Capítulo VII

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Aaron

Mi mañana comenzó de la mejor manera. Salí de casa a las cinco de la mañana para hacer ejercicio y correr. A las seis ya había regresado y aproveché el gimnasio. A las siete me duché y a las siete y media preparé un desayuno rigurosamente alto en proteínas. Finalmente, a las ocho, me senté en la terraza disfrutando de una taza de café. Esta rutina es bastante similar a la que tengo en Boston, lo cual me hace sentir cómodo y en casa.

A solo una hora de París se encuentra el pueblo de Rebais, donde mi familia materna ha establecido su hogar. Poseen vastas extensiones de tierras y ganado, lo que les ha brindado una posición bastante cómoda. A veces, incluso me encuentro sintiendo cierta envidia hacia su estilo de vida.
La vida en Boston no está mal, pero cada vez que vuelo a Francia, me doy cuenta de lo lejos que estoy de experimentar esa serenidad. Realmente, lo único que me retiene en Boston es la pasión por mi trabajo. Con inmenso esfuerzo y numerosas noches en vela, he conseguido un nombre como uno de los médicos más reconocidos en Massachusetts. Me siento orgulloso de mi posición y, aunque a veces anhele esta vida, no cambiaría lo que he construido en Boston por nada en el mundo.

Me estoy preparando para visitar a Rose. He decidido sorprenderla con su plato favorito: raviolis. La sola idea de ver su rostro lleno de felicidad mientras disfruta de la comida me hace sonreír. Aprovecho que nadie en la familia ha despertado todavía y salgo sin despedirme, en busca del coche que he alquilado.

Una vez en la carretera, me rodean los campos propiedad de mis familiares. A medida que avanzo, atravieso un enorme letrero de bienvenida que lleva el apellido de mi madre: Les Cartier.

Como Maps había predicho, ya me encontraba en el asilo en una hora. Reviso mi reloj: Diez en punto de la mañana. Doy los buenos días a cada persona con la que me cruzo, y por un momento siento una extraña sensación en el estómago al imaginar cruzándome con Katie.
Quiero pensar que es una sensación de intranquilidad al pensar en su presencia. Esa mujer era la descripción perfecta de la palabra caos.

Marie está leyendo junto a Rose en una mesa de picnic en el jardín principal. Ambas se encuentran sumidas en el libro que Marie lee, ver aquello me provoca una sensación de calma en el pecho.

—Muy buenos días, señoritas —saludo.

En ese momento, ambas levantan la mirada y me notan. Marie me observa con una sonrisa radiante de oreja a oreja, mostrando su alegría al verme. Por otro lado, Rose me mira con recelo.

—¿Quién eres tú? —me pregunta Rose, juntando sus delicadas cejas.

Yo le sonrío, sentándome frente a ella en la silla que está libre.

—Soy el doctor Franco, Rose.

Ella se toma unos segundos para analizarme.

—Hola, doctor Franco —responde Rose, rompiendo su expresión inicial y devolviéndome una hermosa sonrisa.

—Buenos días, doctor Franco —me responde Marie, siendo cautelosa con el uso de mi nombre —. Me alegra verte feliz hoy.

Supongo que mi rostro puede delatar lo bien que me siento hoy.
Marie se levanta de su silla, dejándonos a Rose y a mí a solas. Puedo ver la primera pregunta formándose en el rostro de Rose.

—¿De dónde eres? Tu acento no es de parisino.

—¿Quieres adivinar? —le pregunto.

—No, no gracias, soy muy mala con las adivinanzas.

Nunca se sabía exactamente en qué estado se encontraba Rose, todos los días era igual a hablar con una persona completamente diferente. Me preguntaba si cuando Jasmine viniera esta tarde a hacerle visita, se encontraría con la misma versión de Rose que estoy teniendo ahora.

SUEÑOS EN PARÍS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora