C A P Í T U L O 27

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Las calles ya estaban desiertas y completamente oscuras, en esta ocasión el cielo estaba oscuro, había nubes espesas tapando el esplendor de las estrellas. Ni siquiera la luna se asomaba, parecía que en cualquier momento comenzaría a llover.

Estaba escuchando música en mi celular cuando llegué a la puerta de mi casa, la cual estaba con las luces encendidas, lo más seguro era que la señora Young las haya dejado así, al ver que no llegaba, tal vez pensó que me quedaría en casa de Ma' Chuy.

Iba subiendo las escaleras para llegar a mi habitación cuando escuche la música que provenía de ella, al principio pensé que tan sólo había dejado el estéreo encendido, pero si hubiera sido así mi nana lo hubiera apagado cuando llegó a la casa. Subí con más cuidado y puse suma atención en los ruidos que había, pero sólo había música dentro de mi cuarto, en realidad era una canción que ya tenía bastante bien conocida. La canción era Paseo Sideral de Costera que cantaba a dúo con León Larregui. Una de mis preferidas.

La puerta de mi habitación estaba cerrada, pero claramente podía escuchar la música, tomé la perilla y abrí lentamente, asomé sólo la mitad de mi cara por una pequeña abertura. Estaba totalmente a oscuras, por la ventana apenas y entraba un poco de luz de las farolas, abrí por completo la habitación, tiré la mochila al suelo y volteé hacia la pared buscando el encendedor de la luz, cuando por fin la encontré a tientas, la encendí.

Estaba quitándome la chaqueta que llevaba puesta cuando repare en el cuerpo que estaba tendido en mi colchón, para mi mala o buena suerte era Brissa.

Di un pequeño brinco en mi lugar por la sorpresa, Brissa me miraba fijamente y yo la miraba a ella de la misma manera, llevaba puesta la misma ropa que está mañana, aunque en esta ocasión llevaba el cabello suelto. Brissa volteo hacia el techo y cerró los ojos, pero habló.

—Esa canción me ha gustado –y habló con tanta serenidad, que me dolió.

El dolor que había sentido, refloreció tan rápido, recordé todo, el como me había dejado, el como me había ignorado y el como me había sentido yo al respecto.

—¿Qué estas haciendo aquí? –reproché y al ver que no contestaba volví a hablar—. ¿Cómo es que has entrado?

—Por la ventana –señalo la ventana abierta de mi habitación.

Hasta ese momento repare en que estaba abierta y no cerrada como la había dejado esta mañana.

—¿Trepaste?.

—Si, no fue muy difícil, además tengo un poco de experiencia –abrió los ojos y se sentó en la orilla de mi cama.

—Estas consciente de que pudiste hacerte daño –asevere, no quería ni pensar que al llegar a mi casa la hubiera encontrado en el suelo de mi patio.

—No soy tan torpe.

Preferí guardar silencio.

—¿Me puedes decir que estas haciendo aquí? –pregunté sin dejar de mirarla—. Todos estos días has estado ignorandome y de repente te escabulles en mi habitación.

Estaba enfadado, eso era cierto. No era tan idiota como para recibirla con los brazos abiertos. No después de todo lo que me hizo pensar y sentir con su rechazo. Me sentía como una tremenda marica.

—Respira, respira y siéntate aquí –me señaló la cama. Ella parecía extrañamente relajada.

Caminé con pasos lentos, me senté a su lado, traté de respirar y de calmar mis pensamientos.

—Leí tu nota..., y quise decirte que tú no hiciste nada, la cosa es que también quise venir a felicitarte por tu cumpleaños, los escuche hablando por la mañana –sonrió y tomó mi mano—. Pero aquí el asunto es que, me siento extraña, nunca nadie me había hecho sentir como tú lo hiciste, esto es nuevo para mí y no se como manejarlo, no se como lo manejan las niñas normales. Me siento rara y no se ni siquiera como es que me siento, porque la verdad es que no encuentro un nombre para esto. Yo..., ni siquiera sé, que te estoy diciendo, me siento muy tonta. Dios..., yo solo quería darte un beso.

Noches sin Estrellas Where stories live. Discover now