Capítulo XXVIII

2.1K 210 2
                                    



Katie

—Lo juro por todo lo santo. Si alguno de ustedes dos vuelve a llamarme Mr. Bean no tendré piedad alguna y los destrozaré en twitter.

—¿Cómo exactamente se supone que debería considerar eso una amenaza? —pregunta Aaron, mirando a Edward como si estuviera tratando con un desquiciado.

—En twitter puedes abrir un hilo —empiezo a explicarle a Aaron, mientras le doy un mordisco a mi crepe —, donde expones a una persona con todas las cosas malas que ha hecho.

—Definitivamente estoy viejo para toda esa mierda —suspira Aaron, cansado, al mismo tiempo que pasa su brazo por detrás de mi espalda.

Estamos disfrutando de una tarde en las mesas de calle del café de Antoine. Después de que Aaron me devolviera la carta, al día siguiente oficialmente nos volvimos algo más... Aunque no estaba del todo segura de qué éramos. Nos estábamos conociendo y esta vez, definitivamente, empezando de manera positiva. Uno de mis sueños en la lista era pasar la tarde con amigos en las afueras de París, lo que podría significar que, ¿Aaron era mi amigo?

No lo sé.

—¡Acabas de cumplir treinta años! —exclama Edward, apuntándole con su crepe — ¡Soy mayor que tú! Si tú estás viejo, yo soy una maldita antigüedad. ¿Sabes lo que realmente eres? Un aguafiestas de noventa y nueve años viviendo dentro de tu increíble e injusto cuerpo.

—¿Acabas de insinuar que Aaron tiene buen cuerpo? —me rio.

Edward se queda callado, mira hacia otro lado y parece reflexionar sobre lo que acaba de decir.

—Entendí la insinuación —dice Aaron. Ambos nos devolvemos la mirada y nos reímos suavemente, compartiendo ese momento de complicidad.

—No he dicho eso —Edward gruñe—. He dicho que no es justo que alguien tan aburrido como tú tenga un cuerpo tan...

—¿Sexy? Estoy de acuerdo —interrumpo con una sonrisa.

Aaron asiente y también sonríe.

—Un cuerpo de persona que tiene diversión —concluye Edward, mientras devora su crepe hasta el último bocado.

—Yo creo que tengo mucha diversión —responde Aaron— ¿Verdad? —pregunta, girando su cabeza y mirándome a los ojos.

Su mirada me hace sentir mariposas en el estómago.

—Oigan, no sé si recuerdan que tienen audiencia en contra de su voluntad ahora mismo —dice Edward, haciendo una mueca de desagrado, mientras se levanta de su silla con una taza en manos—. Asqueroso. Iré a por un refill en mi café.

Aaron continúa mirándome, y en este preciso instante, siento que sus ojos me transmiten millones de cosas hermosas en silencio. Nunca antes había sentido tantas mariposas en el estómago por un hombre. Solo con su mirada, despierta en mí toda una gama de sensaciones en un abrir y cerrar de ojos. Aún me resulta difícil creer que tenga sentimientos reales por mí..., es como si todo esto fuera parte de un sueño maravilloso.

—¿Qué haces? —rio, devolviéndole la mirada.

—Estaba pensando en el último sueño de tu lista —dice, apuntando a mi cartera—. ¿Refugio de gatos? ¿Torre Eiffel?

Sonrío apenada.

—Subir la torre Eiffel, es un sueño bastante obvio. No me juzgues. Lo del refugio... Podemos comprar un saco de comida para los gatitos y donarlo, ya que no podría adoptar uno aún.

—¿Por qué no? —pregunta él.

Lo observo durante un momento, intentando comunicarle lo obvio.

—Solamente me queda una semana en París, Aaron. Tengo que volver a San Francisco —digo con cierta tristeza en mi voz y noto una sensación agridulce dentro de mi pecho.

Aunque sigo notando la confusión y preocupación en sus ojos, él asiente con lentitud.

—Vamos, entonces —responde con suavidad —. Es hora de cumplir tu último sueño.

...

Posteriormente, nos despedimos de Edward, quien también ya había llegado a sus últimos días en Francia. Su vuelo salía esta noche, así que aprovechamos una hora más juntos. Y, sinceramente, fue una despedida intensa, disfruté cada risa, cada mirada entre Aaron y yo, y por supuesto, cada una de las quejas de mi amigo.

El resto de la tarde, Aaron y yo lo pasamos en el refugio de gatos, lugar al que supuestamente llevaríamos únicamente un saco de comida. Sin embargo, me sorprendió gratamente cuando Aaron fue a la tienda y compró más de diez sacos. Los del refugio no paraban de agradecernos mientras donábamos la comida. Fueron dos horas enteras de interactuar con esos pequeños felinos. Por alguna razón, los gatos parecían sentir un cariño especial por Aaron. Aunque él bromeó diciendo que prefería a los perros, sabía que mentía. Era evidente que simplemente no sabía cómo reaccionar ante tanto afecto.

Mis sentimientos hacia este hombre son arrolladores, y mi corazón se embriaga con cada segundo cerca de él. Es algo más profundo que una simple atracción, lo sé.

Ahora, aquí estamos, en medio del bullicio de turistas, dentro del elevador ascendiendo por la majestuosa Torre Eiffel. Es como si el mundo entero se hubiera desvanecido y solo existiéramos nosotros dos. Mi mirada está fija en él, incapaz de apartar mis ojos de su presencia. Estamos literalmente, dentro de una maravilla mundial, y yo no puedo dejar de mirarlo, mirarle solamente a él.

Lo que siento por él es innegable.

Las puertas del elevador se abren, y los demás turistas empiezan a salir. Aaron también sale y se voltea para esperarme. Camino lentamente, dejando que todo el mundo se disperse a nuestro alrededor, y una vez cerca de él, me pongo de puntillas, mis brazos rodean sus hombros y nuestros labios se encuentran en un beso apasionado. En ese momento, deseo con todas mis fuerzas demostrarle el inmenso deseo y sentimiento que compartimos.

Habría sido inimaginable para mí pensar que el mismo hombre que conocí en el aeropuerto, cuando por primera vez pisé Francia, estaría aquí conmigo hoy, en la Torre Eiffel, cumpliendo mi último sueño junto a él. Yo solamente era una chica que se montó a un avión con su hermana, con el único propósito de liberarme de mis dolorosos recuerdos en América, y Aaron, solamente era un hombre que venía a sanar la herida de su madre. Ahora, más que nunca, no tengo duda alguna de que somos tan parecidos y a la vez tan diferentes. Nuestros caminos, por algún deseo divino, se entrelazaron en el momento exacto.

Es en momentos como estos cuando el universo parece conspirar a nuestro favor.

El momento perfecto, el beso perfecto.

Ahora mismo, solo quiero agradecerle, hacerle saber lo feliz que soy gracias a él, gracias a cada momento que compartimos juntos, y es que sé, que cada uno de ellos nunca fue parte de un simple contrato.

La dulzura y la suavidad del beso de Aaron me hacen sentir como si pudiera derretirme en sus brazos en este preciso instante.

—Gracias —digo, en el momento en que nuestras bocas se separan —. Gracias por todo esto, Aaron.

—Gracias a ti, Katie —él me responde, sosteniendo mi cabeza con gentileza y dejando un beso tierno en mi frente —. No tienes ni idea de lo agradecido que estoy porque me hayas "robado" la maleta —sonríe contra mis labios.

Me río y le doy un suave empujón.

—¡No la robé!

—Muy agradecido por cada una de las veces en las que tuve que contar hasta diez por tu culpa —admite con complicidad.

—¡Lo sabía! —exclamo — Siempre supe que contabas mientras mirabas hacia arriba.

—Parte de mi auto terapia para poder soportarte —reitera Aaron con una sonrisa juguetona.

—Eres detestable —respondo, pero no puedo evitar reírme.

Juntos nos dirigimos hacia la parte céntrica de la Torre Eiffel, donde podemos disfrutar de una vista panorámica impresionante.

Oh. Dios mío.

No hay duda alguna, oficialmente he vivido todos mis sueños en París, y junto a la mejor compañía posible: Aaron, mi detestable crush de aeropuerto.

SUEÑOS EN PARÍS ©Where stories live. Discover now