Capítulo XVI

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Aaron

No persigas a Katie. Permítele marcharse. Ambos somos conscientes de que esto ha sido un grave error.

Por más que me esfuerzo en repetirlo una y otra vez, no puedo apartar mi mirada de la puerta por la que Katie ha salido. Dios. Estoy acabado. Ella va a ser mi muerte si no voy tras ella en este preciso instante.

Aún tengo impreso en mi memoria el recuerdo de su suave piel en mis labios, y la sensación de sus labios fundiéndose con los míos. No puedo dejarla ir sin más.

Me apresuro corriendo por las escaleras, bajando rápidamente, y luego me dirijo al ascensor con determinación. Una imagen persiste en mi mente mientras estoy dentro del ascensor: ella, con los ojos cerrados, deleitándose con cada uno de mis besos. No estoy seguro si ella comprende la seriedad de esta situación. Catherine Blossom ha despertado un deseo insaciable en mí, que no se saciará hasta que sea mía.

El ascensor se abre y escaneo rápidamente la habitación en busca de su silueta, buscando el destello de su vestido por todo el salón.
De repente, mis ojos se posan en dos mujeres: Marie y Daya, ambas entablando una conversación. Marie me devuelve la mirada y su rostro palidece instantáneamente. Daya, que me da la espalda, se gira hacia mí y, al verme, muestra la misma reacción que Marie, forzando una sonrisa en mi dirección. Me acerco a ellas y les saludo a ambas con un asentimiento de cabeza.

—Aaron, hijo... —dice Marie. Sin embargo, me desconcierta escuchar su voz temblorosa.

Hago todo lo posible por proyectarme tranquilo.

—¿Alguna de ustedes ha visto a mi prometida? —pregunto.

Daya comienza a toser mientras bebe whiskey de un vaso. Aparta su rostro para limpiar el líquido derramado de su boca.

—Pensé que estabas con ella —me responde Marie.

—Entonces —me vuelvo a ella —, ¿realmente eras tú?

Su rostro se enrojece por completo al recibir toda mi atención. Maldición. Intento no mostrarme molesto, pero es imposible evitarlo, especialmente dadas las circunstancias. Estoy casi seguro, un noventa y nueve por ciento seguro, de que ella nos siguió a propósito, y esa simple idea me incomoda. No entiendo cuál podría haber sido su motivo.

—Lo lamento —ella dice, y me concentro en el constante movimiento de sus dedos al hablar, esto también me da una mala señal —. No ha sido mi intención...

—Es profundamente irrespetuoso espiar, Marie —digo, dejando que mi voz tome un tono más serio—. Si tienes algo que desees decirme o preguntarme acerca de la relación entre mi prometida y yo, estoy dispuesto a escucharte sin problemas.

—He visto a tu novia bajar por el ascensor hace unos minutos —habla Daya repentinamente, aun aclarando su garganta —. Parecía ir en un apuro.

«Entonces sí te has ido».

Doy la vuelta y comienzo a dirigirme hacia el ascensor. Sin embargo, una mano sobre mi hombro detiene mi avance. Me giro bruscamente, solo para encontrarme con la persona que menos esperaba ver en toda la noche.

—No me jodas.

—¡Mi hermano! —él exclama, abalanzándose sobre mí, para darme un abrazo. Recibo su abrazo, y por más que quiera mandarlo a la mierda en este instante, no puedo evitar sentirme feliz de verle.

—¿Qué haces aquí?

Él suspira profundamente y estalla en risas mientras disfruta de uno de los postres que han repartido.

—Larga historia —dice —. Viaje de negocios con el esposo de mi hermana.

Mi mandíbula se tensa.

SUEÑOS EN PARÍS ©Where stories live. Discover now