C A P Í T U L O 20

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Había una canción en mi mente. No me dejaba poner toda la atención en la profesora. Mientras ella caminaba de aquí para allá explicando sobre las diferentes tribus que había en el país, yo trataba de recordar el nombre de esa canción, de esa letra que no se despegaba de mi memoria.

Te quiero tocar y topo con pantallas de cristal.

Te quiero encontrar, tal vez ya nos cruzamos al andar.

Te quiero besar y sólo me queda mi magia a salvo... de tus labios mi amor.

Había escuchado esa canción hace unas semanas, pero no había escuchado el nombre y tampoco el cantante, pero ese pequeño fragmento de la canción se me había adherido a la memoria como una garrapata. No había duda de que quería encontrarla, de alguna manera absurda me recordaba a Brissa.

Brissa siempre olía a lavanda.

Siempre que entrábamos a clase de Historia, trataba de sentarme tras ella, su olor viajaba constantemente hacia mi nariz y era una sensación totalmente agradable. Por nada del mundo quería que ella se diera cuenta de esa pequeña manía que tenía, pero no podía evitar querer estar cerca de Brissa. Su aroma llenaba cada uno de mis sentidos. Era embriagador.

Durante minutos estuve pensando en la posibilidad de tomar un mechón de su cabello y oler su aroma, pero eso era raro y aún más raro era que aún estando enfermó, lleno de mocos y de gérmenes, ese pequeña posibilidad no se me iba de la cabeza. Dios, estaba comenzando a volverme loco.

—Chicos, no olviden que el próximo lunes habrá exámen semestral –la voz de la profesora me saco de mis extraños y absurdos pensamientos.

Los quejidos de todos mis compañeros comenzaron a resonar sin parar, podía incluirme en ello, el que más se escuchaba era Franco, ya que en ocasiones podía ser un gran quejica.

—Miren, ya saben que pasa si no estudian..., y les aseguro que no es mi problema –parecía molesta, tal vez algo cansada, yo también lo estaría, si tuviera que lidiar con más de 20 adolescentes durante todos los días.

El timbre sonó. Muchos salieron sin siquiera detenerse a escuchar a la profesora, Brissa fue una de ellas, salió tan rápido, que por un momento no la hubiera visto salir. Franco y Mauro también se adelantaron y no fueron capaces de esperarme. Acomodé mis libretas en la mochila, tome los lápices y los metí sin ver exactamente donde los había puesto. Cuando salí del salón todos los alumnos caminaban en una sola dirección, era obvio que todos se dirigían a la cafetería, yo mismo iba para ese lugar.

La garganta me ardía y picaba, el día anterior había amanecido con fiebre y dolor de cabeza así que no había ido al Instituto, tuve que estar todo el santo día en la cama. Apenas hoy había amanecido un poco mejor para venir.

—Hola.

La voz de Brissa me hizo temblar, por nada esperaba que ella me hablara, ni siquiera pensé que podría verla, el miércoles no la vi en todo el día, aunque habíamos hablado por mensaje y todo había ido bien o eso creía. La verdad es que con ella no sabía que esperar.

—Hola –respondí.

—¿Cómo sigues? –respondió casi de inmediato, su voz era firme y el aroma a lavanda viajaba con rapidez a mi nariz.

Al principio no sabía a qué se refería, pero después vi que me miraba atentamente. Así que respondí sin saber muy bien a qué iba su pregunta.

—¿Bien? –sonó más a pregunta que a afirmación. Acomodé los anteojos en el puente de mi nariz.

—Ayer no viniste al colegio, así que le pregunté a Mauro... creo que así se llama..., –tomó una pausa, ordenó sus ideas—. Y me dijo que habías amanecido resfriado.

Noches sin Estrellas Where stories live. Discover now