026

6.5K 322 25
                                    

Sofía

Definitivamente me costaba muchísimo subirme a un avión y estar sobre el mismo por horas, se me revolvia todo lo que tenía en el estómago. Tuve la suerte de que Paulo me entendió y trató de mantenerme calmada durante el viaje, yo era capaz hasta de comenzar con un ataque de pánico en el aire si no fuera por él.

Habíamos pasado una tarde muy linda en la casa, exceptuando que seguía con un pequeño malestar pero tenía la esperanza de que el mismo desapareciera con el pasar de las horas y me dejará disfrutar de mi estadía en Grecia.

Estuvimos metidos en la pileta, Paulo no paraba de besarme y a veces me hacía sentir frío porque no se quedaba quieto en un solo extremo. Salí temblando del frío y él ayudó a secarme, cuando estuvo cerca pude ver lo hermoso que era tenerlo a esa distancia mirandome.

Él propuso tomar unos mates, pero como los míos siempre habían sido horribles.. no le quedo otra opción que cebarlos. Eran bastante buenos, me hacían acordar a los de mi mamá y me contó que estaba acostumbrado a esa tarea, no nombró a Antonella en ningún momento pero yo entendí que ella no le cebaba mates.

— ¿Querés una masita? —preguntó mirandome antes de darle un sorbo a la bombilla del mate.
— Quiero esta masita. —respondí pellizcandole el pequeño rollito que tenía en la cintura y él intentó esquivarme mientras reía.
— ¿Y esta masita también querés? —preguntó con doble sentido, ganandose un manotazo en el hombro de mi parte.— Decía esta.

Sacó una de la canastita que estaba sobre la mesa y me la extendió cerca de la boca para que yo le diera  una mordida, haciéndome reír al terminar de masticarla. Hice lo mismo con él, pero se la metió entera en la boca y me dejó un beso en los labios, endulzandome los mismos.

Estuvimos en el exterior de la casa un rato más hasta que empezó a anochecer y yo decidí meterme a bañar, no era muy fan de andar con el pelo enredado por el cloro. Como si fuera mi sombra, Paulo me siguió hasta el baño mientras se iba desvistiendo y dejaba la ropa tirada por ahí en el piso.

— ¿Qué haces? —pregunté riendo al verlo en bolas por entrar a la ducha del baño.
— Jugar a las bolitas. —respondió con ironía.
— Con razón esas dos.. —dije haciéndolo sonreír mientras negaba con su cabeza.

Me desnudé ante su intimidante mirada sobre mi, para segundos después meterme con él a la ducha y comenzar a bañarme. Como Paulo era un metido siempre, quiso lavar mi pelo y dejé que lo hiciera, siendo consciente de que probablemente terminaría enredandomelo todo. Era increíble la cantidad de shampoo que se puso en las manos y pasó por mi pelo, provocando que se hiciera muchísima espuma y yo me quejará de que me entraba en los ojos.

Aparentemente también había desperdiciado de aquel producto en el piso, ya que en un momento me resbalé y casi me caigo de culo si no hubiese sido porque Paulo me agarró rápidamente de la cintura.

— Casi muero por tu culpa. —dije suspirando del miedo.
— Si te salvé la vida, tarada. —respondió haciendo montoncito y yo reí mirándolo.

Nos seguimos bañando entre chistes y cagadas por parte de Paulo, hasta que los dedos se nos arrugaron indicando que nos habíamos sobrepasado de tiempo con la ducha. Una vez más él me ayudó a secarme con la toalla, sin tener malas intenciones y sin incomodarme ni un poquito. Adoraba eso de él, aunque le encantaba andar en bolas por ahí como si nada.

Al salir del baño tomamos la decisión de salir a dar una vuelta por ahí y conocer un poco más la ciudad, por lo que nos vestimos y arreglamos bien para vernos más presentables, los dos eramos un desastre juntos.

No solía ponerme vestidos, pero el insistente de mi acompañante no paró de suplicarme que usará uno y terminé haciéndolo por cansancio. Paulo más que mi pareja, parecía ser mi competencia. Se vestía tan bien y todo le combinaba con la sonrisa, que era una tarea casi imposible estar a su nivel, por lo menos para una mina como yo.

Sabiendo que me haría frío más tarde, me colgué una campera de cuero en los hombros y fui hasta la cocina para encontrarme con el peligris, quién se estaba acomodando el blazzer. Cuando me vio me sonrió, para después acercarse hasta dónde estaba y abrazarme, dejandome besos en la coronilla.

— ¿Ya estás? —preguntó mirandome fijamente, a lo que yo respondí simplemente asintiendo con la cabeza.

Segundos más tarde, él agarró las llaves de aquel hogar y cerró la puerta con las mismas después de haber salido al exterior. Caminamos juntos por las calles de Mykonos, mientras me abrazaba por los hombros y me señalaba cada cosa que le gustaba o le sorprendía del lugar. Era como un nene pequeño en un pelotero y me causaba mucha ternura.

Después de haber estado unos cuantos minutos explorando, descubriendo y sacando unas cuantas fotos, entramos a un restaurante que había llamado nuestra atención. Como yo no tenía mucho conocimiento sobre platos internacioles, dejé que Paulo eligiera el mío y él lo hizo eligiendo uno de los más caros, razón por la cual lo reté a más no poder.

— ¿Te gusta? —preguntó una vez que ya estabamos comiendo.
— Sí, me encanta. Aunque extraño los canelones de mamá. —respondí haciéndolo reír.
— Eso porque no probaste los míos. —habló antes de darle un bocado a su comida.
— ¿Sabes cocinar canelones? —pregunté sorprendida, a lo que él asintió riendo.
— Cuando quieras te cocino.
— ¡Sí, sí! —dije sonriendole.

Después de haber descubierto de que me había ganado la lotería con aquel hombre, seguimos cenando hasta terminarnos el plato y pedir el postre. Por suerte ya no me sentía mal y todo lo que estaba comiendo pasaba sin ningún problema, eso me dio paz en muchos sentidos. Me había preocupado un poco..

De postre pedimos unas copas de helado y me sorprendió la velocidad en la que Paulo se lo acababa, podía ser un futbolsita con buen físico, pero tenía su lado oscuro que era comer como un cerdo cuando estaba de vacaciones.

— Sofi. —murmuró ganándose mi atención.
— ¿Qué? —le pregunté mirándolo fijamente.
— Lo de hoy.. lo del avión. —habló confundiendome un poco y él notó eso, por lo que siguió hablando. — Llegué a pensar en que estabas embarazada.
— ¡No! —grité sin pensarlo, avergonzandome al sentir la mirada de los demás sobre nosotros.— Fue simplemente un malestar estomacal, gordo.
— Bueno, pero tampoco para que te alteres tanto. —habló un poco ofendido sin siquiera mirarme.
— Es que.. Ni siquiera sé que somos, Paulo.
— Algo, somos algo. Y con eso me basta para saber muchas cosas, que te quiero desde el momento en el que te vi con quince años y te voy a querer hasta que tengas más de ochenta. —respondió haciéndome sentir mal por lo que había dicho.
— ¿Te importo? —pregunté acercandome más a la mesa y a él.
— Mucho. Dejé a Antonella por vos y supongo que eso demuestra cuanto me importa estar con vos. —dijo mirandome fijamente con sus ojos grises.
— Te quiero. —confesé haciéndolo sonreír y soltar un suspiro de alivio.

Cuando terminamos el helado que habíamos pedido como postre, pagamos la cuenta de todo y nos fuimos del restaraunte para seguir caminando un poco más. Tenía que confesar que no había nada más lindo que estar así, estar en otro continente que no conocía para nada pero sentirme como en casa gracias a Paulo y su cariño. Ya me tenía completamente embobada y no podía hacer nada para sacarmelo de la cabeza, deseaba tenerlo así conmigo siempre aunque supiese que no iba a poder ser.

Córdoba sin ti {Paulo Dybala} Where stories live. Discover now