Capítulo IX

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Katie

El estómago me dolía, pero no podía parar. Nada había sonado tan gracioso en años. No podía parar de carcajearme en la cara de Aaron.

Sentía la mirada de todos los presentes mirándome, incluso los ojos de los meseros, pero nada era tan divertido como el rostro de Aaron en este preciso instante: Tensando su mandíbula, haciendo todo lo posible por no esconder su rostro dentro de sus manos. No sabía que el doctor tenía un sentido del humor tan interesante.

Empecé a limpiar mis ojos llenos de lágrimas a causa de la risa y finalmente pude coger aire para respirar.

—¿Terminaste? —me pregunta él, mirándome con un semblante indescifrable. Debía darle crédito, era muy bueno con las bromas.

—¿Has considerado hacer stand-up? —le digo, aun limpiándome lágrimas sobre mis mejillas — Eres muy bueno.

La reacción que Aaron estaba teniendo justo ahora es todo lo contrario a como lo esperé. Él se endereza, acomodando su camisa de botones.

—¿De qué demonios estás hablando? —habla repentinamente, lanzándome ojos llenos de pura y palpable irritación.

Yo parpadeo, ahora más confundida que nunca. Sí, ya sabía que la persona que está frente a mí era extremadamente rara, pero no sabía que podía llegar a ser más raro de lo que ya era.

—¿De qué demonios estás hablando ? —le devuelvo mirada.

Él se recuesta sobre el espaldar de su silla, mirando hacia el techo del restaurante. Oh bien, aquí vamos otra vez. Yo entrecierro mis ojos, fijándome en la forma en que se mueven sus labios...

—¿Acaso estás contando? —pregunto.

Él vuelve a bajar su cabeza para dirigirme la mirada.

—¿Podemos hablar como personas normales, por favor?

—¿Podemos dejar de contestar todo con una pregunta? —yo objeto.

Levanta las cejas mientras lleva el vaso de agua a sus labios una vez más. Hago un esfuerzo mental para mantenerme concentrada y evitar cualquier distracción, resistiendo la tentación de quedarme babeando observando cómo su manzana de Adán sube y baja al beber agua.

—Quiero que seas mi prometida —repite —. Necesito que seas mi prometida.

—Chicoooo —escucho la voz de un hombre con acento francés hablar. Cuando llevo mi atención a él, me doy cuenta de que se trata de un mesero —. No puedes simplemente pedírselo así, ¿estás loco? Los americanos siempre hacen todo mal.

Aaron lo observa unos segundos, para después girar los ojos y esta vez sí deja caer su rostro sobre sus manos.

—Lo sé —admito con falsa frustración —. Nunca ha mostrado ni una pizca de romanticismo hacia mí —chasqueo la lengua mientras sacudo la cabeza —. Supongo que es algo propio de los médicos.

—Cosas de hombres, bebé —me dice el mesero, poniéndose las manos en las caderas —. Por eso odio que me gusten tanto. Ser gay, a veces es muy difícil.

Ambos nos echamos a reír.

Aaron levanta la cabeza una vez más y sus ojos alternan entre el mesero y yo, estableciendo un breve contacto visual en medio de la conversación.

—Una pizza, estilo nueva york, por favor. Y el mejor vino tinto que tengas —dice el doctor, dirigiéndose al mesero.

—Oye —empiezo —, ni siquiera me has preguntado qué es lo que quiero yo.

SUEÑOS EN PARÍS ©Where stories live. Discover now