C A P Í T U L O 34

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Estábamos por finalizar el mes de octubre y apenas me parecía que ayer había sido mi cumpleaños. El tiempo se escurre entre nuestros dedos como agua que nunca podrás atrapar. Así había sido siempre y así sería hasta el final.

El día de hoy el clima era horriblemente depresivo. En algún momento el otoño llego, con el también llego esa época de frío y lluvias pequeñas, solo brisas. Por la madrugada había empezado a llover, era una llovizna que apenas podías notar, era una brisa que viaja con el viento, esa brisa que después de mucho tiempo bajo ella te podía empapar. El cielo estaba completamente gris y el frío se colaba por la ropa y te calaba hasta los huesos. Mirabas a las personas y podía asegurarte que llevaban más una capa de ropa.  

Todos los estudiantes se reunieron en la cafetería a la hora del receso, la mayoría había peleado un café o un té. Uno de ellos era yo.

Estaba tomando mi café mientras miraba como Franco babeaba por Selene, la cual estaba en una mesa continua, ella no me había dirigido la palabra y mucho menos una mirada, la verdad es que lo agradecía. Estaba tratando de calentar mis manos con el vaso de café.

—¿Necesitas una cubeta? –le pregunté a Franco obviando el hecho de que estaba babeando.

—Tal vez un tinaco –habló con sarcasmo.

Me reí con una fuerte carcajada. Miré hacia mi lado derecho pensando que Mauro estaba ahí. Pero entonces recordé que no había ido al colegio porque se había resfriado. Extrañaba su presencia cuando hacia bromas.

—¿En serio estas enamorado de ella? –pregunte cuando la risa había cesado.

Franco se enderezó en su lugar y me miró fijamente, estaba serio y cuando se ponía serio es que la cosa era extremadamente sería.

—Desde hace mucho tiempo –afirmo.

—Deberías acercarte a ella o de una vez fijarte en alguien más –le di un pequeño sorbo a mi café y lo miré directamente a los ojos.

Franco era de esos chicos que decían ser marginados, pero que en realidad se llevaba bien con todas las personas, no importaba quien fuera, aunque en sí su carisma ayudaba bastante. Sus ojos eran de un azul muy claro casi celeste, su pelo era rubio y lacio, siempre lo llevaba desordenado. Era de esos chicos que todas las chicas miran, aunque sea una vez.

—No creo que ella sienta lo mismo por mi –hablo con voz distante.

—No lo sabrás, si no hablas con ella.

Franco miro hacia Selene y casi al instante aparto la mirada.

—Hace tiempo hablé con ella, no le dije lo que sentía, pero me dio a entender que le gustaba otra persona que no era yo –sostuvo su té de manzanilla y lo tomó en pequeños sorbos.

Recordé las veces que había hablado con ella. Me parecía extraño que ella se hubiera fijado en mi y no en él. Claramente Franco era mucho más atractivo que yo.

—Bueno, entonces deberías de fijarte en alguien más –sugerí.

No quería que Franco sufriera por ella, aunque ya era irreversible, él estaba enamorado. Una vocesita dentro de mi, me decía que hablará justo ahora, que le dijera todo lo que había pasado con Selene para que no se enterara por terceras personas. Sabía que era lo correcto, pero no sabía cómo explicarle el hecho de que yo no la rechazará a la primera, si no que de alguna manera le había dado algunas esperanzas y sabía que si tardaba más en decírselo él se enojaría más por engañarlo que por cualquier otra cosa.

—No lo sé, no es tan fácil –recordó sin despegar la mirada de la mesa metálica.

—Eso lo sé –Fran no dijo nada y yo tampoco hablé más.

Noches sin Estrellas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora