

—Pues..., lo compré –titubie al sentir su mirada recorriendo mi rostro.

—A mi no me mientes, ese gorro yo lo he visto en otra parte.

Y así era, el gorro que llevaba puesto era el mismo que Brissa me había dado ese día en plena calle, cuando los dos supimos más uno del otro. Me lo dio cuando sentí una extraña conexión con ella.

—No se de que hablas –me hice el tonto.

—Tienes razón Fran, yo también lo visto en otra parte..., o más bien en otra persona –Mauro me vio con persuasión.

—Verdad que si.

—Pues yo no sé, hace días lo compré en una tienda –mentí.

—Mal mentiroso –respondió Mauro.

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