Capítulo XXII

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Katie

—Espera un momento, por favor.

En cuanto escucha mi voz se detiene a medio camino y permanece inmóvil en el umbral de la puerta. Mi papá es tan alto que tiene que agachar la cabeza para no golpearse con el marco de la puerta.

Se gira, y con sus ojos muy abiertos me ve fijamente.
—Pensé que ya te habías dormido, cariño —él me dice, acercándose nuevamente a mi cama. Se sienta en la orilla y respira profundo.

—Es que no me gusta estar sola —me cubro con la manta pues me da mucha vergüenza que papá crea que soy una cobarde. No me gusta ser cobarde. Desearía ser como él, no parece temerle a nada en este mundo —. No me gusta la oscuridad.

—Katie —susurra, acariciando mi cabello —, ¿sabías que la oscuridad nunca ha sido mala? Somos nosotros quienes siempre imaginamos lo peor en medio de ella.

Pienso un segundo mi respuesta y recuerdo una charla que tuvimos la primera vez que fuimos de campamento, ese día también estaba con miedo a la oscuridad y el silencio del bosque.

—Todo está en mi mente —respondo en voz baja.

—Y, ¿quién es dueña de esa pequeña mente?

—Yo.

—Tú eres más fuerte que cualquier miedo, Katie. Eres más fuerte que tu mayor miedo.

Miro directamente a la ventana de mi cuarto. La luna se puede observar desde mi posición en la cama, la observo, su brillo y la hermosura de su sonrisa.

—¿Soy mayor que mi miedo a estar sola? —digo, pero mi voz es tan baja que no estoy segura de que mi papá la haya escuchado. —Nunca vas a irte, ¿cierto? —le pregunto, esta vez trato de hacer lo posible para que mi voz se escuche fuerte y clara.

Él se levanta de la cama, se reclina sobre mí, acaricia mi cabeza y besa mi frente.

Yo sonrío.

—Nunca, mi princesa.

Oscuridad.

Oscuridad.

Oscuridad.

Todo está completamente oscuro...

—¡¿Puedes escucharme?!

Cuando abro los ojos, me encuentro con el rostro de un hombre mirándome fijamente.

Sin embargo, justo ahora no puedo pensar en nada más que en el dolor que siento en mis manos, brazos, rodillas y piernas. El dolor en mis rodillas es tan intenso que ni siquiera pienso en la idea de incorporarme, de hecho, estaría feliz quedándome aquí. Sin pensar en nada más.

—Katie, por favor, dime algo —escucho su voz. Su voz. Entonces, es cuando logro comprender mi alrededor. Este hombre, este hermoso hombre frente a mí es Aaron, y... Antes de que pueda siquiera emitir un sonido de mi garganta, él me coge por detrás de las piernas y me levanta en el aire. Está cargándome en sus brazos. Sus fuertes, grandes y gruesas manos me sostienen con firmeza, puedo escuchar los latidos acelerados de su corazón mientras camina hasta el coche frente a nosotros.

Mi lista...

No puedo creer que haya dejado ir lo único que me quedaba.

—¿Por qué no me ayudaste? —es lo único que sale de mi garganta antes de empezar a llorar.

Lo he perdido.

Otra vez.

Aaron me ayuda a sentarme en el asiento trasero del auto. Cuando se separa de mí, me ve con un semblante entero de confusión y enojo. Puedo ver cómo comienza a tratar de controlar su respiración antes de hablar.

SUEÑOS EN PARÍS ©Where stories live. Discover now