C A P Í T U L O 48

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Ya sólo quedaban algunas horas de Navidad. Me encontraba en casa más angustiado que nunca, me aferraba a mi celular como si él tuviera la solución y tal vez no fuera así, pero lo que realmente estaba esperando era que Lucía Gallego me contestara los mensajes. Hacia bastante tiempo que le había mandado un mensaje, para decirle que tenía que venir lo antes posible, le mandé mi dirección, mi número de teléfono y por último adjunto la ubicación de la casa ese tal zorro, esperaba que con eso fuera más que suficiente.

Aunque claramente no lo era, había tratado de hablar a la policía, pero estos de manera prepotente me mandaron a freír espárragos, y es que habían pensado que solo era una maldita broma, pero no era. Acaso habría personas tan enfermas como para bromear sobre alguna persona secuestrada, pues tal vez si las hubiera pero este caso era más que totalmente real.

Tenía que ir a la comisaría, lo sabía pero mi padre estaba tan enfadado por haberme ido sin avisar que prácticamente me había dejado encerrado en la casa.

Durante toda la noche no pude pegar los ojos ni por un solo rato, y francamente estaba ocurriendo una segunda vez. Revise de nuevo mi teléfono con la esperanza de algo, no sabía que estaba esperando, pero estaba tan angustiado y tan ansioso que era lo único que podía hacer. O tal vez podría hacer algo más.

Abrí la puerta de mi habitación lentamente, tratando de que mi padre no se diera cuenta. Era día de Navidad lo sabia y él también lo sabía pero estaba tan cabreado que decidió no hacer nada y mandarlo por el caño, aunque francamente yo tampoco ayude, estaba tan estresado que peleamos como ya la habíamos hecho alguna vez. Ahora él se encontraba encerrado en su habitación, al igual que lo estaba yo.

Caminé a paso lento y baje las escaleras, sabía dónde escondía las llaves de la casa cuando se enfadaba de esta manera, seguí caminando hasta el viejo retrato que se mantenía quieto en la pared de la sala, lo levante sólo un poco y de atrás de él cayeron las llaves al suelo, maldije en voz baja y volteé para ver si venía, pero no, todo estaba prácticamente vacío, aparte claro, de los viejos y destartalados adornos de Navidad, que colgaban de algunas partes estratégicas de la casa. Segui mi camino hasta la puerta de la casa, antes de siquiera abrir la puerta regresé sobre mis talones hasta el despacho de mi padre, lo abrí lentamente y caminé hasta su escritorio, busqué desesperadamente las llaves del coche, no las encontré, pero para mi buena suerte si encontré las llaves del coche de mi padre, las tome sin vacilar y caminé rápidamente hasta la salida, abrí ya sin importarme si hacia ruido o no.

Salí de la casa dando un portazo más fuerte del que hubiese querido, fue entonces que me eché a correr hasta el coche de mi padre, le quite la alarma y entre sin mirar atrás. Dejé mi teléfono en el porta vasos y di marcha al coche.

Volteé sólo una vez hacia la casa, las luces estaban encendidas y mi padre estaba gritando como loco en la puerta da la casa, respiré profundamente y seguí calle abajo. De nuevo iba hacia Brissa, pero esta vez la traería de regreso.

♪♪♪▶♪♪♪

Ya llevaba algunas cuadras recorridas cuando la vi, era ella, pero apenas y podía caminar. Se aferraba a la pared como si ya no pudiera mantenerse de pie. Frene el coche en seco y abrí la puerta tan deprisa para salir del coche que casi me caigo al asfalto.

—Darien –murmuro Brisa con pesadez.

Ella soltó la pared y cayó de rodillas al suelo, llegue a su lado antes de que cayera por completo.

—Brissa –tome su cara entre mis manos, apenas y podía mantener los ojos abiertos.

Su cara estaba llena de golpes, tenía prácticamente toda la cara llena de sangre, miré sus manos, entre ellas no había nada, pero estaban llenas de lodo o tierra con sangre no lo sabía. Pero su ropa estaba casi totalmente desgarrada, había algunos cortes en su brazos y piernas. Sus labios estaban rotos y de las pequeñas heridas salia sangre. Estaba tan débil que en cualquier momento se desmayaría.

La tome entre mis brazos y la cargue hasta el coche que aún tenía la puerta abierta, como pude la metí en el asiento del copiloto.

—No, no me dejes –susurro Brissa, alargó una mano hacia mi.

—No te voy a dejar, sólo te llevaré a casa –me quité la chaqueta y la puse sobre ella, hacia tanto frío que Brissa había comenzado a temblar, ya fuera por lo débil que estaba o por el tremendo frío que hacía.

Rodeé el coche y entre a él. Francamente no estaba seguro de si debería ir a mi casa, pero no había otro lugar al que pudiera ir. Mi abuela estaba enferma así que no podría ayudarme, tendría que ir a un hospital pero entonces las preguntas comenzarían y los problemas también. Así que finalmente regresé a casa.

—¿Darien? –pregunto Brissa con leve voz.

—Si, aquí estoy..., sólo no cierres los ojos –la vi de reojo y acelere un poco. —Todo va a estar bien.

—Estoy muy cansada, me duele el cuerpo.

—Lo se, lo sé... Pero mantente despierta ya casi llegó a la casa.

Por un momento me dejaron de importar los semáforos en rojo, pero entonces me di cuenta de que no podía ser tan inconsciente, aunque para mi fortuna no me crucé con ningún otro hasta que llegue a casa.

Detuve el coche y salí con apuro, abrí la puerta del copiloto y saqué a Brissa entre mis brazos.

Corrí con ella hasta la puerta, entre a la casa y la recoste en el sillón de la sala.

Me apresuré en ir por alcohol o por cualquier cosa que encontrará en el botiquín de la casa. No me importo en lo más mínimo que mi padre estuviera en casa.

—Hijo, ¿qué haces? ¿Por qué te fuiste de esa manera? –pregunto mi padre bajando por las escaleras.

No respondí, sólo corrí al baño y arrase con todo lo que me pudiera servir. Corrí de nuevo a la sala donde Brissa ya se hallaba inconsciente.

—¿Qué hace esta chica aquí? ¿Por que demonios está tan herida? –mi padre seguía con sus preguntas mientras ponía un poco de alcohol en un algodón.

—No es el momento papá –dije sin subir mucho el tono de voz.

Lo primero que debía hacer era desinfectar las heridas y después tendría que detener el flujo de sangre. Mi padre me miraba entre asustado y enfadado.

—Podrías ayudarme padre –dije sin dejar de limpiar sus heridas.

Aunque me era difícil por la ropa que llevaba. Mi padre me miro indeciso, pero al final cedió.

—Tienes que quitarle la ropa para que te sea más fácil –lo miré indeciso, pero comencé a quitarle las prendas que llevaba puestas, o parte de ellas.

Estaba tan angustiado que no podía pensar con total claridad.

Mi padre acercó un poco de alcohol a la nariz de Brissa, fue de modo que ella comenzó a abrir lentamente los ojos. En lo mientras yo seguía limpiando algunas heridas que tenía en los brazos. Aún no despertaba totalmente, así que corrí a mi habitación por alguna manta para cubrirla.

—¿Quién es usted? ¿Donde está Darien? –escuche la voz de Brissa preguntando, había subido la voz asustada.

Baje corriendo con la manta entre mis manos. Cuando llegué a la sala observe a Brissa en una orilla del sillón, se había hecho un ovillo y había cerrado los ojos, mi padre la miraba entre asustado y sorprendido.

—Brissa... Brissa aquí estoy –murmure cuando me acerqué a ella, la rodee con la manta y ella se sobresalto asustada al sentir mis manos sobre ella.

—Darien –sollozo y entonces se abalanzó contra mi, me rodeo con los brazos y yo hice lo mismo.

Acaricié su pelo con una mano y con la otra la sujete fuertemente.

—Tengo miedo –susurro sobre mi oído.

—Todo va a estar bien Brissa –le dije tratando de pasar el nudo en la garganta que se me había formado desde que la vi tan herida. —Todo va a estar bien.

A decir verdad no lo sabía, esas personas tienen muchas influencias y en realidad ellos podrían encontrarnos, pero ni siquiera podía pensar en ello, no podía, no quería hacerlo.

—Vamos a limpiarte esas heridas ok –le dije con voz calma aún pasando mi mano por su cabello. —Ahora todo estará bien.

Pero en realidad creía que era una rotunda mentira.

Noches sin Estrellas Where stories live. Discover now