Prólogo

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Prólogo

Colorado, 1999

La canción que resonaba en el auto era mágica para Katie, y el encantador bosque a su izquierda parecía más que real. Anhelaba ver a los amistosos monstruos de los que su padre le hablaba todas las tardes, o encontrar alguna hadita que deambulara por allí. Sin embargo, esa tarde no tuvo la suerte de presenciar nada de eso.
La carretera estaba húmeda y el ambiente se volvía oscuro. Peter tarareaba varias canciones mientras su hija le ayudaba. Era una niña llena de inocencia pura.

— ¿Cuándo llegaremos, papá? —preguntó Katie, dejando escapar un largo bostezo.

—Ya casi, princesa.

—No he visto a ningún duende hoy —Katie volvió a bostezar.

—Supongo que los duendes están un poco escondidos hoy. Pero cuando lleguemos a la bahía, verás millones, Katie —le respondió Peter.

— ¿Lo prometes?

—Lo prometo.

Katie intentó decir algo más en la conversación, pero solo pudo soltar otro bostezo antes de cerrar los ojos y sumergirse en un sueño profundo. Al verla tan incómoda y cansada en el asiento delantero, Peter no dudó en detener su coche y colocarla en el asiento trasero. La acomodó sobre unas almohadas y le cubrió con una manta. Plantó un beso en su frente y regresó al asiento del conductor para continuar el viaje.

Un timbre de un celular se escuchó con dificultad por la música que sonaba. Peter logró descolgar la llamada a tiempo.

— ¿Hola? —Preguntó, sin dejar de prestar atención al camino mientras conducía.

—Cariño, ¿ya han llegado? —preguntó su esposa con dulzura. La voz de ella llenó a Peter de calma.

—No, todavía no. Katie se quedó dormida —respondió Peter.

—Mi pobrecita, debe de estar exhausta.

—Lo está —respondió Peter mientras echaba un vistazo a su hija, quien seguía durmiendo plácidamente —. Un viaje de trece horas es demasiado, créeme.

—Lamento tanto no haber podido ir.

—No te preocupes, cariño. Mañana por la mañana estaremos allá.

—Ten cuidado, cielo.

—La tendré.

—Cuida a Katie.

—Lo haré.

Al tocar el botón rojo para colgar se quedó admirando un momento a su perfecta familia. Pero... Peter no sabía que esa sería la última sonrisa que le daría a este mundo. Dos focos blancos fue lo último que sus ojos lograron captar. Luego todo se escureció. Peter abrió sus ojos, varias ramas estaban cruzando el vidrio del auto, tragó saliva, él se estiró para poder llegar hasta la puerta, pero se dio cuenta que ni siquiera estaba moviéndose. La mitad de su cuerpo no le obedecía, así que sacó un pequeño papel que estaba en la mochila de Katie, con su respiración entre cortada y un dolor recurrente en su cabeza logró alcanzarlo. Miró a Katie con un pequeño rayón en su rostro, él no escuchaba absolutamente nada, pero logró ver a su hija en llantos despavoridos. Tomó su mano y le colocó en su pequeña palma ese papel. Su último suspiro, —Katie, sé fuerte —dijo él, con su garganta ronca. —Te amo.

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Estoy muy emocionada de presentar mi nueva novela. Sé que les encantará tanto como a mí me encantó. Espero que me la reciban con mucho amor como yo la he escrito para ustedes.

SUEÑOS EN PARÍS ©Where stories live. Discover now