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Sofía

Después de haber viajado las cinco horas de regreso, llegamos a Córdoba y pasamos la noche, o más bien la madrugada, juntos. Eran las cuatro y media de la madrugada cuando llegamos, por lo que mi cuerpo no daba más de haber estado tanto tiempo en un avión y me quedé dormida al instante.

Cuando yo me desperté temprano para ir a la facultad, sentí los brazos de Paulo aferrarse a mi cintura e intenté moverme, a lo que él se quejó sin siquiera abrir los ojos.

— Pau, me tengo que ir.. —susurré mientras lo miraba y le acariciaba el pelo.
— No, no te vayas. —respondió con la voz ronca adormilado.

Segundos después escuché que Lautaro se estaba despertando en su cama y se giraba, mirandome con los ojos chinitos. La lampara de la mesita de luz estaba prendida, por lo que pude ver perfectamente su cara y vi que me sonrió de lado sin mostrar los dientes. Al darse cuenta de que yo intentaba despertar a su tío, cerró los ojos y siguió durmiendo.

Tuve que batallar unos cuantos minutos más para lograr que Paulo me soltara y me dejará irme para mi casa, tenía que arreglarme y preparar mis cosas.

Cuando volví a mi casa, apenas crucé la puerta me encontré con mi mamá en la cocina y papá tomando el té en el comedor mientras veía la televisión. El anteriormente nombrado despegó la vista de aquel aparato y me miró con la típica cara que me causaba escalofríos. Simplemente me paré en seco y esperé a que hablará.

— ¿Te parece bien aparecer de esta forma? —preguntó con la voz grave.
— No, perdón. Es que Dolores quis..
— A mi me importa tres carajos lo que hace Dolores o no, vos tenés que llegar cuando nosotros te decimos. —ordenó con la mirada fría. — Y no me acuerdo de haberte dicho que aparecieras un lunes a las seis y media de la mañana.
— Hablamos de esto después.. —habló mamá intentando calmar las aguas.
— ¡No! ¿No te das cuenta que ese pendejo la está cambiando? —gritó indignado mientras me señalaba.

No quería escuchar ni una palabra más, estaba cansada de tener que soportar escenas tan estúpidas por mi parte de mi papá. Entré a mi cuarto dando un portazo, sabiendo que eso lo haría enojarse más y por las dudas le puse el seguro a la puerta. Organicé mi mochila, guardando los apuntes que usaría ese día y las demás cosas que llevaba para distraerme en mi tiempo libre.

Después de hacer mi rutina diaria en el baño, me vestí y arreglé lo más rápido que pude, teniendo los ánimos por el subsuelo. Cuando bajé las escaleras, mi papá estaba parado en el living y se acercó a mi a pasos duros.

— Sofía, que sea la última vez que llegas a la hora que se te canta. —advirtió.— Y ese tipo te está haciendo mal, va a terminar lastimandote y yo no vo..
— ¿Y vos qué? No tengo cinco años, si me lastima el problema es mío. —respondí comenzando a caminar hacía la puerta.
— ¡Que pendeja atrevida! —le comentó a mamá quejandose.

Salí de mi casa con lágrimas en los ojos y encontrandome con Paulo esperandome en la vereda, por lo que al instante miré el suelo. Se acercó sonriendo y me dejó un beso en los labios, por lo que tuve que levantar la vista.

— ¿Qué pasa? —preguntó mirándome a los ojos y yo simplemente negué con la cabeza evitando su mirada.

Él no dijo nada, así que supuse que preguntaría después. Me hizo subir a la camioneta de Romina, diciendome que me llevaría él hasta la facultad y al subirme al vehículo me encontré con Dolores. Yo me había sentado en el asiento del copiloto, por lo que mi amiga quedó sola atrás y con Paulo nos reíamos de eso.

Gracias a la presencia de la anteriormente mencionada, el conductor de la camioneta no me preguntó sobre lo que había visto unos minutos antes y eso me relajó un poco. En ese momento no quería hablar de lo que me pasaba.

Al llegar a la facultad, me despedí de Paulo dejándole un beso en los labios y él me sonrió mientras me veía bajar. Con Dolores nos encaminamos hasta la entrada de la institución, por lo que me voltee para ver como la camioneta desaparecia en la oscuridad de la calle.

****

Eran las seis de la tarde cuando Paulo empezó a terminar de guardar sus cosas en los bolsos, claramente recibiendo ayuda de mi parte. Parecía mentira tener que separarnos nuevamente y esta vez yo estaba siendo consciente de lo que iba a pasar en unos minutos.

— ¿Pasa algo? —preguntó mirándome agachado mientras cerraba la valija.
— No no, ¿por? —respondí distraída.
— Estás rara, recién mirabas la pared distraída. —respondió con gracia, haciendome reír.— En serio gorda, me podes contar.

Respiré hondo mientras pensaba en si contarle lo que había pasado o no, finamente decidí en si hacerlo, y hablé.

— Mi papá se enojó porque aparecí recién esta mañana en casa.
— No lo conozco, pero parece un tipo jodido. —confesó sentándose a mi lado en la cama.
— Sí, ni te cuento lo que piensa de vos. —respondí haciéndolo poner nervioso.
— ¿Qué piensa de mi?
— Hoy me dijo que me hacías mal y que ibas a lastimarme.. —dije mirándolo fijamente.
— Sabes que yo no voy a volver a ser un tarado como antes, o bueno, no tanto. —habló con una sonrisa.

Nos quedamos en la cama tonteando un rato hasta que se hizo la hora de acompañar a Paulo hasta el aeropuerto, desde ese momento mi cuerpo empezó a sentir un frío horrible y temblaba. Él salió del cuarto con las valijas en mano, después de haberse abrigado bien y apagado la luz.

Lautaro se quedaba en la casa, por lo que se despidieron con el típico apretón de manos y abrazo varonil. Seguido de eso salimos al exterior de la casa para organizarnos y subir a la camioneta de Romina, quién puso en marcha la misma apenas estuvimos todos bien sentados.

En el camino hasta el aeropuerto Paulo me tenía abrazada a su cuerpo, acariciando mi brazo y apoyando su mentón en mi cabeza como lo hacía siempre. Casi me quedó dormida en sus brazos pero justo en ese preciso momento la camioneta se paró, dejándonos en el estacionamiento e indicando que nos teníamos que bajar.

— ¿Podes..? —le pregunté a Paulo mientras veía como sacaba las valijas del baúl, a lo que él asintió al instante.

No podía agarrarle la mano porque las tenía ocupadas, por lo que me aferré a su brazo y caminé a su lado.

Los minutos pasaban y mi pierna se movía de arriba a abajo rápidamente estando sentada. Paulo me tenía abrazada nuevamente mientras hablaba a las risas con Dolores, ellos estaban tan acostumbrados a esto y a mi me asustaba muchísimo. Tenía sueño, tenía muchísimo sueño pero no había querido dormir para no perder tiempo que podía aprovechar para estar un poco más con Paulo.

Y de repente llegó el momento que no quería que llegará; la despedida.

Me abrazó con todas sus fuerzas, pegando nuestros cuerpos a más no poder y sollocé en su hombro sintiendome mal. Eran tantas cosas acumuladas que sentía que mi corazón se iba a romper en mil pedazos, no quería que me soltara. Al separarse un poco de mi, me miró fijamente y me comió la boca mientras sus manos me acariciaban la cintura con dulzura.

Tuvimos que separarnos porque ya los estaban llamando por segunda vez y me despedí de Alicia, quién al abrazarme me susurró en el oído que nos volveríamos a ver pronto.

— Te quiero mucho, mucho. —murmuró Paulo agarrandome de la mano y jugando con mis dedos.
— Te quiero. —respondí sonriendole.— Ya te extraño.
— Extrañame más tarde. —murmuró por lo bajo mientras acariciaba mi espalda baja, haciéndome reír.

La sonrisa de Paulo después de darle un beso fue lo último que vi, sus ojos grises se alejaban cada vez más de mi y se me aguaban los ojos inevitablemente, Dolores se acercó hasta mi para abrazarme.

¿Qué iba a ser de nosotros? Odiaba la distancia.

Córdoba sin ti {Paulo Dybala} Where stories live. Discover now