Capítulo III

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Katie           

No sé en qué momento exactamente se me había ocurrido que era buena idea traer todos mis consoladores conmigo. Supongo que solo estaba pensando en lo mucho que detestaba a Eliot y en lo bien que me la pasaría disfrutándome a mí misma. Pero justo ahora, en lo único que pienso es en la cara que habrá puesto el hombre del aeropuerto al abrir mi maleta y encontrarse con aquello.
Quiero decir, no es nada fuera de lo común, las mujeres podemos ser abiertas con nuestra sexualidad... Sí, claro que sí.

¿A quién quiero engañar? Estoy muriendo de vergüenza. Sé que no lo volveré a ver, pero es imposible no sentir la necesidad de que la tierra se parta en dos y me trague.

Vamos. Solo serán unos días en los que pensarás en esto, luego olvidarás todo y solo vendrá a tu memoria como un recuerdo gracioso.

Respiro profundo, intentando limpiar mi cabeza de toda la vergüenza que estoy sintiendo. Sin embargo, ahora estoy pensando en que..., realmente él estaba en lo correcto, la maleta que yo le he quitado era la suya. Joder, no hay manera en la que el universo desee humillarme más.

Cierro mis ojos y dejo salir un quejido de decepción.

Ugh.

Si perdí mi maleta azul significa que no solamente perdí mis consoladores —, y mi dignidad —, mi alisador de cabello, mi difusor para rizos. Vestidos, sombreros e incluso mi cepillo de dientes eléctrico.

Echo un vistazo a la maleta que tengo frente a mí. Claro que mi crush de aeropuerto tenía que ser meticulosamente ordenado..., podría decir a simple vista que hay algo de TOC en la forma que ha ordenado sus cosas.
La imagen del hombre sonriéndole al cielo de manera exasperada en el aeropuerto vuela a mi memoria. Debo admitir que se veía jodidamente sexy en ese estado, solo puedo imaginarme la reacción que tuvo al descubrir que yo he resultado ser la ladrona de equipajes. Además de ropa, y ropa interior de hombre no hay mucho más, rebusco entre sus cosas, teniendo la pequeña de esperanza de encontrar algo que me diga más de él, que quizá, me guíe a él, pero no hay nada.

Suspiro, cansada. Mierda, ¿cuál es su nombre? Tengo el pequeño recuerdo de haber leído su nombre en la etiqueta que le entregó el hombre del aeropuerto.

A... Aaaaaa.

No hay más dentro de mi memoria.

Sigo sacando su ropa de la maleta cuando finalmente encuentro algo que me parece útil: Una tarjeta.

"MGH 1811
Hospital general de Massachusetts
Gracias a todos los trabajadores esenciales
Gracias Dr. Franco".

Era una tarjeta de agradecimiento por brindar su servicio durante los días de pandemia.

Claro, claro que este hombre tenía que ser un doctor.

Pero entonces una bombilla se encendió sobre mi cabeza.
¡Lo tengo!
Es el hospital de Boston, Edward tiene que conocerlo. Oh sí. Si alguien me dice que no tengo suerte les mostraré esto.

¿Suerte? Acabo de literalmente confundir mi equipaje con un hombre desconocido.

Bueno, bajo este contexto creo que no es buen momento para hablar de suerte.

Empiezo a buscar el número de Edward en mi teléfono cuando recuerdo que ya he programado una cita con el asilo de ancianos a las cuatro de la tarde. Puedo resolver lo de mi equipaje luego, después de todo, no es como si esté muriéndome de ganas por darle la cara al hombre con quien peleé la maleta equivocada, y sobretodo, con el hombre que ahora seguro piensa que soy una pervertida adicta a la masturbación.

SUEÑOS EN PARÍS ©Where stories live. Discover now