Capítulo XIV

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Katie

Afortunadamente, yo era muy buena montando caballos. Mi padre y yo solíamos ir a cabalgar en las zonas rurales de San Francisco. Era nuestro deseo más grande hacerlo algún día en París, Francia.

«Lo logramos, papá» digo en mi mente, mientras cabalgo el hermoso caballo blanco que Aaron ha traído para mí. Nunca me había sentido tan agradecida, y creo que mi sonrisa se lo hace saber.

Aaron va un poco más adelante que yo, pero no me deja atrás, siempre voltea a ver si estoy bien.

Justo cuando pensé que este hombre no podía ser más majestuoso, tenía que ir y montar un caballo. Se veía impecable al hacerlo, podría decir que era un profesional. Ni en un millón de años me habría imaginado en una situación como esta: cabalgando un caballo junto a un doctor. Supongo que siempre hay una primera vez para todo.

No podía dejar de sonreír. Observaba el paisaje tan fresco, lleno de vida y naturaleza, con ese verde tierno que se extendía por todas partes. Cabalgábamos a cierta distancia cuando nos detuvimos junto a un pequeño arroyo de agua cristalina. Esto parecía irreal, no podía creer que lo que estaba presenciando en ese momento fuera real. Sin lugar a dudas, la belleza de la naturaleza nunca dejaría de sorprenderme.

—Me estás diciendo que todo esto es de tu familia —le digo, elevando mi voz para asegurarme de que pueda escucharme desde donde me encuentro.

Aaron dirige su mirada directamente hacia el agua, manteniendo una postura perfecta en la montura del caballo y sujetando las riendas con una sola mano. Observo cómo acaricia con ternura el pelaje del caballo, recordándome que también debo hacer lo mismo.

—Sí. Es propiedad de los Cartier.

—¿Parte de tu herencia?

—No —responde él —. La herencia se limita únicamente a la mansión y el negocio de los Cartier, una de las principales productoras de lácteos en el país.

No intento esconder mi asombro.

—¿Tú heredarás todo esto? —empiezo — ¿Aunque no sepas nada del negocio?

—El CEO seguirá siendo el mismo. El único deseo de mi familiar es que el negocio esté bajo mi nombre.

Mi estómago se llena de emoción y curiosidad. Estoy demasiado intrigada por saber más como para parar de hacer preguntas ahora mismo.

—¿Por qué? —pregunto, esforzándome por mantener mi voz lo más educada posible— Si es posible saber más detalles al respecto...

—Mereces saberlo, Catherine, eres parte del contrato —responde. Me doy cuenta que ya no está viendo el arroyo, ahora está mirándome a mí —. Mi abuela ha dejado un testamento para otro familiar. Sin embargo, tras su muerte, legalmente soy yo la persona que debe heredar.

Puedo ver un atisbo de dolor en sus palabras, pero hace un gran trabajo en ocultarlo.

»Al principio me negué a aceptarlo —continúa explicándome —, pero posteriormente, me di cuenta que si yo no firmaba el testamento, la herencia iría al ex esposo de mi abuela. Y mientras esté vivo, no puedo permitir eso.

Trato de digerir todas sus palabras e inevitablemente empiezo a hacer mis propias conclusiones.

—¿No es lo que tu abuela quería?

Aaron suspira, y en ese momento puedo percibir una tristeza aún más profunda en su rostro. Él aparta la mirada de mí y vuelve a posar sus ojos en el agua, como si encontrara consuelo o respuestas en su serenidad.

—Mi abuela siempre ha mantenido su creencia en el matrimonio. Aunque no se desligó legalmente de su esposo, decidió distanciarse físicamente de él. El hombre era una escoria que maltrató físicamente a mi abuela durante años, hasta que Jasmine se enteró y expulsó a su propio padre de la casa. Llamaron a la policía, pero mi abuela se negó a cooperar —él niega con la cabeza mientras habla—. Por alguna razón, ella creía en el poder del perdón. Aunque finalmente se alejó de él, los traumas persistieron. Con el paso de los años, comenzó a padecer una enfermedad: el Alzheimer —esta vez, me mira directamente a los ojos, compartiendo el peso de esa revelación.

SUEÑOS EN PARÍS ©Where stories live. Discover now