Capítulo XVII

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Katie

—¿Señorita?

Mis pasos se detienen abruptamente al toparme con Cesar, el impecable mayordomo de los Cartier, justo en la entrada del hotel. Él, apoyado en la lujosa limusina negra, dirige su mirada hacia mí con una inquietud palpable en sus ojos al dirigirme la palabra.

—Hola, Cesar —le saludo, haciendo mi mayor esfuerzo por mantener mi voz estable —. Estaba pensando si es posible regresar a la mansión.

—¿Se encuentra bien, señorita? —él inquiere, juntando sus cejas — ¿Dónde está el doctor Franco?

Tengo que resistir la necesidad de girar los ojos. Dios, de verdad no me apetece hablar de él, pero tengo que fingir que todo está bien pues tampoco quiero que los demás piensen que hemos tenido algún tipo de estúpida discusión de pareja. Tengo que seguir siendo leal a nuestro contrato.

Él sigue adentro. No me estaba sintiendo bien de salud —finjo sentir un malestar al acariciar mi estómago con mi mano — ¿Podrías llevarme de regreso? ¿Por favor?

Cesar asiente.

—Por supuesto, señorita —dice, lanzándome una última mirada de recelo. Finalmente, él abre la puerta de la limusina, permitiéndome entrar.

Una vez dentro dejo caer todo el peso de mi cuerpo en el asiento. ¿En serio ha sucedido?

Mis ojos se deslizan a través de la ventana polarizada, y mi mirada se pierde en lo alto del edificio. Mientras Cesar comienza a poner en marcha el motor con suavidad. En ese instante, una oleada de recuerdos invade mi mente, aferrándose a cada detalle, cada sonido y movimiento, pero, sobre todo, a las palabras que resonaron y vibraron en mis oídos...

"—Tú no tienes idea de cuánto odio que seas tan apetitosa y no haya podido tener un solo bocado de ti".

"— No tienes idea de cuánto odio no poder tocarte como quiero".

Aaron es demasiado...

Dejo caer mi rostro en la palma de mis manos. Dios. Cada una de sus palabras se ha calado en lo más profundo de mi ser ahora, y no estoy segura de cómo deshacerme de ello. Tengo que encontrar una forma para dejar de pensar en lo que sucedió.

Pero entonces, cierro mis ojos y puedo sentir sus manos recorriendo partes de mi cuerpo que nunca debió haber tocado. Que nunca debió haber besado. Todavía siento sus labios sobre mi cuello y el recuerdo quema cada centímetro en mi piel.

Oh Dios, ¿qué voy a hacer?

No tengo la menor idea de cómo voy a verle a los ojos después de todo esto. No hay manera posible.

Basta.

Yo puedo olvidar esto fácilmente. Mañana todo será diferente, debo repetirme mentalmente que todo estará bien y que ninguno de los dos tocará el tema. Estoy cien por ciento segura de que Aaron ni siquiera me verá a los ojos después de esto, sé perfectamente bien que lo que menos deseaba él era terminar en una situación como esta, y ahora, más que nunca, lo entiendo.

"—Dime, mi hermosa Katie, dime cuánto odias esto".

Tras unos breves minutos, nos encontramos frente a la mansión. Cesar, atento como siempre, me brinda su ayuda para abrir la puerta y adentrarme en el interior. Un extraño silencio envuelve cada rincón, creando una atmósfera casi fantasmal en contraste con la usual actividad y bullicio que suele inundar estos espacios. Me despido cortésmente de Cesar, y comienzo a subir las escaleras hasta la habitación. Al cerrar la puerta tras de mí, ni siquiera enciendo la luz.

SUEÑOS EN PARÍS ©Where stories live. Discover now