Capítulo I

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Katie

«Otra vez huyendo».
«Otra vez huyendo».
«¿No te cansas de huir, Katie?
«¿No te cansas de ser tan cobarde?»
«¿No te cansas de correr?»

«¿Por cuánto tiempo seguirás huyendo?»
«¿Cuándo acabarás con esto?»
«¿Cuándo vas a luchar por ti misma?»

Mi mano ya estaba sangrando para cuando abrí mi puño. Ni siquiera había sentido dolor. Rápidamente comprendí lo sucedido, había enterrado mis uñas con tanta fuerza en mis palmas mientras empuñaba mi mano, que terminé abriéndome una herida. Al menos está herida se podía sanar fácilmente.

Mi cabeza no dejaba de dar vueltas y la turbulencia del avión empezaba a darme náuseas. Nunca antes había tenido problemas con los vuelos, de hecho, era lo que más amaba hacer: Viajar. Pero, justo ahora, todo se sentía mal.

Todo estaba mal.

Me giro hacia Carol, mi hermana, quien está sumida en un sueño profundo. Lleva una sonrisa en su rostro, completamente contraria al labial negro con el que se ha maquillado hoy. Me pregunto qué estará soñando para tener una sonrisa tan inocente y llena de paz. Desearía volver a sentir esa paz.

Primero Colorado, mi hogar, donde crecí. Luego Seattle, ahora estaba dejando atrás San Francisco. Estaba segura de que volvería esta vez, me convencí a mí misma de que solamente se trataba de un viaje sin ningún interés más allá de la lista de sueños que compartí con mi padre. Incluso arrastré a mi hermana en esto. Era inútil, no podía engarñarme a mí misma, muy en el fondo sabía que otra vez estaba huyendo.

Messieurs les passagers, bienvenue à l'aéroport de Paris Charles de Gaulle. Veuillez rester assis, ceinture attachée, jusqu'à l'arrêt complet des moteurs de l'avion et l'extinction du signal de port de ceinture —empezó a hablar la azafata en francés. Esperé a que dijeran el anuncio en español, no lograba entender el lenguaje del amor. —Señores pasajeros, bienvenidos al aeropuerto de Paris Charles de Gaulle. Por favor, permanezcan sentados, y con el cinturón de seguridad abrochado hasta que el avión haya parado completamente los motores y la señal luminosa de cinturones se apague.

— ¿Ya llegamos?

Me sobresalto al sentir la presencia y escuchar la voz de Carol. Había dormido durante todo el viaje, escucharla y verla moverse al lado mío empezaba a sentirse surreal. Todavía no podía entender cómo pude arrastrar a Carol dentro de este desastre, dentro de mi cobardía. Ella no merecía esto.

—Ya casi —le respondo, dirigiendo mi atención a ella. Carol ya tenía el rostro de pocos amigos con el que estaba familiarizada. Me arrepiento de no haberle sacado una fotografía mientras sonreía.

—Bien, despiértame cuando aterricemos —me dice, reclinándose nuevamente en el asiento, y así de fácil, volvió a dormirse.

Sonreí.

Al menos, ella no sabía la razón por la cual estaba haciendo este viaje. Al menos, para ella esto solamente será una aventura más, donde tendrá la oportunidad de conocer la Torre Eiffel y las demás atracciones turísticas de París.

—Ya casi estamos aquí, papá —dije, para mí misma.

, debía pensar solamente en mi padre, no hay nada más. Mi padre y la lista de sueños que escribimos juntos. No debía dejar que nada arruinara este momento. Mis ojos empezaban a cristalizarse cuando imaginé lo perfecto que habría sido este viaje si él estuviese aquí, aquí conmigo.

Lo extraño demasiado.

«Estás aquí porque eres una cobarde, nada más».

Cerré mis ojos. Rogándole a mi interior que dejara de atacarme, que dejara de hundirme. Ya casi había tocado fondo.

SUEÑOS EN PARÍS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora