Capítulo VI

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Katie

—Dios mío, cariño, ¿estás bien? —escucho la voz de Rose a lo lejos, aunque ella está literalmente a un paso de distancia. Sacudo la cabeza y trato de enfocarme en ella. Rose me mira con una expresión genuina de preocupación—. Te has puesto tan pálida, pensé que te habías desmayado de pie por un momento.

—Ah —dejo salir una risa nerviosa —, estoy bien.

Rose me observa como si estuviera frente a una persona desequilibrada. Me analiza detenidamente durante unos largos segundos antes de relajar sus hombros.

—Bueno, como estaba diciendo —prosigue hablando mientras se inclina para tomar la revista de la mesita nuevamente y comienza a hojearla—, ese doctor era todo un galán.

—Ya lo creo —las palabras salen por sí solas.

No podía ser posible, no había razón por qué entrar en pánico. No era el doctor Franco de Boston que yo estaba buscando..., investigando, o algo así. París es una ciudad enorme, no hay manera en la que dos personas que se conocieron —robaron las maletas —, en el aeropuerto puedan volver a verse nuevamente en un asilo. Podía ser posible encontrarlo en la Torre Eiffel, en algún museo o en cualquier otro lugar, menos este asilo. ¿Cuáles siquiera eran las probabilidades? Una entre millones.

No.

Imposible.

—Y... —comienzo, dirigiéndome a Rose—, dime Rose, ¿cómo era este hombre? Me refiero a su apariencia física.

Rose cierra la revista y se toma unos segundos mirando al vacío antes de responder. Suspira con una sonrisa en el rostro.

—Era muy alto, diría que incluso más alto que mi esposo Jeremy —Ella parece pensarlo un momento—. Sí, quizás unos centímetros más alto que Jeremy. Tenía cabello castaño, muy bien cuidado. Si me permites opinar, diría que se lava el cabello con un champú de más de mil dólares.

A medida que recuerdo su apariencia física, comienzo a sentir mariposas en el estómago. Una mezcla de emoción, excitación e intriga me invade de manera variada.

—Sus ojos —sugiero, haciendo memoria del precioso color azul de sus ojos. Tengo que pellizcarme para dejar de pensar en ellos —, ¿recuerdas su color?

Rose emite un sonido de "hm" y luego niega con la cabeza.

—No, no, llevaba unas gafas de sol.

Cierro los ojos. Oh, querido Dios. Realmente no quiero aceptarlo. Probablemente tiene un hermano gemelo.

—¿Sabes la razón de su visita?

Rose negó nuevamente, moviendo la cabeza de un lado a otro, lo que hizo que las canas de su cabello brillaran con la luz de la puesta de sol que comenzaba a filtrarse por las ventanas.

—Oh, créeme, cariño, intenté obtener toda la información que pude, pero como dije antes: es un genio. Es como un bloque de hielo, protegido con llave. Debo reconocerle, el hombre tiene habilidad para evadir preguntas de forma limpia.

No debería de sorprenderme, como lo es por fuera, seguramente lo es por dentro, completamente meticuloso al momento de compartir información personal. Debe de planear cada movimiento que toma, y me duele la cabeza solo de pensarlo.

—¿Lo conoces? —me pregunta Rose, mirando directamente a mis ojos.

Agito mi cabeza.

—No. Solo... —hago una pausa. Joder, necesito un vaso de agua —, el apellido, me pareció familiar.

SUEÑOS EN PARÍS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora