Capítulo XXVII

2.2K 217 5
                                    


Katie

Imagínate por un momento, en una habitación, completamente sola, vestida con la mejor tela que hayas usado alguna vez. Te ves hermosa. El aire entrando por la ventana, la luz solar iluminado de manera casi perfecta. Música acústica sonando a lo lejos, los campos verdes que se pueden admirar con solo dirigir tu mirada hacia la luz.

Todo es perfecto.

Todo es perfecto.

Todo lo que llegue a alcanzar la perfección tiene que tener su final.

Escucho el crujido de la puerta, y me encuentro con una amplia y cálida sonrisa cuando me volteo. Edward.

Wow. Jamás pensé decir esto, pero te ves como una de esas modelos millonarias —él dice, admirando mi vestuario de pies a cabeza —. Dime que publicarás fotografías en Instagram con ese vestido.

Yo me río.

Supongo que después de todo, tener a Edward cerca me ayuda a controlar mis pensamientos. Relajarme incluso. Jamás pensé que usaría la palabra "relajarme" con Edward cerca.

—¿Qué se supone que llevas puesto tú? —observo —¿Desde cuándo usas corbatín?

Hace una mueca antes de responder.

—Cállate, kitty. Las chicas lo encuentran irresistible... —suspira, dejando caer sus hombros, mirándome con pánico puro —. Tienes razón. Por Dios, es que es la primera vez que estoy en una firma de herencia. No tengo idea de cómo se supone que debo vestirme.

—Y decidiste que la mejor opción era vestirte como Mr. Bean.

Edward abre la boca en una gran "O", intentando lucir herido.

—¿Qué Mr. Bean yo? Primero, ¿qué clase de ofensa es esa? Debo darte clases. Segundo, no, no es verdad, se supone que con esto me vería como los franceses.
¿Sabes una cosa? No puedes opinar nada, porque tú no sabes nada de moda francesa.

Me río por lo bajo.

—Edward, tienes suerte de ser guapo, haces que todo te quede bien. Incluso ese traje.

—Ahí lo tienes. Siempre supe que me veías guapo —me guiña el ojo.

Yo pongo los míos en blanco

—Por favor.

—Me halagas, Katie-kitty, pero debo recordarte que no eres mi tipo, nena.

Creo que todo mi intento por relajarme se ha esfumado ahora.

—Ay, por Dios, Edward.

Él se ríe, al mismo tiempo que empieza a reparar su mientras se ve al espejo.

—Oye, Uhm... —empieza —, ¿qué va a suceder una vez que termine toda esta cosa del contrato raro que tienen ustedes dos? Quiero decir, una vez que salgas allá y firmes esa herencia, ¿se dejarán de hablar, así como si nada?

La pregunta va como una aguja directamente a enterrarse en mi pecho. Es la misma pregunta que me he hecho desde que estuve con Aaron en el restaurante. No hablamos más, solo hubo un profundo silencio entre nosotros. El resto del día, Aaron no estuvo, tampoco llegó a dormir y sería una mentirosa si dijera que cada segundo me la pasé sobre pensando todo. ¿Estaba enfadado? ¿Se había cansado de mi presencia? O, bueno, lo más lógico de pensar era que el tiempo de nuestro contrato ya había expirado, y mis días en Francia también, por lo que tendría mucho más sentido.

—No lo sé —respondo, pero mi voz se quiebra a media palabra. Sé que Edward lo nota, y veo cómo se gira hacia mí —. Eh, supongo que seguiremos como amigos.

SUEÑOS EN PARÍS ©Where stories live. Discover now