C A P Í T U L O 14

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Hace aproximadamente una media hora que habíamos salido del Instituto, no nos importó ninguna de las clases que nos tocaban después del receso. No había cabeza para ello.

Habíamos encontrado una banca vacía en un parque donde casi no había gente, Brissa seguía llorando, sin importar que yo estuviera aquí o que le estuviera tomando la mano, la verdad es que no podía hablar, sólo había una cosa que daba vueltas y vueltas en mi cabeza, podía estar en la verdad, podía ser que no, pero no podía imaginar otra cosa de no ser así.

—¿A sido tu abuelo no es cierto?

Nunca había visto a Brissa tan vulnerable, ahora podía notar claramente las ojeras que había debajo de sus ojos, sus ojos, Dios sus ojos, estaban tan rojos de llorar que parecía tener alguna alergia, cada fracción de su rostro representaba angustia y terror al escuchar mi pregunta. ¿Pero quién más pudo haber sido aparte de su única familia?.

—No, me he caído y se me hicieron todos estos golpes –hablaba temerosa, con nerviosismo, sabía claramente que me mentía.

Como un impulso tome su cara entre mis manos, hablé lo más sereno posible, no quería que se asustara más.

—Sé que me estás mintiendo, pero tienes que saber que me preocupo por ti. Dios, tengo que saber quien fue, quiero ayudarte, podemos ir a la policía, sólo dime que pasa –prácticamente el rostro de Brissa se llenó de terror al escuchar mis últimas palabras. —Tienes que tener un poco de confianza en mí, se que apenas me conoces, pero yo no sería capaz de hacerte daño, no después de todo lo que a pasado entre nosotros.

Las rodillas de Brissa y las mías se alcanzaban a tocar, había poco espacio entre nosotros, pero la verdad es que no me molestaba en lo absoluto. Aún seguía tocando su rostro con las palmas de mis manos, limpie los restos de agua que había debajo de sus ojos, había logrado tranquilizarla un poco, pero aún había cierto miedo en sus ojos, tal vez no quería decirme lo que pasaba.

—Tengo miedo –susurró, pero gracias a la cercanía logre escucharla.

—No tengas miedo, yo estoy aquí, puedo protegerte –de repente ella comenzó a negar con la cabeza—. ¿Qué pasa?

—Es que no entiendes, esto es mucho más grande, no podrías protegerme de algo así –al principio su tono de voz era muy alto, pero al final susurró las últimas palabras.

—¿Cómo voy a entenderlo si no me dices que es lo que pasa? Además en realidad no sabes de lo que puedo llegar a ser capaz –trate de aminorar todo, traté de sonreír, a pesar de que ver así a Brissa me doliera hasta el alma.

—¿Qué puede llegar a hacer un niño como tú, tan tímido y vulnerable? –preguntó.

—Dicen que los tímidos son los peores, así que no me juzgues antes de conocerme por completo –ladee una sonrisa para que mis palabras no se oyeran tan duras.

Despegue mis manos de sus mejillas, las puse sobre sus manos y las apreté para transmitirle un poco apoyo.

—Ahora puedes decirme, ¿qué es lo que pasa? –tome un poco de aire—. ¿Quién te golpeó de esta manera?

En ningún momento deje de mirarla, de alguna manera quería saber qué pasaba por su mente. Quería encontrar respuestas en sus ojos. Al ver el color, recordé lo que había pasado el viernes en mi casa, ahora el color parecía estar tan apagado que parecían aún más claros, muy diferentes a comparación de cuando nos besamos. Entonces una idea terrible pasó por mi cabeza, até cabos y parecía ser lo más probable.

—¿Es qué tu abuelo te golpeó por llegar tan tarde el viernes? –ella agacho la mirada, se concentró en nuestras manos unidas y después subió lentamente su rostro hasta llegar de nuevo al mio.

Lentamente Brissa asintió a mis sospechas, eso había pasado, su maldito abuelo la golpeó por llegar tarde, pero no podía evitar sentirme muy culpable, esto había sido culpa mía.

—Esto fue culpa mía –solté sus manos y pase mis dedos por mi cabello. Dios esto había sido culpa mía.

—No, no Darien, no fue culpa tuya, yo no debí de dejar que pasara tanto tiempo –ella me miró y puso su mano sobre mi rodilla, sentí un cosquilleo extraño propagarse por mi piel.

—Tu abuelo es un cabrón, deberías de denunciarlo a la policía –de nuevo tomé sus manos, hablé con tanta urgencia, con tanto pánico de que algo así podría repetirse.

—No puedo, él... –su voz se apago, agacho la mirada y sólo hubo silencio—. Es mi única familia, me quedaría sola. No quiero que eso pase, él es un cabrón de eso no hay duda, pero no quiero quedarme más sola de lo que estoy.

Pequeñas lágrimas comenzaron a rodar por su mejillas, de nuevo limpie cada una conforme caían.

—No estas sola. Estoy yo –pronuncie mis palabras con la mayor seguridad posible, pero era cierto, ella pasó a ser parte de mi desde antes de nuestro primer beso.

—Pero no es suficiente, quisiera que lo fuera, pero no lo es, necesito más, pero no se que es lo que necesito. Realmente quiero que seas suficiente para no sentirme sola, pero no es así y no puedo mentirme, no puedo mentirte –el cabello negro, caía a los costados de su cara, pero había hebras que se pegaban a sus mejillas, las lágrimas bajaban sin parar. Mi vista se volvió borrosa, fue como si mirara bajo el agua y es que ella tenía razón, yo no era suficiente.

—Pero esto puede cambiar –murmure tratando de que mi voz saliera apesar del pequeño nudo que se atravesó en mi garganta.

—No creo que pase –sus manos alejaron las mías que permanecían en su mejillas, hizo un ademán de parase, ella quería irse y la verdad es que yo también quería hacerlo.

—Espera –tome su mano, quise detenerla aunque fuera por unos segundos, aún tenía que darle su pequeño regalo.

Tomé el celular que permanecía en mi bolsillo, tomé su mano y dejé su palma hacia arriba, después lo puse sobre esta, de nuevo cerré sus dedos sobre el teléfono.

—Quiero que lo tengas, a pesar de todo, podemos ser amigos, quiero aunque sea cuidarte un poco –suspire al ver su cara de negación—. Es mejor que lo tengas, no acepto un no como respuesta. Quiero que si esto vuelve a pasar puedas comunicarte conmigo para ayudarte. Realmente quiero ayudarte.

—No puedo aceptarlo –abrió su mano y lo miro por largos segundos, después lo volteo y miro el protector que tenía, parecía que de nuevo iba a llorar—. No puedo dejar que me regales esto, parece ser muy caro.

Brissa trató de devolvermelo, pero no lo acepte.

—En realidad es un viejo teléfono que antes era mío. Brissa no quiero que algo así pueda repetirse y tú estés incomunicada –de nuevo deje el celular en su mano, la apreté y volví a hablar—. El celular te puede ayudar en alguna emergencia, mi número está guardado, al igual que el número de mi casa, podrás comunicarte conmigo por cualquier cosa. Realmente puedes llamarme a cualquier hora.

Ella me miró por lo que parecían ser minutos, pero no fueron más que un par de segundos.

—Eres demasiado bueno Darien –guardo su celular y luego camino unos pasos, pero de nuevo volteo—. Las personas demasiado buenas, sufren más que las demás.

Brissa camino pasó a paso, parecía caminar con dificultad por los golpes, al fin de cuentas se fue sin mirar atrás de la misma manera en la que lo había hecho tantas veces. Ya no me sorprendió tanto, creo que tendría que acostumbrarme a sólo mirar su cabello ondear al marcharse. Pero sus palabras estaban llenas de razón, lo sabia porque mi madre era demasiado buena, entonces llegó esa maldita enfermedad y se la llevo. Era cierto que las personas más buenas son las que sufren más.

Me quedé sentado en la banca por tanto tiempo que no supe en que momento comenzó a llover, el cielo se había vuelto gris por completo, las gotas de agua caían en todo mi cuerpo. La mayoría empañaba mis anteojos, mi cabello de repente comenzó a escurrir agua sin parar y es que la lluvia se volvió más fuerte de lo que esperaba. Miré hacia la calle, ya había varios charcos en el asfalto, no sabía el porqué aún seguía sentado ahí, pero la verdad es que la lluvia me calmaba, me ayudaba a concentrarme y aliviaba un poco todos los pensamientos que había en mi mente.

Noches sin Estrellas Where stories live. Discover now