Capítulo VI

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Katie

El doctor Franco y yo íbamos en la parte trasera, con mi maleta azul en medio de nosotros. Ninguno decía una sola palabra. Él miraba a través de la ventanilla de su lado y yo del mío.

Perfecto, así es como debía ser.

Me había dado el dinero que gasté pidiendo el Uber en billetes. Eran solamente catorce euros, pero él insistió en devolvérmelo, incluso amenazó con abrir mi maleta y meter los billetes ahí, obviamente me negué y terminé aceptando el dinero. Es el hombre más insufrible con el que he tenido la mala suerte de toparme.

Veo mis manos. Joder. Es que no puedo dejar de pensar en lo que Devin me comentó sobre él.

—La única razón por la cual el doctor Franco está aquí es por Rose. No sé si tengo la autorización para darte esta información, pero puedes tratar de hablar con Marie. Ella sabe más que yo.

—Ahora que lo recuerdo —hablo, dirigiéndome hacia él. Mi voz se escucha extraña por el silencio del vehículo —, no sé tu nombre.

Él permanece inmóvil, con la mirada fija hacia el adelante. Ugh ¿Realmente tiene que hacerse el misterioso con su nombre?

—Aaron —responde pausadamente. Muy bien, eso me ha tomado por sorpresa. — . A-a-r-o-n —él deletrea.

Entrecierro mis ojos.

—Por favor, tienes un nombre muy fácil. Un niño de dos años podría deletrearlo —me río, en un barato intento de burla.

Incluso su nombre es horriblemente sexy.

—¿Tu nombre es Katie? —me pregunta, esta vez girando su cuerpo hacia mi posición. Puedo percibir un intento de media sonrisa en la comisura de sus labios.

—¿Qué estás insinuando? —inquiero — Katie es el diminutivo de Catherine, genio.

—Y decidiste usar el diminutivo porque no podías deletrear Catherine, ¿no es así?

Mi boca se abre de golpe. Dios.

No lo soporto, no lo soporto, no lo soporto.

—Eres detestable.

—Deletrea "detestable" —él dice, cuando de pronto, una media sonrisa se dibuja en su rostro, y tengo que darme diez bofetadas mentales para no distraerme por eso.

—Eres D-E-T-E-S-T-A-B-L-E —deletreo los más rápido que puedo, mostrándole el dedo medio.

Hm. Buen trabajo, eres obediente —responde él, su voz tan suave como un ronroneo. Luego aparta la mirada y recuesta la cabeza hacia atrás en el asiento del coche. Puedo ver las arrugas en los costados de sus ojos.

Jamás había odiado a alguien, pero Aaron se estaba ganando el privilegio de ser la primera persona.

Llegamos al hotel y después de agradecer al chófer, bajamos del coche al mismo tiempo. Intento caminar lo más rápido que puedo, pero él me supera fácilmente, ya que un paso suyo equivale a tres míos. Ahora camina delante de mí y, sinceramente, odio incluso la forma en que lo hace. Odio cómo saluda a los que nos reciben en el lobby, cómo toca el botón del ascensor y me pregunta a qué piso nos dirigimos. Detesto ver su reflejo en el espejo del ascensor y su forma de vestir: una aburrida y simple camiseta blanca con unos pantalones azul oscuro. Sus gafas Ray Ban colgando en el cuello de su camiseta me parecen ridículas.

Él me descubre mirándolo a través del espejo.

Ah, mierda, atrapada.

Aparto la vista y rápidamente saco mi teléfono para fingir hacer algo. Realmente solo estoy tocando el número 2222 en la aplicación de la calculadora.

SUEÑOS EN PARÍS ©Where stories live. Discover now